Un aforismo legado por la antigua Roma a la humanidad recuerda que la historia es maestra de la vida: “historia magistra vitae”.
Posteriormente, en la época moderna, alguien desdobló la idea, como quien muestra la otra cara de la moneda, advirtiendo que quien olvida la historia está condenado a repetirla.
Sin duda alguna, la historia, tanto de los pueblos como de los individuos, se va configurando como un libro en el que quedan asentadas las vivencias de toda índole, fracasos y éxitos, aciertos y errores. Pero es claro que, al decir de los romanos, lo más importante es el aprendizaje que extraemos -si ello ocurre- de los distintos toboganes de acontecer cotidiano o histórico.
Vale la pena, entonces, visualizar la encrucijada histórica que vive México para repensar en qué sentido habrá de ir la elección que todos y cada uno de los mexicanos adultos habremos de tomar en la elección presidencial del año próximo.
Todo parece indicar que, unos por cansancio y otros por engaño, millones de ciudadanos están dispuestos a jugársela con la izquierda mexicana. Así, cansados o engañados, que para el caso es lo mismo, innumerables compatriotas siguen creyendo en la perversa propaganda que quiere mostrar al actual sexenio como un rotundo fracaso en todos los órdenes; sin molestarse ni un ápice, se tragan las falsedades que a diario arrojan de su boca los dinosaurios del PRI o los voraces bejaranos del PRD.
Para esos mexicanos no existe la solidez económica del país, ni los grandes cambios en materia de transparencia, ni los buenos programas sociales, algunos de los cuales han sido señalados como ejemplares y dignos de imitación en instancias internacionales.
Lo anterior revela que la mayoría de los mexicanos no han extraído ningún aprendizaje de la historia reciente, que no han madurado y que añoran el regreso de Papá Gobierno o, peor aún, de un Mesías que, cual Robin Hood de pacotilla, los saque de la pobreza en un santiamén a golpes de varitas mágicas o de bolos aventados con manos populistas que hundirán al país en el caos.
Es necesario aprender las enseñanzas de la historia. Al recorrerla, cualquiera advierte que los regímenes de izquierda suelen oprimir a sus pueblos o se convierten en magníficos capitalistas.
¿Quién no recuerda al “socialista” Miterrand en Francia, o al otro “de izquierda”, el español Felipe González cuyo Gobierno se deshizo en una maraña de corrupción pública? Estos y algunos otros señores de la izquierda han sabido tocar el señuelo engañabobos para atraer multitudes y, a fin de cuentas, se han comportado como cualquiera de sus oponentes de derecha. Con todo, hay que aceptar que configuran el reducido grupo de los “izquierdistas” menos dañinos. Porque los otros, los opresores que conforman el mayor número, sólo han dejado estelas de miseria y de dolor.
Leo en estos días la información que distintos medios difunden acerca de lo que ocurre en Cuba, en este moribundo bastión de la izquierda mundial: crece el número de cubanos que intentan llegar a Estados Unidos en arriesgado cruce por el estrecho de Florida.
Cada año aumenta el número de cubanos que logra llegar a las costas estadounidenses en embarcaciones improvisadas a causa, según informes, de “las tribulaciones económicas, la represión de los disidentes por parte del régimen castrista y ante una burocracia que dificulta incluso la salida de algunos migrantes legales”. Sabido es que en Cuba no existe ninguna otra Ley que no sea la expresada por el dictador, ni alguna otra instancia que no sea voluntad. Esta es la característica de los izquierdistas: gritan que sólo existe la Ley del pueblo -siempre y cuando sea mudo- que ellos interpretan a su capricho. Cualquier disidente es confinado a las cárceles de la opresión o la ignominia.
Ahora, para aprender de la historia, no está por demás observar a nuestros ínclitos agazapados en la izquierda mexicana: repiten como loros desquiciados la falsaria propaganda de ser ellos “progresistas y demócratas”.
Sin embargo, y salvo honrosas excepciones, sus hechos revelan constantes burlas a la Ley y a las instituciones, bravuconerías populistas luego de ser descubiertos sus evidentes tentáculos de corrupción, demagogia a raudales y, finalmente, nulo ejercicio democrático en los procesos internos de selección de candidatos en el partido que se autoproclama de izquierda. ¿Todo este cúmulo de realidades ominosas puede ser calificado de “progresista y democrático”?
No sólo Fidel Castro, sino otros muchos líderes de la izquierda mundial llegaron al poder después de haber engañado a sus pueblos prometiéndoles paraísos de progreso y democracia en la tierra. Y sólo les construyeron horripilantes infiernos. Arrojaron la careta de redentores y mostraron su verdadera faz de tiranos. Si la historia es maestra de la vida, más les vale a muchos repensar su voto al Peje y a toda la izquierda mexicana. Quien recurre al engaño para hacerse del poder, no es confiable.