Las promesas del candidato Vicente Fox de grandes reformas en todos los campos de la vida económica nacional, desde la educación a la energía, pasando por el terreno fiscal y laboral, no se han materializado en su administración como presidente de México. El crecimiento económico quizá rebase el siete por ciento que ofreció en campaña, pero no como promedio anual sino sumando todos los años de su gestión. El presidente Fox no reconoce abiertamente su deficiente actuación y cuando puede, que es muy seguido, culpa de todo al Congreso y se excusa diciendo que su fracaso por lo menos muestra que él es un presidente demócrata, elegido por la población, y no un dictador. ¡Qué consuelo!
En realidad Vicente Fox ha sido un gobernante inepto. Sus éxitos, de los cuales presume con mensajes vinculados al Quinto Informe de Gobierno y aprovechando el tiempo gratuito que tiene en los medios de comunicación, están relacionados con programas populistas y de más gasto, como son el de Oportunidades, el seguro popular o la construcción de viviendas.
Es muy fácil gastar el dinero y repartirlo en ese tipo de programas. Lo difícil es gobernar un país haciendo los cambios que se necesitan aún cuando se afecten a los grupos de interés, quienes siempre se opondrán a ellos. En este respecto su gestión ha sido un rotundo fracaso. En la práctica Fox ha aplicado durante su mandato la Ley del menor esfuerzo, eludiendo todo tipo de problemas que pudieran minar su popularidad o llevarlo a la toma de decisiones que lo enfrentasen con los grupos de interés.
No se puede negar que en el Gobierno de Fox haya crecido el gasto corriente y que en varios aspectos haya gastado más que el Gobierno de Zedillo, pero pocos se han percatado que pudo hacerlo no por su habilidad o visión como gobernante, sino porque contó con el enorme beneficio de un precio del petróleo más elevado que el que estuvo vigente en los gobiernos de sus antecesores. Puesto en perspectiva, este Gobierno ha recibido por ingresos petroleros el doble de los recursos que obtuvo por ese concepto la administración anterior.
En efecto, en el período que va de enero 1995 a julio 1999 las exportaciones petroleras fueron de 43,922 millones de dólares, mientras que en el lapso enero 2001 a julio 2005 alcanzaron la cifra de 87,206 millones de dólares. Esta comparación nos muestra que el gobierno de Fox contó para gastar con la friolera de poco más de 43 mil millones de dólares adicionales a los que obtuvo el Gobierno de Zedillo sólo por ese concepto. ¿Qué hizo realmente con ese dinero? ¿Cuántos de sus ?logros? se habrían materializado si no hubiera contado con esos recursos adicionales?
Un presidente más prudente y con mejor visión pudo haber usado esos recursos extraordinarios para mejorar la infraestructura y sentar las bases para el futuro crecimiento. Ese no ha sido el caso. En su lugar, Fox optó por acciones que le mantuvieran alta su popularidad ampliando el gasto corriente.
La calidad de la gestión de Fox, sin embargo, se debe evaluar no por el monto del gasto, al que nadie se opone y políticamente todos aplauden, sino por su capacidad para resolver a favor del país las situaciones difíciles e instrumentar los cambios que bloquean los grupos de interés. Y en esto su récord es desastroso. No existe un solo ejemplo donde haya podido doblegar los intereses que se oponen al cambio. Por otra parte, abundan los ejemplos en contrario. El nuevo aeropuerto y los macheteros de Atenco; el programa para el Campo que subsidia todo y obtiene nada; el gravamen a la fructuosa; la ley de los cañeros que implica un regreso a la interferencia gubernamental en el mercado de azúcar; el desafuero sí y luego el desafuero no del señor López; la regularización en dos ocasiones de autos ilegales; etcetera.
La expresión más reciente de su fracaso en enfrentar la oposición al cambio apareció en el anuncio esta semana del paquete de diez medidas en materia de petróleo y gas donde, además de mostrar un claro contagio de la retórica de personajes retrógrados como Manuel Bartlett al señalar que ?la soberanía sobre nuestros recursos es un asunto de seguridad nacional?, dio marcha atrás a su postura de campaña en cuanto al destino de las empresas públicas del sector energético diciendo que ?Petróleos Mexicanos (Pemex), la Comisión Federal de Electricidad, y Luz y Fuerza del Centro son y seguirán siendo empresas de todos los mexicanos, empresas del Estado Mexicano?. Esto es la gran mentira que la clase política mexicana difunde en todas partes, cuando en la práctica esas empresas más que de todos los mexicanos, son terreno propicio para la corrupción y un botín para los sindicatos de las mismas.
El presidente Fox prefiere, como lo ha dicho, preservar la ?paz social?, en vez de aplicar sin miramientos ni excepciones el Estado de Derecho y el imperio de la Ley. De nuevo, prefiere tomar la vía fácil, la del menor esfuerzo. Él fue elegido para administrar el país y tomar decisiones difíciles y no para convertir al Estado en una gran institución de beneficencia lo que, como señalé antes, pudo hacer gracias no a sus habilidades sino a la suerte de contar con un precio del petróleo muy elevado que le proporcionó el doble de recursos de los que obtuvo el Gobierno de Zedillo en igual período.
El principal costo de la actual administración está en que sus resultados tan pobres llevan al desencanto con su gestión y abren las puertas al regreso de ofertas populistas e intervencionistas que parecían ya superadas en México. La ventaja del señor López en las encuestas para la selección del próximo presidente se debe tanto a sus habilidades como político como a la ?Ley del menor esfuerzo?, única Ley que Vicente Fox aplicó vigorosamente durante su administración.