El Cairo, (EFE).- Heliópolis, la "ciudad del sol" nacida del sueño de un excéntrico barón belga, celebra los actos de su primer centenario, convertida en barrio de lujo en el extrarradio de El Cairo y orgullosa de su particular historia.
Situada en los confines del Aeropuerto Internacional de El Cairo, en el noreste de la ciudad, Heliopolis era hace ahora un siglo un trozo del inclemente Sahara, cuando el Barón Louis Edouard Empain compró al Gobierno egipcio 2,500 hectáreas para hacer realidad un proyecto visionario.
Bien es verdad que en las cercanías había existido una ciudad, allá por el año 4,200 antes de Cristo, llamada On, que durante mucho tiempo disputó la gloria a la cercana Menfis. Fue esa ciudad la que los griegos, siglos después, llamaron "Heliopolis" por haberles llamado la atención el culto al sol de los egipcios.
Seis mil años después, comida por la arena, solo el nombre quedaba de la antigua Heliopolis, y el barón lo recuperó para su ambicioso proyecto, aunque los egipcios nunca aceptaron del todo un nombre tan "pagano" y la llamaron en árabe "el Nuevo Egipto".
En solo tres años, el nuevo barrio concebido por Empain ya contaba con 168 edificios y 29 calles, unidas al centro de El Cairo por medio de una flamante línea de tranvía, y gran parte de la burguesía egipcia y la pujante colonia occidental se había instalado en Heliópolis.
La joya del barrio era y es el palacio del propio barón, una extravagancia hindú del estilo de los templos jemeres que la jungla se come en Camboya, lleno de estatuas eróticas y representaciones de fieras y rodeado todo lo más por palmeras saharianas.
Junto a este palacete se levantaron varias avenidas con arcadas al más puro estilo neomudéjar y neomorisco, además de notables mansiones "art-déco" y modernistas. Todo aquello pudo parecer pretencioso en el momento de su creación, pero hoy en día el barrio es un pequeño tesoro en una urbe dominada por la arena, la mugre y la desidia.
Por supuesto, también Heliópolis sufrió en los años sesenta la furia antiburguesa de Gamal Abdel Nasser, que derribó palacios y suntuosos chalés por todo El Cairo para levantar monstruos de hormigón más acordes con su visión del nuevo Egipto proletario.
Sin embargo, Heliópolis salió relativamente bien parada, y todavía conserva gran parte de un patrimonio único en un Cairo famoso por sus pirámides o sus joyas islámicas, pero de la que el mundo ignora que a principios del siglo XX fue una ciudad que tuteó a las capitales europeas, al menos urbanísticamente.
La embajada de Bélgica, junto al Centro Cultural Francés, han financiado este año los actos para dar a conocer todo este patrimonio y, en palabras de Ingeborge Steenbeke, agregada cultural belga, "consolidar nuestros vínculos con Egipto con este viaje del pasado al futuro".
Los organizadores de los actos del centenario, que incluyen exposiciones fotográficas, conferencias, conciertos, pase de películas y espectáculos circenses al aire libre, han tenido estos días un regalo inesperado.
El Palacio hindú del Barón, la joya de Heliópolis, ha sido recuperado por el Estado egipcio tras haber pasado décadas en el olvido, comprado por un millonario saudí que se había obstinado en convertirlo en hotel.
Durante estas décadas, decían las malas lenguas que el palacio estaba habitado por los espíritus, pero lo cierto es que los únicos que lo ocupaban eran grupos de jóvenes gamberros que lo habían convertido en un refugio para chutarse heroína o emborracharse a la sombra de las fantasmagóricas estatuas eróticas hindúes.