El cuento nos da razón de una liebre que, confiada de ganar la carrera contra la tortuga, decidió dormirse un ratito sin imaginarse nunca que el espíritu emprendedor del animal lo llevaría a la victoria.
En Coahuila esa historia volvió a repetirse, aunque con un sentido diametralmente opuesto. Aquí, la tortuga se quedó dormida creyendo que al abrir los ojos podría reanudar la carrera y llegar a la meta antes que la liebre. Ilusa tortuga. Ahora ya no duerme y se la pasa todo el tiempo rogándole a los jueces que cancelen la carrera, pues, según afirma, el bicho orejón incurrió en un sinfín de trampas.
La liebre de este cuento es Humberto Moreira. Y la tortuga, Jorge Zermeño.
El ex aspirante panista representaba la mejor opción para los coahuilenses. Además de contar con una preparación académica aceptable, es un destacado empresario y fue también un servidor público muy respetado. Pero en la política, no basta ser el mejor. Por el contrario, la mayoría de las veces se alza con el triunfo el peor de los candidatos.
Antes de que comenzara la contienda estatal, el ex candidato priista tenía ya muchas cosas a su favor. En primer lugar, contaba con la maquinaria de su partido, la cual sigue funcionando en Coahuila cual si fuera una aplanadora. Otro punto que sin duda le ayudó, es la buena opinión que los coahuilenses tienen de la administración de Enrique Martínez. Por último, lo benefició el intenso trabajo que ha realizado el PRI para reclutar jóvenes. En lo personal, no puedo concebir que exista un joven que se ostente como priista. A mi modo de ver, es característica de la juventud el afán por hacer bien las cosas, y ese ánimo está completamente divorciado de un partido cuya historia se ha construido con los ladrillos de la corrupción y del abuso de los mexicanos.
Pese a ser la tortuga del cuento, pues existían muchos aspectos negativos que pesaban sobre sus aspiraciones cual si fueran un enorme caparazón, Jorge Zermeño se quedó dormido durante la contienda. Mientras Humberto Moreira no descansaba, el aspirante panista perdió el tiempo en una supuesta “campaña de altura” pero que no le sirvió para posicionarse como una buena opción.
Días antes de la contienda, Zermeño abrió los ojos y corrió lo más rápido que pudo. Con tal de atraer la atención de los coahuilenses, se olvidó de la campaña de altura y lanzó ataques a su contrincante. Pero todo fue inútil. En las urnas, la derrota fue contundente. Si bien Moreira y el PRI incurrieron en prácticas deleznables e indignas, estoy seguro que si hubiera jugado limpio, el resultado final sería el mismo.
Casi dos semanas han transcurrido desde que se celebraron las elecciones, y Zermeño está más activo que nunca denunciando a cuanto se ponga enfrente las irregularidades cometidas por su contrincante en el proceso del 25 de septiembre.
Zermeño y el PAN tienen todo el derecho de impugnar la elección, sin embargo, su historia sería muy distinta si durante la campaña hubieran hecho todo lo posible para despertar el interés de los coahuilenses. Ahora los reclamos albiazules, aunque legítimos, suenan más bien a una más de sus inútiles pataletas.
Fraude electoral existió. De eso no me queda la menor duda. Pero pese a éste, el PAN hizo hasta lo imposible por perder la gubernatura. Las pugnas internas, la designación de candidatos poco atractivos en algunos municipios, y la modorra con la que vivieron el tiempo para el proselitismo, fueron un pasaporte seguro al fracaso.
Jorge Zermeño era un candidato muy preparado para ganar, pues cuenta con las aptitudes necesarias para ser un buen gobernador. Sin embargo, nunca se preocupó por aprender a perder y esto se está reflejando ahora. Aunque es su deber y su derecho reclamar si considera la existencia de irregularidades, la diferencia sustantiva de votos me hace suponer que Humberto Moreira hubiera ganado con trampas o sin trampas.
La tortuga se quedó dormida. Ahora, de nada le servirá tener los ojos abiertos.
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