Lo conocí en el curso de una comida que se celebró hace varios años. Él había regresado del extranjero a donde fue enviado recién acababa de terminar su mandato como gobernador de Sinaloa. En aquellos días se especuló que al enviarlo fuera del país tenia el propósito de alejarlo de los capos del narcotráfico que tenían su base en aquella entidad costera, corriendo la versión de que habían amenazado su vida. Hubo de regresar varios años después para ocupar una cartera en la Administración federal. Era secretario de Agricultura cuando se acercó a cada uno de los presentes en el convivio y nos estrechó la mano. Se le veía relajado, seguro de sí mismo, ¿por qué será que los políticos, casi siempre, lucen como si acabaran de salir de la ducha? El dueño del rancho, ubicado en las afueras de la ciudad, se mostraba ufano, los gastos corrían por su cuenta. Sentía que pronto estaría sentado en un escaño del Senado de la República.
Se presentó el fenómeno Fox y los sueños se vinieron por tierra. Los que antes le buscaban la mirada para saludarlo, a partir de su derrota, le escabullían el bulto. Había logrado la candidatura de su partido yendo de la mano del presidente Ernesto Zedillo quien le desbrozó el camino, arrollando las aspiraciones de Roberto Madrazo Pintado que había competido en desigualdad de condiciones pues la maquinaria del partido, a la voz del amo, como se estilaba en esos fragorosos tiempos del unipartidismo, operó en su contra. Las elecciones internas no habían sido un modelo de limpieza, por cuanto que los priistas de varios estados recibieron línea. En estos días Roberto le devuelve las tornas tanto a su grupo como al del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, entre los cuales se encuentran varios gobernadores que le están aguando la fiesta con una resistencia a aceptarlo, capaz de poner contra la pared a un político que no tuviera sus agallas.
Hicieron hasta lo imposible por sacarlo de la Presidencia del partido después de que habían tratado inútilmente de impedir que no ocupara ese cargo. En una de sus últimas jugadas, después de fundar una organización paralela al PRI, designaron un precandidato que tuvo que retirarse en medio de un escándalo por su falta de probidad. Luego jugaron con la idea de nombrar otro de los suyos con la salvedad que estaban fuera de tiempo al cerrarse el registro de precandidatos.
Buscaron, una y otra vez, no se atrevían a nombrar un sustituto porque no saben cuál podría dar la pelea sin ser moqueteado desde un principio, por lo que ninguno quiso arriesgarse a que apareciera en los periódicos la lista de sus bienes, de ahí que se abstuvieron de insistir dedicándose a buscar otro chivo expiatorio. ¡Eureka¡ lo encontraron. Se trató de Francisco Labastida Ochoa, un cartucho quemado, que en tiempos jurásicos figuró y perdió como candidato a la Presidencia de la República. En sus palabras se advierte el rencor, la amargura, el desencanto, el resentimiento, la rabia y el odio más profundo, a todo lo que huela a tricolor. Está convencido que lo dejaron solo permitiendo que llegara Vicente Fox a Los Pinos. Nada de lo que diga, sólo por eso, puede ser tomado en cuenta.
En unos días, el 13 para ser precisos, los priistas escogerán a su abanderado. Hay varios de los que integran el Tucom que plegarán sus banderas para apoyar al candidato ungido el próximo domingo, riendo y cantando se subirán felices al carro del triunfador, con el argumento de que todo ha concluido. Hay algunos cuyas posiciones son aparentemente irreconciliables. En sonora el mexicano Bours y en Nuevo León, Natividad González Parás, pensarán en la loca idea secesionista de solicitar la anexión de Sonora y Nuevo León a la Unión Americana. Sólo así se sentirán seguros. O de plano sumarse a la campaña del bueno de Felipillo renunciando a su militancia en el PRI. No han aprendido que la política de estos azarosos días es el divino arte de transigir, aún con el mismísimo diablo de ser necesario, o ¿a poco solamente son políticos cuando se sientan a la mesa puesta y les dan de comer en la boca? Lo saben ambos bandos.