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La Laguna y sus Hombres / AGUSTÍN DE ESPINOSA EL MISIONERO

Dr. Raúl Cuéllar Moreno

¿De qué están hechos estos hombres? Cuando lees la historia de nuestros misioneros Jesuitas y Franciscanos en el norte, no es posible sentir sino respeto y admiración por esa entrega a su fe inquebrantable. Hernando de Tovar, hijo único de una familia acomodada, con una educación excelente, toma los hábitos y se va a educar en su fe a los Tepehuanos que lo sacrificaron en Topia entre sufrimientos extremos. Lo mismo sucede con Fonte y Maranta en Santiago Papasquiaro, Julio Pascual en Sinaloa y tantos otros mártires de las tierras bárbaras de nuestro norte.

Así, en 1594, parte de Durango nuestro misionero jesuita Fray Agustín de Espinosa que recorre nuestra Región Lagunera, educando a los naturales.

Leer la carta que envía a su amigo el padre Arista a quien invita a compartir sus trabajos, te mueve el alma al respeto: ?-Guerra me hace el demonio y algunas veces muy cruda, pocos días ha me vide tan lleno de tedio, tristeza y sequedad que Taedebat jam animan meam vitae meae (sic): ¡Oh qué paciencia y confianza de Dios es menester para estos ministerios!, ¿qué no hay de ocasiones, qué soledad, qué caminos, qué despoblado, qué hombres, qué aguas amargas y de mal olor, qué serenos y noches de aire, qué soles, qué abundancia de mosquitos, qué espinas, qué gentes y niñerías con ellas, que tlatoles (chismes) y contradicciones de hechiceros, mas si todo fuese flores, qué nos quedaría qué ganar en el cielo?

Qué descripción tan fiel de nuestra tierra lagunera de entonces, para recorrerla sólo a pie y educando a aquellas criaturas salvajes.

Después de cuatro años y ya en compañía del padre Francisco Ramírez, logra reunir más de dos mil indios de cuatro caciques, en el Valle del Pirineo llamado también de las Parras donde en febrero de 1598 levanta el acta de repuebla de Santa María de las Parras con la presencia del capitán Antón Martín Zapata. En mayo del mismo año en 1598, a su paso, funda San Juan de Casta (hoy León Guzmán, Durango) y la Villa de Mapimí.

Muere en su Parras querido el 29 de abril en 1602. Tan sólo seis años y hace una obra admirable que continuaron otros de esos incansables misioneros.

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