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La regla de oro

Gilberto Serna

Está creciendo en este país el número de indigentes que se caracterizan por no tener un lugar donde dormir, como Dios manda, haciéndolo en plena vía pública. Esto ha producido un fenómeno social que tiene su origen en las condiciones económicas que rodean a personas que han perdido familiares y amigos, careciéndose, las más de las veces, de refugios públicos donde se puedan encontrar albergue. En su repercusión ha dado lugar a que un segmento de nuestra sociedad los considere bazofia que ensucia las calles de la ciudad, por lo que siguiendo las doctrinas que empujaron a los nazis a buscar un mundo para la raza superior, los repudia considerando que en vez de buscar su redención deben ser eliminados. Aunque hay ciertas dudas sobre los motivos que empujaban a jóvenes de clases adineradas pensándose que quizá lo que les animaba era tan solo un deseo vesánico de diversión. Hace algunos años hubo en las gabelas, barrios pobres de Brasil, una oleada de asesinatos en que los pordioseros, por el solo hecho de serlo, eran quemados rociándoles gasolina y encendiendo un cerillo.

También, actualmente, en la población de Fresnillo, Zacatecas, se pusieron de acuerdo un grupo de jóvenes proveniente de clases sociales privilegiadas con la idea de parrandear, lo que no tenía nada de raro. Lo malo es que, una vez terminado los tragos, salían a las calles a soltar sus instintos bestiales golpeando a cuanto vagabundo encontraban. De esa manera se sacudían el tedio, dado que no había otra manera de romper la monotonía de una vida disoluta y libertina, ocurriéndoseles en las frías madrugadas buscar a esos desheredados de la fortuna para tundirlos a puñetazos. Poco a poco la adrenalina les fue indicando que necesitaban emociones más fuertes, no era suficiente con zarandear a limosneros, viendo la impunidad de que gozaban, por lo que decidieron prenderles fuego. De siete muchachos que participaron, dos compraron combustible inflamable que vaciaron encima de un sexagenario al que convirtieron en tea humana. Está por demás decir que el desdichado murió a consecuencia de las quemaduras.

Las preguntas que se hace uno, después de leer la noticia en los periódicos, son: ¿qué está pasando en este país? ¿En cuál retorcida callejuela de la conciencia, perdimos los sentimientos de piedad y misericordia que antaño revelaban nuestra condición de hijos de Dios? No lo entiendo y menos si quienes cometieron la fechoría son jóvenes. ¿Es acaso que las nuevas generaciones han olvidado el respeto que se les debe a las personas adultas? Lo correcto sería que hubieran hecho un censo de las gentes que por motivos ignorados, por lo común ajenos a su voluntad, se convierten contra su voluntad en parásitos sociales, en busca de corregir el problema. Hay una brecha que, observo todos los días, se va agrandando. Son varios México en uno, gente bonita, que no se refiere a lo físico, si no a la posesión de un capital familiar, por supuesto, donde hay un racismo furioso basado en diferencias económicas. Pronto estaremos viendo una novela de la vida real que podemos intitular: niños bien contra zarrapastrosos.

Estamos cayendo en la espiral de una colectividad en la que cada día que pasa se produce una mayor división social. El caso más dramático es el de los mexicanos que no encuentran cómo realizar sus aspiraciones en nuestro país y se lanzan temerarios a una aventura en que se juegan la vida al tratar de atravesar la línea que separa a las dos naciones. ¿Vio usted en la pantalla de su aparato casero cómo varias personas eran arrastradas por el torrente de agua, cuando casi llegaban a la otra orilla donde dos guardias fronterizos estiraban inútilmente los brazos queriendo auxiliarlos, sin lograrlo? Eso lo miramos en el televisor sin que la compasión se apodere de nosotros y nos conduzca a remediar lo que de malo evidentemente tenemos en nuestro entorno. Hay un tremendo egoísmo social que impide darnos cuenta del sufrimiento de los demás. Nos quedamos impávidos entreteniéndonos morbosamente, no conmoviéndonos, con las escenas de horror que de vez en cuando llegan a nuestros hogares de lo que allá sucede. Los chamacos de esta época están aprendiendo que la regla de oro en esta vida es la práctica de un hedonismo recalcitrante.

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