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La negritud estadounidense

J. Antonio Aspiros Villagómez

Resulta pertinente y oportuno, después de la justificada tormenta de la semana anterior por un descuido en el lenguaje presidencial, repasar para los lectores jóvenes y para los que buscan contexto, la lucha histórica de la población afro estadounidense en pos del respeto a su dignidad, y a favor de la igualdad de derechos con relación a los de sus compatriotas de origen europeo.

La palabra “negro” se utiliza comúnmente en algunos países americanos para identificar a quienes tienen la piel oscura y los genes africanos, pero también con demasiada frecuencia se emplea en tono peyorativo, como cuando en México alguien llama “indio” a otra persona con ánimo de humillarle; de decirle -siempre groseramente y sin razón- que es “inferior”.

Los africanos llegaron a América como esclavos. En uno de los mejores negocios de la época, los traficantes los trajeron para venderlos acá a los usurpadores de estas tierras y hacerlos producir en las plantaciones y las minas. En México y otros países fue abolida la esclavitud como parte de las luchas de independencia en el siglo XIX, y los negros dejaron de ser cautivos y adquirieron derechos, entre ellos el del mestizaje.

No fue así en Estados Unidos, donde siempre se ha practicado la segregación racial y, por extensión, la económica. Bajo esa premisa, las minorías étnicas -de origen africano, latinoamericano y oriental, principalmente- deben vivir aparte, ganar menos y trabajar en ocupaciones “inferiores” y “denigrantes”.

Inglaterra se encargó, desde comienzos del siglo XVII, de llevar esclavos africanos a algunas de las 13 colonias que ese país tenía en América. Las colonias del sur (Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia) siempre fueron esclavistas y allí explotaron en las plantaciones de tabaco, arroz y algodón a aquellos involuntarios inmigrantes, que llegaron transportados -peor que animales- en las bodegas de los barcos; muchos murieron durante el trayecto por el Atlántico.

En 1776 aquellas 13 colonias declararon su independencia, crearon los Estados Unidos de América y proclamaron los derechos individuales, pero sólo para la gente de raza blanca. Los descendientes de africanos siguieron sometidos al régimen de servidumbre inclusive cuando, en 1807, fue abolida la trata de negros. Esa situación se prolongó hasta que Abraham Lincoln prohibió la esclavitud en 1863, y los estados del sur lo debieron aceptar así tras su derrota en la Guerra de Secesión.

Hubo por esos tiempos una Ley, la Homestead Act (1862), que permitió, sólo a los blancos, la ocupación gratuita de parcelas en las tierras estatales del Oeste arrebatado a México, mientras que la población de origen africano, impedida de tener tierras propias, tuvo que seguir sirviendo a sus antiguos amos, ahora como peones o medieros, y perseguidos desde entonces por el membrete ultra racista de los Ku Klux Klan y por las leyes segregacionistas.

Ya en el siglo XX, la lucha de los negros por sus derechos civiles fue también cruenta y difícil. Fueron las principales víctimas del desempleo ocasionado por la automatización tecnológica; sufrieron lo indecible por que se les aceptara en escuelas y restaurantes para blancos, o dejaran de viajar de pie y en un rincón en el transporte público.

En su mayoría estos pobladores siguieron viviendo en el sur, pero también formaron “ghettos” o confinamientos en lugares como Nueva York -el famoso Harlem-, Los Ángeles y Chicago. Para sus luchas por la igualdad racial y la integración, en 1909 fundaron la National Association for the Advancement of Colored People, y en 1956 la Southern Christian Leadership Conference, esta última creada por el pastor protestante Martin Luther King, quien promovió la desobediencia civil y la no violencia.

El arrogante racismo de los blancos dio lugar en 1963, cuando se cumplió un siglo de la abolición de la esclavitud, a que medio millón de afro estadounidenses y una cantidad considerable de sajones que los apoyaban, realizaran una serie de marchas por el país, que convergieron en el Lincoln Memorial de Washington; como consecuencia, al año siguiente fue promulgada una Ley de Derechos Civiles que aseguraba la igualdad de oportunidades sin discriminación racial.

Tras el asesinato de Luther King en Memphis, en 1968, muchos ciudadanos de color se radicalizaron y surgieron grupos -como los Panteras Negras- conocidos en conjunto como el Poder Negro, y que fueron perseguidos legalmente. Bastaría con recordar, entre sus integrantes a Stockely Carmichael, cuya esposa, la cantante africana Miriam Makeba no tuvo autorización para ingresar a la Unión Americana a dar un concierto, y a los atletas campeones Tommie Smith y John Carlos, que fueron expulsados de la delegación de su país a la Olimpiada de México, cuando al ser premiados levantaron el puño con un guante negro puesto, símbolo de su movimiento.

Por su parte, los negros moderados se asimilaron al sistema que siempre los discriminó, y con el tiempo han conseguido cargos públicos de elección, y puestos administrativos y de poder como es ahora el caso de la Secretaría de Estado. El propio pastor protestante Jesse Jackson, que vino a Los Pinos la semana pasada, fue dos veces precandidato presidencial por el Partido Demócrata.

La cultura de los afro estadounidenses es mundialmente conocida.

Desde su música -los espirituales, el jazz, el blues y el rock and roll- hasta su literatura. Elvis Presley fue uno de los blancos más famosos que cantó música negra. Sería imperdonable no haber escuchado y disfrutado a Riley “B.B.” King, Eric Clapton, Jimi Hendix, Chuck Berry, Ray Charles, Louis Armstrong, Billie Holliday, Duke Ellington, Fats Domino, los Jackson, las Ronnettes, las Supremes, Little Richard y tantísimos artistas más, o no haber leído al menos un poco de la poesía o la narrativa de Richard Wright, Ralph Ellison, James Baldwin, Langston Hughes, Gwendolyn Brooks, Alice Walter, Terry McMillan o Tony Morrison, esta última ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993.

Imposible hacer aquí un recuento mayor de las luchas, los logros y la creatividad de los descendientes de aquellos esclavos africanos que fueron llevados a Estados Unidos hace cuatro siglos. Cerca del 15 por ciento de la población estadounidense tiene ese origen racial, y ciertamente la mayoría sigue ocupando una baja escala económica y, en consecuencia, social, debido al maltrato secular por parte de los sajones. Son, esos afro estadounidenses, los que se estarían negando ahora a ejecutar los trabajos que llegan a hacer allá los inmigrantes mexicanos. Nuestro reconocimiento y afecto para ambas minorías.

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