El que más, el que menos, todos tenemos la sospecha, no tan vaga como algunos dicen, de que la política es un buen negocio para quienes se han entregado a ella, aún para quienes, a través de los años, no han llegado a afirmarse en los mejores puestos, y que no la dejan esperando que, como a otros, un día amanezca soplando la suerte a su favor.
La mentira más grande que han inventado los que llegan a los sitios más altos, los de elección popular, y cuyo uso se pasan unos a otros es aquélla de su sacrificio por los pobres. Si algo de verdad hubiera en esa frase, sin ser propósito, los pobres en nuestro país no hubieran llegado a ser todos los que son.
Lo que siempre se responde cuando se habla de los pobres es que no hay país que no los tenga. Y es cierto. El peligro comienza cuando llegan a ser problema. Los gobiernos deben saber cuántos pobres pueden soportar sin que lo sean. Donde comen tres, comen cuatro, es cosa que hemos oído decir desde niños en nuestras casas, pero no más. Los países, pues, tienen que estar atentos a que no se llegue el momento en que no tenga solución para ellos.
Por otra parte, los pobres de hoy no son iguales a los pobres de hace unas décadas. Aquéllos se conformaban con algo de comida, de la que a los otros le había sobrado en sus hogares. Iban a pedirla, la recibían y se retiraban llenando de bendiciones a quienes se las daban. Hoy por lo regular el pedigüeño espera que se le dé dinero, por eso, cuando lo pide en las casas sólo llega con sus manos para recibir, no con bolsas para guardar, y normalmente pide en las calles donde la ayuda necesariamente es en efectivo.
Es difícil creer que la pobreza exista en las ciudades. A veces vemos personas gordas y podemos pensar que está así por lo bien que come, y puede ser, al contrario, por la mala calidad de la alimentación que el pobre come. Además, muchos de los pobres son ya viejos y no salen a las calles, cada vez más peligrosas para ellos, que apenas pueden caminar y se quedan donde viven, esperando su muerte.
Lo más dramático son esos niños que crecen en las calles pidiendo, acostumbrándose a ello, y posiblemente no escaparán jamás de ese destino.
Y aquí está la oportunidad de que los políticos que llegan no sólo se hayan preocupado en sus campañas de los pobres, sino que habiendo llegado, se ocupen de rescatar a los que pueden de estos pobres, buscándolos para salvarlos, librándolos a tiempo de su pesimismo y de su frustración, que acaso haya llevado a más de uno a convertirse en grafitero.
La cuestión es que los políticos que llegan no se olviden de sus buenas intenciones, si lo fueron, o traten de cumplir con aquellas promesas que hicieron a los desafortunados, y no los olviden totalmente, en aras de su personal enriquecimiento.