Se veía sonriente, saludando con los brazos en alto. No sabía aún si sus espaldas soportarían el peso de la enorme responsabilidad que habían colocado en ellas. Le habían otorgado el máximo honor de conducir la nave de San Pedro junto a la pesada tarea de proteger las posiciones fundamentales por las cuales la Iglesia Católica existe. No era la hora de desfallecer. En la gran plaza la gente se arremolinaba como una expresión de la espiritualidad ecuménica. Se oían las exclamaciones de júbilo ante el portento que habían contemplado de ver salir el humo blanco anunciando que había un nuevo guía pastoral. Él manifestaría su voluntad de llamarse Benedicto XVI. Estaba contento al ver la multitud de fieles que esperaba su llegada. Por un momento se dejó envolver por el alborozo, la exultación y el regocijo de miles de visitantes que inundaban la gran plaza. Veía cómo los ojos de aparatos modernos le apuntaban desde todos los ángulos, llevando su imagen a los más distantes rincones de la Tierra. En ese momento resonaron sus palabras: hay que tener una fe clara basada en el credo de la Iglesia.
El mundo de ahora no es el mismo que se resguardaba en el temor a Dios, las nuevas hornadas de jóvenes piden amor como la tabla de salvación para la humanidad que ha empezado apenas a caminar por los senderos del siglo XXI. La rigidez con la que establecía los preceptos a los que debía someterse el creyente han variado con el paso de los años. La temida excomunión a consecuencia de no compaginar una vida caprichosa, en que el bienestar está al alcance de tu mano entregándote al desenfreno, la inmoralidad, el libertinaje, el descarrío y la incontinencia, desechando las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, no es más una barrera que detenga el desvarío en que ha caído una porción de la humanidad. Lo importante será modernizar a la Iglesia sin cambiar sus principios fundamentales. Esa es la tarea a la que el Papa dedicará todo su esfuerzo. No hay momento que perder, el tiempo apremia, debe impulsarse la misión evangélica. De los pobres es el reino de los cielos, es una frase que debe ser reescrita para encontrar que es en la Tierra donde empieza ese reino. No más sacrificios que se resuelvan en la idea de que a los magnates les está negado el ingreso al paraíso. Eso no es un consuelo.
Hay temas, en un mundo cada vez más incrédulo, que parecería pretenden ser la única misión que tiene la Iglesia es la de discutir si debe mantenerse vigente el celibato. Esto es, si el sacerdote debe abstenerse de tener pareja o no, -¿habrá tenido como consecuencia que haya descendido el número de estudiantes en los seminarios?- Otra pregunta es si debe o no prevalecer el gobierno central de la Iglesia o si se debe aumentar las atribuciones de las conferencias episcopales. Si debe darse paso a que en la Iglesia exista el sacerdocio femenino. Que la prohibición de que se administre los sacramentos a los católicos divorciados y vueltos a casar, debe permanecer o no. Asimismo están pendientes, en un planeta que ha ido reduciendo las distancias, propiciando generaciones de incrédulos, con su negativa al uso de preservativos y de anticonceptivos. En contra está, dicen los que no están de acuerdo ni dispuestos a aceptar reglas que van en contra de la sobrepoblación, de los hijos no deseados y de las enfermedades sexuales. Desde luego, no están dispuestos a aceptar la continencia como un remedio a esos males. El homosexualismo, la eutanasia, el uso de embriones humanos, son cosas que también serán de su incumbencia.
El Papa Benedicto XVI no es nuevo en el oficio. La verdad es que los asuntos en cuestión le hubieron de ser planteados cuando caminaba al lado de su antecesor el Papa Juan Pablo II, lo cual sabemos era una cosa y otra muy distinta la de tener que tomar una decisión como postura personal. Sin duda no es un improvisado, aunque el capelo cardenalicio no es el mismo que está usando como Papa. La edad es de suma importancia para un Papa que de acuerdo con sus creencias ve más cerca, cada día que pasa, la hora de rendir cuentas. Él se ha calificado como un humilde obrero en la viña del Señor. Quiera Dios que esté enterado de las injusticias que se cometen a diario, quiera Dios que pueda acabar con esa hidra de cien cabezas que significa hambre para millones y saciedad para unos cuantos, quiera Dios que quiera emprender ese camino lleno de abrojos y cardos que quienes nos gobiernan no solamente han rehuido sino que, han ayudado a abrir una distancia abismal entre los que tienen todo y los que no tienen algo. En resumen, ojalá que con serenidad de ánimo regrese a la santa madre Iglesia al viejo rito latino y a los cantos gregorianos. El Papa debe volver la Iglesia a sus orígenes.