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La cumbre en Waco

Gilberto Serna

Algunos suponen que la manera de presionar al Gobierno de George W. Bush consistiría en que nuestro presidente, en la reunión de la semana pasada que tuvo lugar en Waco, Texas, leyera un discurso bien condimentado con harto picante que pusiera en la mesa de discusiones los asuntos que importan a México. La verdad es que, hay que decirlo de plano, en este momento lo que menos le interesa a Bush es otro tema que no fuera la protección de sus fronteras. Se dice que fue penoso el papelón que hizo Vicente Fox Quesada al permanecer en silencio cuando las circunstancias del encuentro indicaban que había que hablar fuerte en ese foro que, se dice, sí aprovechó el primer ministro de Canadá para plantear problemas que le aquejan a su nación. El tema prioritario que estaba presente en la junta era la seguridad, asunto que quita el sueño al presidente, de cómo eliminar de la cabeza de los residentes en los Estados Unidos de América la legendaria espada de Damocles, (célebre por una anécdota en que se habla de esa arma blanca, siglo IV a. de J. C., cortesano de Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, ciudad ubicada en la isla italiana de Sicilia) espada que, en este caso, está representada por el terrorismo mundial que pende sobre nuestros vecinos.

Creo que esta vez, aun cuando no haya sido su intención, permaneciendo en silencio frente a las cámaras, fue lo mejor que pudo haber hecho. No le hace que quienes lo critican digan que el papel de Fox en la junta haya sido la misma que la de los invitados de piedra o la de un concurrente de segunda. En el juego de dominó en que se utilizan fichas numeradas que, después de la sopa, se reparten a los participantes es común que al referirse a los espectadores se diga que los mirones son de palo. Esto es, no solamente carecen de permiso para intervenir, haciendo cualquier comentario, como el de manifestarse con exclamaciones sino que, además, sus gestos y ademanes deben estar constreñidos para evitar que manden señales a cualquiera de los contendientes. No creo, en mi humilde opinión, que esa haya sido la postura que guardó nuestro presidente. No era un espectador cualquiera. Es poca la libertad que se le quiere conceder obligándolo a que, como muñeco de ventrílocuo, diga y haga lo que otros dicen.

Es cierto lo anterior, por más que digan que a la oportunidad la pintan calva. Había que decir algo espectacular para darle gusto a los que se la pasan todo el tiempo, a veces sí y otras también, criticando al Ejecutivo. Esperaban que aprovechando la ocasión, Fox arremetiera contra Bush, apañándole la voluntad con un virulento discurso alzándose, como popularmente se dice, con el santo y la limosna. O que obrara como diablillo de trampa en el centro de una caja de dulces. Quizá pensaron que era llegada la hora de mostrarse enérgico agitando frenético el puño frente a las mismísimas narices del texano, o que debió mostrarse melifluo, rebuscado y servil con argumentos que por su propia consistencia proclamaran la necesidad de que los Estados Unidos de América se olvidara, aunque fuera por un instante, que es la potencia número uno en el mundo y accediera a postergar sus propios intereses volteando a ver los de otros países.

¿Que le faltó contundencia para negociar? Hasta ahora, que se sepa, las únicas veces que ha mostrado agresividad es para que sea desaforado el jefe de Gobierno del DF, así como cuando echó del país al hombre fuerte de Cuba, fuera de eso, jamás, léase bien, jamás se le ha visto un mal modo, un gesto avinagrado, siquiera áspero o cuando menos desapacible. Durante los cuatro años y cacho que está al frente de la administración pública nunca se ha sabido le haya cortado un sayo ni a su peor enemigo. No podíamos esperar que, de la noche a la mañana, sufriera un cambio notable. Allá, como aquí entre nosotros, Fox ha hecho lo mejor que puede. A mayor razón sí, como se ve, el Gobierno que preside Bush desde hace un buen rato está trompicándose con sus propias extremidades al invadir países, empujado por una insaciable sed de petróleo. Lo que ha hecho en Afganistán e Irak no tiene más calificativo que el de barbarie. La historia nos enseña que no se puede actuar de esa manera sin que tarde o temprano se tengan que afrontar las consecuencias. En suma, Fox hizo lo correcto callando. A la intolerancia, la intransigencia y la soberbia no se le puede dominar por más que se usen las más refinadas, pulidas y rebuscadas palabras. Los futuros acontecimientos dirán cuando sea la ocasión propicia.

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