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¿La historia volverá a repetirse?

Martha Chapa

Un año más ha transcurrido y como ocurre siempre que hacemos una valoración de ese tiempo, hay saldos positivos y negativos. También hay remanentes que lamentablemente perduran y se extienden a través de los años.

Pero vayamos primero a 2004, que por cierto cerró cobrándose más de cien mil vidas con el maremoto en Asia, que por su magnitud y consecuencias no tiene precedentes en la historia. La tragedia también golpeó en diciembre a Argentina, donde murieron alrededor de 200 jóvenes y cientos más resultaron heridos en el terrible incendio que se suscitó en una discoteca de Buenos Aires por esa irresponsabilidad y corrupción tan típicas de nuestro tercer mundo.

En nuestro recuento cronológico, la devastación causada por la guerra ocupa de nueva cuenta el indeseable primer sitio en el dolor y la desgracia humanos. Me refiero al caso de Irak, con todo lo que implica la sangrienta tiranía de Saddam Hussein y la aún más reprobable invasión estadounidense, que desde el inicio del conflicto ha acumulado la macabra cifra de más de cien mil muertes, además de las ignominiosas torturas perpetradas por soldados yanquis, la devastación del medio ambiente y los daños incalculables que ha sufrido el patrimonio cultural de esa milenaria nación —que en el caso de algunas piezas de arte antiquísimas y edificios de inmenso valor histórico, se ha perdido para siempre.

Hubo otras desgracias, igualmente terribles, que nos parecen impensables en pleno siglo XXI por horrendas e incalificables, como el secuestro masivo de escolares en una escuela rusa que arrojó un saldo de cientos de niños inocentes muertos, o el demencial atentado islámico en el metro de Madrid, que también alcanzó cifras centenarias en cuanto a víctimas.

Tragedias a las que podríamos sumar otras que nos aterran, trátese de muertes por hambre y desnutrición o de inundaciones, choques de trenes, accidentes aéreos y carreteros, que en su conjunto inciden en los resultados negativos del año.

En lo que se refiere a los hechos positivos, cuesta más trabajo detectarlos y enumerarlos. Uno de ellos fue que por vez primera el Premio Nobel de la Paz se otorgó a una mujer africana, Wangari Maathai, originaria de Kenia, quien ha sostenido una lucha frontal en defensa del medio ambiente pero al propio tiempo a favor de los derechos de mujeres y niños.

Así también, otras buenas noticias tuvieron que ver con descubrimientos científicos, ya sea en el ámbito de la salud —especialmente en relación con el genoma humano— o de la investigación espacial —principalmente en lo que se refiere a los deslumbrantes hallazgos en Marte. Oros ejemplos son, en el ámbito del pacifismo, la cooperación internacional, las nuevas tecnologías para bien del hombre y diversos movimientos para apuntalar los derechos humanos en contra de guerra, pobreza, injusticia e inequidad social.

No obstante, cada año nos parece que estos avances, aunque loables, son más escasos frente a la problemática mundial de nuestro tiempo. Y como decía al principio, cada año hereda al que sigue una dosis enorme de violencia, guerras, pobreza, discriminación, déficit económicos, desempleo y otras desventuras, que revelan a una humanidad incapaz de detener a los jinetes del Apocalipsis.

Espero que en los próximos años de verdad vayamos resolviendo, cada quién en su espacio y tiempo, en su propia parcela humana, cívica y profesional, muchos desastres y catástrofes sociales, más allá del orden natural, que todavía nos flagelan y que está en nuestras manos atenuar para que algún día o año celebremos el avance humano y la Tierra se convierta en un mejor planeta para vivir.

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enlachapa@prodigy.net.mx

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