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La rebelión de la prensa

Jorge Zepeda Patterson

Hay un viejo adagio periodístico que afirma que la primera víctima en toda guerra es la verdad. Pero podría añadirse: y también hay catástrofes que pueden restituirla. La tragedia propiciada por Katrina lo demuestra.

La guerra en Irak provocó una especie de parálisis de la prensa en los últimos años. Los niveles de complacencia que ha gozado el Gobierno de Bush en los diarios y noticieros sólo pueden explicarse por la obsesión de la guerra en contra del terrorismo que hace de cualquier crítica al Gobierno una declaración antinorteamericana. Pero lo que acaba de suceder en Nueva Orleans ha roto la tregua. Los reporteros se han rebelado porque ahora las víctimas son estadounidenses afectados por la negligencia de su propio Gobierno.

Anderson Cooper, un reportero de CNN, que entrevistaba a la senadora Mary Landrieu de Lousiana, la interrumpió exasperado por las respuestas políticamente correctas y los mutuos agradecimientos que estaban intercambiando entre autoridades estatales y federales: “Hoy vi un cadáver en la calle siendo devorado por las ratas luego de 48 horas de exposición y ustedes no hacen nada. ¿No se dan cuenta de la indignación que hay aquí? ¿No dejan de pensar en sus carreras políticas por un instante?”.Sin parpadear la senadora simplemente respondió que no era el momento de buscar culpables sino de encontrar soluciones, con lo cual demostró que, efectivamente, no dejaba de pensar en su carrera política ni un instante.

Otra reportera de CNN, Jeanne Meserve, transmitió su nota llorando por el impacto de las escenas de muerte y dolor que había presenciado. Incluso la conservadora cadena de noticias Fox, defensora del Gobierno de Bush, se vio desbordada por la indignación de sus reporteros. Uno de ellos, Shepard Smith, cuestionó con dureza a un policía que permaneció mudo ante sus preguntas: ¿Cuándo va a llegar la ayuda para esta gente? ¿Habrá ayuda? Están muriendo de sed ¿tiene usted alguna idea? ¿Nada? ¿Oficial?

Súbitamente los periodistas dejaron de lado el tono distante y controlado, supuestamente asociado a la “objetividad profesional” y comenzaron a conducir entrevistas cargadas de fiereza e intensidad. Canalizaron la rabia e indignación de las víctimas no sólo como transmisores de esas reacciones sino como depositarios de las mismas.

Sectores conservadores cercanos a Bush cuestionaron ese proceder afirmando que muchos reporteros habían actuado como “activistas” permitiendo que sus “emociones interfirieran con su trabajo”. El asunto ha dado lugar a un debate nacional en el que han tomado partido las diversas corrientes políticas y ha sido ventilado en varios programas de televisión.

La polémica incluso ha saltado a un plano internacional. Rupert Murdoch, el magnate propietario de Fox y de otros medios de comunicación en el mundo, provocó un escándalo mayúsculo hace unos días. Afirmó que el primer ministro Tony Blair le había comentado en privado que la cobertura de la BBC de Londres en la tragedia de Katrina había sido sesgada, “llena de odio hacia los Estados Unidos y se regocijaba de los problemas”.

Interrogado al respecto Bill Clinton consideró que la cobertura de la BBC había sido correcta. Lo mismo cree la mayoría de los ingleses, incluidos los círculos periodísticos e intelectuales. Hasta el momento de cerrar este artículo Blair no había confirmado o negado su opinión, pero el escándalo le ha resultado políticamente costoso. La BBC es una de las instituciones inglesas con mayor prestigio en el mundo y es propiedad del Gobierno. A la opinión pública inglesa no le ha hecho ninguna gracia que su propio mandatario la cuestione en su afán de congraciarse con Bush.

Lo cierto es que la indignación mostrada por los periodistas en su trabajo de campo en Nueva Orleans obliga a la discusión de dos importantes temas. Por un lado, el debate ético profesional sobre los pros y contras del compromiso social y humano por parte de los reporteros. Este es un asunto complejo pero esencial, que me propongo tratar con mayor extensión la próxima semana.

El otro aspecto tiene que ver con el fin de la tregua entre el Gobierno de Bush y la prensa. Lo que pasó en Nueva Orleans ilustra claramente que la sociedad es mucho mejor servida por un ejercicio periodístico con capacidad crítica frente al poder. La ayuda que Bush ha volcado a Lousiana se explica no tanto por el tamaño del desastre, sino por la irritación de la opinión pública.

En realidad, Bush tenía una dimensión clara de la magnitud de la inundación apenas 24 horas después del paso del Huracán, pero suspendió sus vacaciones dos días después cuando se dio cuenta de la indignación nacional que el trabajo de los medios había provocado.

De igual forma, el periodismo independiente y honesto ha puesto el dedo sobre otra llaga que la Casa Blanca ha querido ocultar: Estados Unidos está escindido por profundas divisiones de raza y de clase.

La abrumadora mayoría de las víctimas de Katrina tiene dos cosas en común, ser de raza negra y ser pobre.

El trabajo honesto y profesional de los periodistas exhibió no sólo la negligencia de las autoridades sino también el falso paradigma sobre el cual gira la Administración Bush: creer que la sociedad norteamericana está formada enteramente por clases medias y gobernar en consecuencia.

No está claro si esta denuncia de los problemas crónicos propicie un cambio en las políticas públicas. Washington inundará de dinero la región y pretenderá que no se trató sino de un asunto de diques desbordados. Dependerá de la prensa que la opinión pública haga una cosa u otra: concentrarse en los asuntos de fondo o perder el sueño con la típica cobertura de una mujer blanca desaparecida y el asesinato pasional de la semana. Ojalá que los periodistas que estuvieron en Nueva Orleans no olviden las lágrimas, la conmoción y el compromiso que experimentaron durante la tragedia.

(jzepeda52@aol.com)

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