Cada persona es libre de excogitar los medios por los cuales intenta alcanzar su felicidad. Cada cual trata de allegarse los elementos que le permitan estar en paz consigo mismo.
En ese sentido, nada tengo que decir de la señora Marta Sahagún por el hecho de haber promovido y obtenido la anulación de su matrimonio.
Lo tendría respecto de la esposa del presidente de la República. Pero sólo por el hecho de haberse aprovechado (como se supone que lo hizo) de su status político para lograr el objetivo citado.
Tampoco me siento en condiciones de reprocharle a la Iglesia y más concretamente a algunos sacerdotes de ésta su proceder en el caso comentado.
Y no me siento así, porque amando la doctrina de Cristo y esforzándome por vivir de acuerdo con ella, no acudo a ninguna iglesia, aunque todos los días confirmo mi creencia en que Jesús se encuentra en cada persona que se cruza por mi camino y es con ellas con quienes tengo que tratar de poner en práctica los principios que nos heredó el Nazareno.
Pero tengo amigos, como Enrique, que se encuentran seriamente afectados por esa decisión que a la distancia se antoja convenenciera y por tanto consideran que lastima a la Iglesia (su Iglesia) como institución.
Como estudioso del derecho siempre me ha llamado la atención la forma en que acomodaron en el derecho canónico los elementos jurídicos para llegar a la conclusión de que sí es posible que, como se ha sostenido ya por otros comentaristas, lo que Dios ató en el cielo lo pueda desatar el hombre (o un tribunal) en la tierra.
Si desde el ángulo jurídico este tipo de asuntos pueden ser discutibles y mueve a desasosiego, me imagino que desde el espiritual debe ser terrible. Por eso comprendo y respeto el enojo de algunos amigos al conocer el caso comentado.
Estoy consciente que no se puede juzgar a la Iglesia Católica ni a ninguna otra iglesia por lo que hagan algunos de sus ministros. Pero lamentablemente esos son los hechos que marcan a las instituciones.
¿Cómo puede desarrollarse un procedimiento jurídico, en el que intervienen dos partes, si quien debe juzgar no le muestra a una de ellas el escrito en el que se contienen los argumentos en que su contraria apoya sus pretensiones? Eso implica dejarlo en completo estado de indefensión.
El señor Manuel Bribiesca Godoy dice que unas personas del tribunal eclesiástico se entrevistaron una vez con él y le dijeron que nombrara a un abogado para que lo defendiera. Pero no le mostraron ni le dieron copia de la demanda instaurada por la señora. ¿Cómo se podía defender en tales condiciones? Es más, de acuerdo con la información que él proporciona, es fecha que no se le notifica la resolución.
Por eso afirma que: “No hay motivo para anular el matrimonio... Quizá algunos miembros de la Iglesia quisieron quedar bien porque es la esposa del presidente de la República”.
Lo que sí está claro es que la Iglesia trató este asunto como un caso de excepción y en ese sentido Bribiesca tiene razón en cuanto a la celeridad con que se desarrolló Sin embargo, habría que añadir que este procedimiento no es el único, así como que, en la gran mayoría de los casos (por no generalizar) son las personas económicamente fuertes y con influencias las que recurren a los tribunales eclesiásticos buscando la anulación de su matrimonio.
Es ahí cuando quienes los tramitan lastiman a muchos fieles y colocan a la Iglesia en entredicho.
Los tribunales pueden anular un matrimonio religioso, entre otras causas: Porque no hubo amor en el momento de su celebración. Porque los contrayentes o uno de ellos, no creía al celebrarlo en la indisolubilidad del matrimonio. O porque no creían que el fin único del matrimonio es la procreación.
Me pregunto: ¿Cómo puede probarse que no hubo amor al momento de la celebración de ese acto religioso? Ello es tan subjetivo que se antoja una prueba diabólica. Anulan (disuelven) el matrimonio porque los cónyuges no creían en que era indisoluble. ¿Tiene esto lógica?
Al actuar como lo han hecho, algunos sacerdotes hacen que la Iglesia se muestre ante los ojos de los fieles y la sociedad como una institución convenenciera.
Una vez más olvidan o se niegan a admitir que la Iglesia debe permanecer alejada del poder público para estar en posibilidad de cumplir fielmente con su misión.
Porque para la Iglesia, el poder público es un fuego que no purifica... Y sí quema.