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La guerra del narco/Archivo adjunto

Luis F. Salazar Woolfolk

La guerra del Estado mexicano en contra del crimen organizado, debe analizarse a luz de dos enfoques: el institucional y el social.

El arraigo que tiene en nuestra sociedad la cultura del tráfico y consumo de enervantes, ha generado además de la muy conocida y publicitada guerra entre el Gobierno y el crimen organizado, una guerra intestina de la sociedad enfrentada consigo misma, de cuya existencia aún no somos plenamente conscientes.

Las drogas han existido siempre, sin embargo, es hacia la segunda mitad del siglo veinte que aparecen como fenómeno de masas. Antes de ese tiempo, en nuestro país el consumo de drogas estaba confinado a pequeños grupos de indígenas, que consumían el peyote o los hongos con propósitos medicinales o asociados a sus formas de culto. En las sociedades urbanas, el consumo de la marihuana se reservaba para artistas excéntricos y se atribuía con razón o sin ella al soldado raso.

Sin embargo a partir de los años sesenta, el tráfico y consumo de drogas emerge como realidad social y prolifera asociado a un movimiento cultural o mejor dicho contracultural a nivel mundial, en el que participan hasta nuestros días, el teatro, el cine, la televisión, el radio, la industria discográfica, el regenteo de los antros de reunión de los jóvenes, etcétera.

La droga como artículo de consumo no sólo es negocio en cuanto a su tráfico y consumo material, sino en términos de espectáculo, diversión y puerta de escape frente al vacío existencial al que parece estar condenada la sociedad posmoderna.

Se hace apología de las drogas e invariablemente, el fenómeno se presenta como inevitable acompañante de la sociedad humana, una vez apartada de los valores solidarios de la filantropía, el heroísmo cívico o la santidad religiosa que en otros tiempos fueron paradigma, causa y razón de una vida plena.

A nivel personal, no falta quién tentado por el éxito repentino y el dinero fácil se involucre en el crimen organizado, poniendo en peligro su seguridad e incluso su propia vida. En esa tesitura, la existencia sólo vale la pena en función de un concepto de “calidad de vida” asociado a la búsqueda del placer y a la disposición de bienes materiales en abundancia y por ello, se llega al extremo de asumir el riesgo de una muerte violenta.

El sujeto integrado a la dinámica del crimen, incorpora a su familia y así genera estructuras que atentan contra la salud de la sociedad y contra la seguridad del Estado.

Mientras no cobremos conciencia de lo anterior y hagamos algo al respecto en todos los órdenes de nuestra vida social y de la cultura, seguiremos viendo cómo un buen número de nuestros seres queridos, familiares, amigos o simples vecinos y conocidos de todas las clases sociales, complica sus vidas en las redes criminales del narco o en la dependencia de las drogas.

La despenalización del tráfico y consumo de drogas que algunos sugieren no es solución, porque ello equivale a aceptar que por el solo hecho de que se practiquen impunemente, debamos quitar los límites a todo tipo de conductas destructivas y por ende criminales, hasta llegar a la anarquía que haga imposible la vida en sociedad.

Correo electrónico:

salazarw@infosel.net.mx

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