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La estrella de Belén

Gilberto Serna

Eran las horas de la medianoche, cuando el frío arrecia. En una céntrica esquina tiritando de arriba abajo, en calzoncillos y camiseta, mostraba partes de su cuerpo no vistos jamás por humano alguno. En los calcetines llevaba unas antiguas ligas de broche que los mantenía sujetos, obvio no llevaba las recias botas. Lucía su inconfundible barba y su larga cabellera. Me pareció conocido a pesar de no traer su gorro, ni su abrigo, ni sus pantalones tradicionalmente rojos. Me detuve en la bocacalle al ponerse en alto el semáforo, por lo que aprovechó la circunstancia para acercarse. La penumbra se había adueñado del lugar. Por un momento dudé en bajar el vidrio pues, a pesar de su agradable semblante, uno nunca sabe. Me acaban de asaltar, me dijo, me dejaron sin ropa. Eran tres jóvenes a los que no opuse resistencia, andaban armados. Quise congraciarme con ellos, a pesar de lo crítico de mi situación, haciéndome el simpático, recordándoles que cuando eran unos chavales les traía muchos regalos que les dejaba en la chimenea.

Entonces endurecieron sus rostros. Suponiendo que seas quien dices que eres, te diré: les obsequiaste a los niños con papás ricos, a nosotros no. Nuestros jefecitos hace tiempo se fueron a trabajar al otro lado. No sabemos si están vivos o se quedaron en el desierto. Aunque estuvieran aquí eran pobres de solemnidad, por lo que la Nochebuena para nosotros era como otra cualquiera. Los frijoles de la olla era nuestro pavo, unas tortillas el relleno y un jarro de agua era el ponche. Desde luego no hablemos de chimenea, pues hacía las veces de fogón un viejo cubo de lámina al que le echaban carbón que le daba calor al cuarto que servía de cocina, de comedor y de dormitorio, en el que además se guisaban los alimentos. No viejo, no me vengas con ese cuento. ¿Dónde dejaste la cámara de las fotos?, interrogó otro. Yo te he visto en el aparador de alguna tienda para ricachones. Te gusta apapachar niños a los que sientas en tus rodillas. No te hagas. Echa la lana, dijo el otro, con apariencia de andar drogado. Dinos ¿cómo te llamas? ¿Dónde vives? De pronto cesaron sus amenazas, una patrulla de la Policía con los focos de la torreta prendidos, se acercó. Me sentí a salvo, al fin la caballería hacía acto de presencia.

Iluso de mí. Arriba había dos uniformados, sin molestarse en abrir las portezuelas, qui’ubo, que’ay, dijeron a manera de saludo, ¿qué haces en esas fachas? Fui víctima de un asalto, dije, que bueno que llegaron, los ladrones dieron vuelta en esa esquina. Súbete, fue la orden dada con voz cortante. Me condujeron sin más trámite a un edificio donde había detenidos varios borrachos. A éste ¿por qué lo traen?, preguntó un guardia. Por faltas a la moral, se paseaba semidesnudo por la calle. Fui empujado al interior de una celda. El frío me tenía entumecido. Unas horas después fui puesto en libertad, aún no amanecía. Los niños ya no creen en mí. Las grandes tiendas donde antes me proveía ahora han subido los precios de sus artículos, tanto que ya me es imposible adquirirlos. Las fronteras se han vuelto difíciles de cruzar. Donde no hay muros, hay aviones vigías que vuelan silenciosos. Varias veces me han disparado desde tierra. El hombre desconfía de los hombres de otras latitudes, la gente cada vez está más recelosa, tienen miedo. Me veo precisado a dar grandes rodeos.

Las familias con hambre, en un descuido se han apoderado de mis renos que han sacrificado para comerlos. El trineo lo vendieron como chatarra. Es por eso que tengo que moverme caminando, al alcance de personas sin sentimientos de caridad. En mis correrías encuentro que los festejos que antaño eran para glorificar al Niño Dios, hoy se han convertido en saraos en que hombres y mujeres de alcurnia dan rienda suelta a los instintos más primitivos. Ellos que tienen recursos se van a las playas y centros turísticos a divertirse olvidando sus deberes para con su creador. La gente, que se siente perdida, pretende aturdirse tomando alcohol. Sus creencias se basan en que hay que rendirle pleitesía al becerro de oro, pues vida sólo hay una y al expirar se extingue por completo. En el más allá no hay otra cosa que oscuridad, la carne se pudre, en el sepulcro todo termina. Es el pensamiento del hombre moderno. Bueno, dijo por último, me voy.

Si me detuve fue por que tenía que decirle a alguien lo que pasa. Mis ayudantes vienen por mí en otro trineo. Dígale a la gente que aún conserva el espíritu navideño que lo haga perdurar todo el año, no sólo en estas fechas.

Presencié azorado cómo empezó a ascender. Agitó el brazo y se desvaneció en la negrura de la noche. Una estrella brillaba esplendorosa en el firmamento. Quizá, la de Belén.

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