El criterio personal y profesional bien formado para contemplar con lucidez, acertividad, sabiduría, eficiencia y eficacia los problemas o situaciones que plantean los clientes, jefes, asesorados, proveedores, pacientes, etc., acaba siendo la conjunción de muchos factores que tienen que ver con el modo de ser de dicho prestador de servicios profesionales y también con la calidad de los conocimientos científicos, técnicos, humanísticos, filosóficos y morales que ha ido adquiriendo con estudio, desarrollo de su sentido común y muy especialmente su coherencia en el vivir y en el hacer.
Se pueden poseer muchos conocimientos técnicos y sin embargo constituirse en un auténtico peligro público en virtud de que dicha ciencia adquirida podrá ser utilizada inconvenientemente en contra de la sociedad. En la prestación de un servicio profesional de alta calidad un elemento fundamental que permitirá el éxito a largo plazo será la consistencia en el actuar, basada en la coherencia que exista en el profesional: conjunción ésta que le permite a dicho individuo ser persona digna de confianza.
Hoy en día el conocimiento liso y llano sin dejar de tener importancia en la credibilidad de un profesionista, ha dejado de ser el factor fundamental para el logro de su confiabilidad y por ende de su éxito profesional: el reto de un cliente de servicios profesionales hoy en día no está en ver cuál de los profesionales a los que acude en demanda de un servicio profesional consiguió completar con más acuciosidad los conocimientos requeridos, puesto que eso, un buen sistema informático lo puede hacer con gran velocidad y exactitud.
Ese cliente buscará más bien la plena coherencia entre lo que sabe un profesionista y cómo vive y piensa; entre lo que se es como persona y lo que piensa y actúa profesionalmente. Por ello si a ese profesional capacitado técnica, humanística y moralmente y por ello digno de plena confianza se le solicita en el ámbito de su ejercicio diario, realizar una acción que vaya en contra de su manera de pensar, se le colocará en una disyuntiva muy difícil de resolver puesto que o bien cumple con el imperativo que le exige su jefe, o bien cumple con el imperativo que le fija su conciencia.
De hacer lo primero más tarde o más temprano acabará perdiendo la confianza del que le ordenó algo contra su conciencia, a pesar de haber quedado complacido en una primera instancia por la docilidad con la que actuó al ser puesto en situación de conflicto; o bien al paso del tiempo será el propio profesionista el que acabará enterrando su conciencia en lo más profundo de su pragmatismo, convirtiéndose en veleta capaz de mirar hacia el lado para el que sople el viento más poderoso. De ahí que en estos momentos resulte de especial importancia la propuesta para una regulación formal de la Objeción de Conciencia en muchas de las actividades profesionales, donde pudieran darse conflictos entre el deber hacer profesional y las convicciones profundas que se tengan.