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La apostasía de un priista

Gilberto Serna

Esto está para no creerse. Hay en el tránsito de un partido político a otro una ausencia de convicciones ideológicas que debieran poner a temblar a la ciudadanía y reflexionar a los partidos políticos. Lo que ha hecho Miguel Ángel Yunes, otrora pretendiente al Gobierno del Estado de Veracruz, no tiene más explicación que la reacción de quien siente que ya no tiene futuro en una organización y se marcha a otra donde le dan acomodo por que de alguna manera sirvió a sus propósitos cuando tuvo oportunidad de hacerlo. Ahora se le recompensa, después de haber participado junto con la profesora Elba Ester Gordillo en aquel intento de imponer a los diputados una reforma que promovía el presidente Vicente Fox, nombrándolo sub secretario de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Seguridad Pública y Servicios a la Justicia del ámbito federal. No sé hasta dónde es correcto que Yunes cambie de chaqueta, traía puesta la del PRI, para adherirse al partido de Acción Nacional, considerando, creo, que su vocación de servicio está por encima de las veleidades de una agrupación que le dio con la puerta en las narices cuando quiso ser candidato a gobernador, a menos de que haya pensado que vivir fuera del presupuesto sea vivir en el error.

Si es así, que le vaya bien. No se espere que reaccione en el futuro inmediato dándose cuenta de que no es lo mismo vestir de blanco con azul que traer puesto el uniforme tricolor, a menos que sea un cínico o padezca de daltonismo. Llama la atención de que la dirigencia del PAN no haya manifestado su oposición al nombramiento, atendiendo a que dentro de sus filas hay de seguro personas con el perfil requerido para el puesto que hoy ocupa el ex diputado Yunes, con mayores méritos y mejores títulos; lo que quizá se tomó en cuenta, para no tener reparo en su inclusión es su animosidad en contra de Roberto Madrazo y el hecho de haber estado a cargo de cuerpos represores en lo cual, comentan, tiene una gran experiencia. Tampoco es explicable que estando en el PRI haya servido a los intereses, aunque con poco éxito, de un partido en el que ahora milita. Por otra parte, sin lugar a dudas, debe ser tachado de tránsfuga que salta de un partido a otro sin pretensiones mayores que una nómina, pues su carrera política, como popularmente se dice, se la lleva el tren, dado que se acepta la traición pero no al traidor. Esto es, una vez que se le haya dado la categoría de desertor no se podrá quedar ni regresar. Aquellos, con los que ahora está, por que lo miran como a un bicho raro y con los que dejó por su facilidad, que lo hace poco confiable, de mudarse de camiseta.

Hay una laxitud en las bases pri istas que permite se haga cera y pabilo de los principios que propala el revolucionario. En adelante, de ser el caso, al grito de fuera mascaras, los satimbanqui de la política podrán ir, sin tener que ruborizarse, de un partido a otro. Hoy aquí, mañana allá y después acuyá. Los estatutos que rigen al PRI o a cualquier otra agrupación, se habrían hecho para hacer con ellos un papalote y mandarlos a volar. Esto no es serio. Da la impresión de que es un juego de niños en que si no me das el juguete que te pido me voy a la casa del vecino. No he oído o leído que el partido que abandonó haya tomado las medidas necesarias para exorcizarlo. O bien, a lo mejor le están dando la razón.

Es correcto que deje la embarcación cuando corre el peligro de zozobrar. A nadie se le exige que ofrende en aras de una causa perdida su honor y su fama. No es el caso. El partido que deja está repuntando, tras momentos de duda e incertidumbre.

Me voy pero el día de mañana puedo volver, no obstante esté plenamente comprobada mi apostasía. Esto podría dar lugar a una desbandada. Es cierto que desde hace largo rato se ha ido perdiendo la mística de partido, pero la militancia no puede, no debe, aceptar con mansedumbre a anfibios que carecen del más mínimo sentido de lealtad. Quien ha renegado de su partido sumándose a las filas de los contrarios no merecería otra cosa que el desprecio. La deserción produce dividendos a corto plazo, pero a la larga, quien la hace cabe la posibilidad de que reciba un correctivo ejemplar. No, no creo que se le otorgue un premio a quien con su desprecio a los pri istas ha demostrado que no merece consideración. A menos que estos se hayan convertido en una entidad donde el amiguismo está por encima de la dignidad partidista. Ahora que muy bien puedo estar haciendo una tempestad en un vaso de agua, que la posibilidad de que algún día retorne no sea más que mera especulación, o que se acepte de buena gana avalar la perfidia de un pri ista empanisado. Aunque todo es posible en un mundo donde cada día que pasa hay más carencia de valores. Se dice que la defección, pasándose a las filas enemigas, debería castigarse con la pena de muerte. Eso en caso de una contienda bélica, pues en el asunto que aquí nos ocupa, bastaría con una expulsión.

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