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La catadura no es todo

Gilberto Serna

Algo está yendo más allá de un simple cambio de apariencia. Los dos formaban parte del gabinete del presidente en las carteras de Gobernación y Del Trabajo. Uno ya no volverá más pues se convirtió en aspirante a ocupar el sillín de su jefe, en tanto otro mudó de secretaría de Estado para confirmar que de los tiempos del priismo a los actuales la cosa pública no ha variado. Se sigue la misma costumbre de saltar de un cargo a otro, demostrando que o no se necesita saber sobre el desempeño de una función para ocupar un cargo o que son sabihondos, enciclopedistas o sabelotodo, pues lo mismo los envían a un escritorio donde se manejan las relaciones obrero-patronales que a una complicada cocina donde el contenido de las ollas que estaban en la lumbre hierven sin ningún control, dejando que cada una se enfríe por sí sola, como suele suceder cuando se desbordan apagando las llamas, lo que no reducía el peligro, sino que lo acrecentaba al seguir emitiendo el gas en el medio ambiente. Es un buen símil que refleja la situación que pone en riesgo la tranquilidad de la nación.

En el caso de quien ocupa ahora el despacho en la secretaría de Gobernación, debo decirlo, se veía mejor con barbas. Al rasurarse envejeció como si su cara hubiera tomado, por sí sola, la decisión de mostrar su enojo por el atropello que habían cometido. Las arrugas de la piel, que eran escondidas por los pelos, de pronto saltaron por encima de las rapadas barreras mostrando al hombre en su verdadera edad. Mucho se perdió al caer la hirsuta pelambre al suelo una vez que la navaja del fígaro hizo su trabajo. Cada vello al ver el filo de la navaja venir hacia sí, quizá alcanzó a gritar auxilio, encogiéndose lo más que pudo. Sin embargo como guillotina despiadada pasaría una vez y otra hasta dejar lisa la mejilla. Es entonces que perdió parte de su recia personalidad. Si recuerdo bien era la barba característica de León Trotsky, aunque muy distante en ideas con las que profesa el ahora encargado de la política interior.

Es cierto que su rala barba de escobeta no era la gran cosa pero le daba cierto aire de respetabilidad en la que sólo faltaba el sombrero de chimenea, los guantes de cabritilla y un recio bastoncillo con mango dorado.

El que salió a la calle a vocear sus intenciones que mantenía en el secreto, aun cuando todo mundo lo sabía, poseía una barba que hizo bien en desaparecer pues en vez de ayudarlo le daban el aspecto de facineroso, cual si fuera un bandolero, salteador de caminos, saliendo de un sórdido “saloon” a punto de ir a plagiar a la bella señorita que viaja en una diligencia de la Wells Fargo. Lo cierto es que al rasurarse muestra una cara juvenil con sonrisa de muchacho travieso. En las cabalgatas a las que asistía el presidente Vicente Fox, trayendo en la grupa a su esposa, con varios gobernadores montados a caballo, se alejaba del populacho vistiendo un traje con sombrero de rico estanciero que recordaba la gallarda estampa del emperador Maximiliano de Habsburgo, paseando por Cuernavaca. Está por demás decir que es el señorito con el que sueñan los mismos políticos que fueron a París a ofrecerle a Napoleón III las llaves del reino de Moctezuma. Su mirada produce escalofríos, ojos inexpresivos, de un azul metálico, parecido a los del actual gobernador de California en su papel de Terminator, cuando su enmarañada barba le cubría la mandíbula inferior y parte de la superior dando la viva impresión de que no se había bañado. Juzgó bien su condición deshaciéndose de la pelambrera. Su cabellera rubia hace brincar de alegría a ciertas clases sociales que abominan de lo mexicano.

No sé si con el cambio de “look” hayan ido todos a la manicurista para pulirse y recortarse las uñas. Aunque estoy obligado a decir que el porte, la figura, aunque es importante, no es todo. Se requiere un hombre que quiera a este país un poco más que a su propia familia, que sepa de las necesidades de los que sufren, que no ofrezca otra cosa más allá de su lealtad para con sus electores, pero sobretodo que no viva en un mundo de fantasías y no esté dispuesto a compartir el ejercicio del poder, por muchas faldas que tenga su compañera.

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