En los primeros días del mes de julio, falleció un personaje que disfrutamos y aplaudimos desde nuestra niñez; una de las heroínas del cine mexicano en su época de oro.
A lo largo de su vida como actriz, participó en más de 80 películas, varias de las cuales pueden considerarse ya clásicas. Algunas de las más populares muestras de “su cine” son: Los tres García, de Ismael Rodríguez; ¡Arriba el norte!, de Emilio Gómez Muriel; Salón México, de Emilio, El Indio, Fernández; Nazarín, de Luis Buñuel, y Tiempo de morir, de Arturo Ripstein.
Se trata, sí, de la gran Marga López (Catalina Margarita López Ramos). Una mujer que sentimos tan nuestra, que muchos hasta ignoraban que había nacido en San Miguel de Tucumán, Argentina, el 21 de junio de 1924.
Desde su niñez afloró su talento artístico -a pesar de que ella misma confesó que sus inicios se dieron entre la timidez y hasta el tartamudeo-, pues formaba parte del legendario grupo Los Hermanitos López, constituido con sus hermanos y hermanas, siete en total, con el cual registraron clamorosos éxitos en cuanto teatro o cine se presentaban (hay que recordar que por aquellos tiempos en los intermedios o al final de las funciones se incluían espectáculos musicales en vivo), no sólo en México sino en toda América Latina.
Una de estas apariciones se registró ante el mismísimo general Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, en pleno 1938, año de la expropiación petrolera. Cuentan que el Tata Lázaro quedó muy impactado con ese grupo infantil. Aquella era, precisamente, la primera vez que Marga López pisaba suelo mexicano; cuatro años después regresaría para instalarse definitivamente en este país.
Cuando se empezó a desintegrar el grupo familiar, su actividad artística se encauzó hacia el teatro y el cine, aunque también serían célebres, ya en los años setenta, sus participaciones en la televisión. Como en aquella telenovela inspirada en la película Todo sobre Eva -protagonizada por la legendaria Bette Davis, que recibió en su momento muchos premios de la Academia-, pero que aquí le llamaron “Las Máscaras”, en la que Marga actuó junto a otros reconocidos artistas, como Joaquín Cordero e Irán Eory.
En lo personal tuve la gran oportunidad de tratarla y debo decir que era sencilla, amistosa, sensible y fina, y jamás se dejó afectar por la “vanidad de las candilejas”, además que solía expresar su agradecimiento de por vida hacia México y su pueblo.
La recordaremos bien a través de sus magníficas interpretaciones, al lado de otros consagrados, como Pedro Infante, Arturo de Córdoba, Cantinflas y muchos más, que en su conjunto son pilares también de nuestra cultura popular.
Y en cuanto a su vida sentimental, sabemos que estuvo casada, ¡y hasta dos veces!, con el mismo hombre, o sea, Carlos Amador. Pero en un libro donde ella misma narra los pasajes principales de su historia personal, desborda amor hacia su gran compañero de la vida, que fue el gran actor Arturo de Córdoba, quien por cierto le declaró su amor de rodillas. Sí, leyó usted bien: de rodillas, a lo largo de todo el show de un conocido centro nocturno de aquella época.
En una ocasión Marga dijo que no le tenía miedo a la muerte, “pero sí miedo a perder la vida”. Pero, en todo caso, aunque no esté aquí, sigue entre nosotros con el recuerdo de su presencia vital y sus grandes interpretaciones en cine, teatro, telenovelas, documentales y archivos de imagen, que registraron, afortunadamente, aquellos tiempos maravillosos de México.
Una polifacética mujer que trabajó duro y bien a lo largo de su vida, por lo que merece ahora descansar en paz. En todo caso, con la gran Marga López se comprueba que cuando la vida se asume con esfuerzo, ética y vocación, a pesar de la muerte los seres humanos subsisten a través de su obra.
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