En estos tiempos en los que se calientan ya unas elecciones federales y en algunos estados se celebran elecciones estatales o municipales un tema recurrente es el de la obra pública; bien sea para que partidos en el poder presuman lo mucho o poco realizado durante su gestión y así convertirla en primordial argumento de campaña; bien para desde la oposición agredir al Gobierno en turno con consideraciones a la insuficiencia de acciones concretas plasmadas en obras materiales tangibles.
La obra pública conlleva en principio una serie de beneficios para la comunidad a la que va dirigida. El beneficio no se reduce simplemente a la satisfacción de necesidades concretas en la creación de infraestructura material necesaria para mejorar en el ámbito de la salud, la instrucción, la vialidad o el transporte, sino que además la obra pública durante su construcción es generadora de muchos puestos de trabajo y de una derrama económica que alcanza a amplias capas de la sociedad en la que se erige.
Sin embargo no se puede plantear una relación directamente proporcional entre magnitudes y volúmenes económicos generados por obras públicas respecto de la eficiencia gubernamental integral. Ha habido y está habiendo monumentales construcciones que sólo han servido como culto a la personalidad de los gobernantes que decidieron emplear un dinero público más necesario quizá en otros menesteres, que en levantar esos a la postre auténticos “elefantes blancos”. Otro inconveniente de la obra pública majestuosa es poder convertirse en distracción para el enriquecimiento ilícito de personajes cercanos a las más altas esferas del poder.
Otro hecho constatable en muchas obras suntuosas construidas, es que debido al poco mantenimiento que se les brinda tras su fastuosa inauguración, acaban al poco tiempo en un estado lamentabilísimo. O bien que por las prisas impuestas para ser terminadas al vapor con vistas a la declaratoria inaugural oportuna para determinados tiempos políticos, impere la improvisación con lo que gracias a argucias como la famosa pintura verde del pasto recién plantado, hasta la decoración estilo set cinematográfico luzcan magníficas al corte del listón simbólico, solamente para que una vez pasada la espectacularidad del acto de la inauguración oficial se convierta en auténtica pocilga debido a que nadie se ocupará de concluirla verdaderamente, puesto que ya pasó la prueba política que se necesitaba y no la prueba diaria de su funcionalidad para la comunidad.
Por ello quizá como parte fundamental de la auténtica formación democrática que debiéramos ir desarrollando los ciudadanos debiera estar la detección de las obras públicas realmente impulsoras de un servicio público benéfico para las mayorías del presente y del futuro y cuáles son simplemente monumentos al ego personal o partidista, o monumentales instrumentos para la corrupción o cuando menos para la utilización de dineros públicos en obras no necesarias aunque sí espectaculares y de gran impacto electoral. En esa creación de un criterio ciudadano maduro e ilustrado la labor informativa de los medios de comunicación social resulta fundamental.