Las encuestas presidenciales del segundo trimestre comenzaron a aparecer en la prensa esta semana, dando cuenta de la importante ventaja del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, sobre sus posibles adversarios. Aunque no se puede tomar mecánicamente la proyección de millones de votos que tendría López Obrador sobre esas mediciones, sí muestran claramente una intencionalidad de voto que lo convierte, hoy en día, en el aspirante más sólido y con mayores probabilidades de ganar la Presidencia. Las mediciones son nacionales y la mayoría de los encuestados conoce de López Obrador por lo que su talento mediático -ayudado por la complacencia de los propios medios- ha podido construir, impulsado por las campañas políticas que sus enemigos en el Gobierno Federal han emprendido sin gran éxito y que contribuyeron a engrandecer su imagen, al convertir un político local en uno nacional a través del golpeteo sistemático.
Es decir, a López Obrador se le está midiendo por las agresiones políticas que ha recibido donde, al no ser descarrilado, lo hicieron de un David de Goliat, a un monstruo imbatible, se cree, en las urnas.
Falta tiempo para que se pueda asegurar ese destino de manera categórica. En parte, porque no es lo mismo medir a una persona como individuo, donde los factores subjetivos de su personalidad tienen un peso abrumador entre la gente, que cuando se le mide como representante de un partido, donde según la opinión del partido, sube o baja considerablemente. Esto le pasa a López Obrador, pues cuando lo miden como candidato del PRD, la tendencia de voto baja casi un diez por ciento y se coloca en segundo o tercer lugar. Por otra parte, porque la larguísima luna de miel con los medios informativos terminará ante la falta del conflicto político que bien usó para su promoción personal, y empiecen a revisar su gestión como gobernante.
O sea, se le empezará a medir por resultados en el Distrito Federal, un campo en el cual, cuando los electores del país empiecen a conocer lo que ha hecho en la capital federal, podrían comenzar a dudar sobre si lo respaldan o no en una elección, suponiendo que sí será candidato presidencial. Los electores fuera de la Ciudad de México, realmente no saben qué tipo de gobernante es López Obrador.
El jefe de Gobierno capitalino, por ejemplo, casi siempre evade las preguntas sobre su gestión, pues sólo quiere hablar de problemas federales. Ha mentido sobre incidencia delictiva, afirmando que ha bajado cuando en realidad ha aumentado. El Distrito Federal no es un territorio donde la gente se sienta tranquila ni caminando ni en su automóvil. El problema ha llegado a ser tan serio que las propias autoridades locales recomiendan no viajar por la noche solo en un automóvil, pues los estudios muestran que entre más gente vaya en un vehículo, menor la posibilidad de sufrir una agresión.
Los secuestros express no se han detenido, y cuando uno se sube un taxi piensa siempre si llegará a salvo a su destino. La inseguridad, en síntesis, forma parte del paisaje capitalino hoy en día. Hay tremendas deficiencias en transporte público. Los más de dos millones de usuarios del metro, por ejemplo, han tenido que modificar sus horas de salida en la madrugada de sus hogares, pues los viajes han duplicado su tiempo; en lugar de permanecer tres minutos en una estación, la norma general es de cinco minutos cuando menos, siempre y cuando no haya una de las frecuentes descomposturas como resultado, argumentan los mismos trabajadores, de la falta de refacciones.
No hay dinero para partes ni para otros servicios porque se dedicaron recursos a obras majestuosas como el distribuidor vial y segundos pisos en algunas vías rápidas. El problema, podrán saber posteriormente los electores, es que las vías rápidas son más lentas que la mayoría de las calles en la capital.
En el Periférico, donde se realiza una de las mayores obras, se encuentran prácticamente abandonados los trabajos, y la obra misma tiene tantos problemas en su ingeniería -se encharcan por ejemplo con cualquier lluvia—, que nadie puede circular por ellas entre diez y media de la noche y cinco de la mañana por las reparaciones. El resultado son congestionamientos en avenidas de seis carriles a las 12 de la noche. Todo esto sin considerar que la pavimentación de la capital es un desastre, porque como no hay regulación sobre el peso de los camiones pesados, que circulan a todas horas del día generando otro tipo de congestionamiento, las avenidas tienen ondulaciones, zanjas, baches incontables y todo tipo de obstáculos que hacen que en la capital el promedio de velocidad sea de unos ocho kilómetros por hora.
Las tensiones por los problemas vehiculares se han convertido, según José Aguilar Zinser, director de Medicina Preventiva de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, en un detonante de accidentes cuyos percances viales generan un gasto de 63 mil millones de pesos.
El estrés ha generado también un incremento significativo en la violencia de los conductores y transeúntes, según especialistas. No es, definitivamente, un lugar placentero el Distrito Federal para vivir en estos días, y no hay luz al final del túnel. Para los capitalinos, será más bien un problema prolongado.
En lo que va del Gobierno lopezobradorista, la deuda pública ha aumentado en casi 50 por ciento, a unos 45 mil millones de pesos, que no hay de dónde sacarlos mas que a través de impuestos. Éstos son algunos resultados de la gestión de López Obrador quien, al ser desmenuzado como gobernante, deben saber los electores nacionales, no ha creado una ciudad de la esperanza, como tanta expectativa ha causado, sino exactamente lo contrario.
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