El conflicto diplomático-político entre México y Venezuela parece tener una sola razón aparente: la izquierda internacional está ardida.
La izquierda del personaje de lenguaje florido (por no decir bravucón) y presidente de Venezuela, Hugo Chávez, pero también la izquierda de Néstor Kirchner (Argentina) la cual es, a final de cuentas, la izquierda de Fidel Castro.
Esta izquierda, conflictiva y radical, es distinta... muy distinta de la izquierda social-democrática del presidente chileno Ricardo Lagos, o del Ejecutivo brasileño, Luiz Inacio Lula Da Silva.
Estos últimos han dejado de lado el enfrentamiento estéril, los reflectores internacionales y las declaraciones estrepitosas y han decidido centrar su atención en los problemas domésticos, de sus propios países.
Cada caso es distinto, en el caso chileno Lagos se ha centrado en los buenos resultados que año con año tiene en materia económica, además de atender asuntos como el juicio de extradición al ex presidente peruano Alberto Fujimori y el proceso contra Augusto Pinochet.
El asunto de Lula es más complejo, el presidente brasileño ha abdicado de los reflectores internacionales por fuerza de conflictos internos. Tras los escándalos de corrupción que sumieron en el desprestigio a su Gobierno (además de costarle la cabeza a sus principales colaboradores), Da Silva se ha dedicado a restablecer la credibilidad interna.
Más allá de sus intereses internos, ambos mandatarios (Lagos y Lula) no han perdido presencia en el concierto de naciones, pero lo han logrado alejados de la estridencia mediática y el golpeteo político.
Chile hoy ostenta la secretaría general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) con su ex ministro del interior, José Miguel Insulza, quien venció a Luis Ernesto Derbez tras votación cerradísima.
El caso de Brasil es emblemático ya que, tras ser uno de los principales impulsores (y ejemplo) para el movimiento antiglobalización, Lula ahora ha sido desplazado como tal tras participar en foros internacionales como el de Davos, repudiado por sus antiguos seguidores.
Pese a esto su cabildeo fuera de las fronteras amazónicas ha sido intenso, tanto en el Mercosur como en el Pacto Andino e, incluso, en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en cuyo consejo de seguridad aspira a ocupar un puesto permanente.
No se debe olvidar la pasada cumbre de los países árabes con los latinoamericanos de hace algunos meses en donde quedó clara la vocación internacional del país más grande de América del Sur.
La de estos personajes es una clase distinta de izquierda, más cercana de la democracia y el respeto a la diversidad, más inteligente, más propositiva.
La otra, la del enfrentamiento y cerrazón es la de Kirchner, Chávez y Castro, la que hoy tiene a miles de cubanos exiliados o encarcelados como presos políticos, la que hoy restringe el Internet para los ciudadanos, la que los obliga a vivir con unos pocos dólares.
Esa es la misma izquierda que en Venezuela expropió a punta de pistolas empresas legales, patrimonio de años de ciudadanos con todo el derecho, es la misma izquierda que encarceló y censuró a periodistas, quemó y confiscó rotativas.
Es la izquierda que en Argentina genera un conflicto brutal entre la Iglesia y el Estado, con declaraciones de un presidente intolerante, bocón y autoritario que no acepta crítica alguna, que censura sin dar explicaciones.
Precisamente esta es la izquierda inconforme con las declaraciones del presidente mexicano Vicente Fox quien, estemos de acuerdo o no con él, tiene todo el derecho de defender sus puntos en una cumbre internacional como la llevada a cabo hace unas semanas en Mar del Plata.
Es la misma izquierda que pretende apelar al “pueblo de México” para lograr de este un repudio sin sentido a un presidente electo democráticamente, con el valor de los votos.
Es la misma izquierda que llama al otro “cachorro del imperio”, que exhibe videos y grabaciones, que se espina, insulta y degrada... en resumen: es una izquierda ardida. La pregunta surge naturalmente: ¿Esa es la izquierda deseada para México?