No sé si este nombre les diga a ustedes algo, pero para quienes en la década de los cincuenta andaban de los veinte en adelante, lo fue todo. A quienes la vieron en el cine en: “Y Dios creó a la mujer”, el aliento se les cortaba. Fue una época. La primera diosa joven invadía el paraíso de las Swanson, Garbo, Dietrich.
Comía y bebía lo que le daba la gana sin que lo que fuera le afectara la figura. Las dietas le tenían sin cuidado, se sentaba encima de ellas, y a quien invitaba a su mesa le gustaba que repitiera sus platillos.
En el 72 su paisano Chevalier agonizaba. Sigue siendo noticia hasta el último instante, micrófonos y cámaras, como a nuestro Lara en su momento, no lo sueltan. Es el fin comenta alguien que está con ella, con la Bardot. ¡Qué injusta es la muerte!, exclama ella. Con todo -no falta quien revire- a los ochenta y dos años... ¡No importa a qué edad!, insiste la Bardot. Y como si se tratara de una enemiga personal, cuenta José Luis de Villalonga en su “Gotha Gotha”, la joven y bella mujer exclama: ¡Detesto la muerte! Y lo explica: “No a la muerte en sí, comprende... ¡Pero esa manera repentina de dejar de ser! De convertirse de pronto en una masa inerte, una bolsa de papas que los otros se ponen a acarrear bajo montones de flores. ¡Esa carne que se entierra, que se quema o que se arroja! ¡Y todas esas ceremonias horribles! Los cirios, los cantos lúgubres, las caras de circunstancias... ¡No, mira, todo eso debería estar prohibido!”.
Y fue, entonces cuando, dice Villalonga, que aquella joven, hermosa y alegre mujer hecha para tentación de los hombres de los años cincuenta, dijo: “Es lindo pensar que si uno ha sido bueno durante toda la vida, encuentre su recompensa convirtiéndose en una flor, una ardilla, una mariposa...”.
Acerca de ella misma pensaba ser “una jorobada responsabilidad” porque se sabía “monumento nacional!
La Bardot fue la primera en mostrar que una mujer podía muy bien vivirla vida de un hombre sin ser por eso una mujer pública. Se convirtió sin premeditación en el símbolo de la libertad de la mujer que, de allí en adelante, jamás ha vuelto a ser la esclava que era.
Y cuando alguna vez le preguntaron si se sentía envejecer, dijo que sólo imaginarlo era admitirlo, que afortunadamente ella no tenía la menor imaginación.
Cuando empezaba a ser famosa, en una fiesta de sociedad, fue presentada a una vieja dama muy intransigente en lo que atañía a las costumbres licenciosas. La buena señora dijo a la joven actriz, todo lo que de ella pensaba. Le dijo: He de confesarle que no apruebo su excesiva licencia en el vestir, y en la forma de moverse y de provocar a los hombres en sus películas. Sé que, en alguna, ha aparecido desnuda y esto no la honra a usted nada; ni a usted ni a Francia, que tales cosas permite. Espero que en sus próximas películas sea usted menos atrevida, y sus actuaciones más limpias. A lo que la Bardot le contestó: Pues, sí; lo serán seguro. En la próxima película me baño tres veces. ¿Quiere mayor limpieza?”.
No he tenido noticias de que haya muerto. Entiendo que, olvidada por los hombres, o habiendo muerto la mayor parte de sus admiradores, se ha dedicado a la defensa de los animales. Vida completa.