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La señora Marga López/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Estaba recién llegado a la Ciudad de México. Eran los días finales de 1951. Yo tenía 20 años y un modesto empleo en Anuncios Modernos, S.A., la agencia de publicidad de Casa Madero que dirigía don Eulalio Ferrer Rodríguez; sin embargo, pensaba que mi vocación era el periodismo. Ahí mismo trabajaba José Natividad Rosales, periodista parrense, como redactor de textos publicitarios, creativo y guionista del programa “Así es mi tierra”, cuyo productor era don Paulino Romero.

Natividad Rosales era, además, entrevistador non del semanario Claridades, otra de las empresas del señor Ferrer. Alucinado por la diversidad de quehaceres de José y su capacidad para desempeñarlos me convertí, entonces, en aprendiz, adlátere y chícharo del periodista. Cuando no conseguía un fotógrafo que tomara las gráficas que ilustrarían la entrevista él mismo las imprimía, pero si por vanidad quería salir retratado junto a la persona entrevistada, me pedía que yo enfocara el lente y apretara el botón del “click” y, obviamente, que todo el día cargara con la pesada cámara, que no había de otra.

Así entrevistamos -andamos arando, dijo la hormiga- al genial pintor jalisciense Clemente Orozco en su estudio de las calles de Edison; a la primera Reina de la Primavera en el Distrito Federal, Yolanda Varela; a Mario Moreno, “Cantinflas”, en su camerino del Teatro Lírico, donde presentaba su revista musical “Bon Jour, Mexique”; a Cristian Martell, hoy señora de Alemán y a muchos personajes y estrellas del firmamento cinematográfico mexicano. Una de estas luminarias fue la señora Marga López, recién llegada a nuestro país desde su natal Tucumán, en Argentina y lamentablemente fallecida el pasado lunes.

La señora Marga vivía en esa época en la colonia Del Valle, uno de los primeros fraccionamientos residenciales con tintes de modernidad aparecidos en la capital de la República. Como sucede en las colonias de nuestras ciudades, esta Del Valle conservaba casi todas las esquinas como terrenos baldíos por voluntad de los fraccionadores y a la espera de su automática plusvalía.

La casa en cuestión tenía un pequeño jardincillo al frente en el cual jugaban dos infantes: eran sus hijos Carlos y Manuel, habidos en su matrimonio con el una vez locutor de XEW y luego exitoso promotor artístico, Carlos Amador. Uno de estos niños, francos y crueles que son todos, no vaciló en preguntarme: “¿y tú por qué estás tan panzón?”. Lo único que se me ocurrió responder fue: “porque de niño era tan preguntón como tú”. Más tarde, en el curso de la entrevista que los dos chiquillos seguían con mucha atención, me comentó después de que yo hiciera dos cuestionamientos a su mamá: “te vas a poner bien panzón si sigues preguntando”.

Recordando tal perspicacia, pienso que si ahora nos encontráramos, seguramente me diría: “mira qué flaco estás, ¿ya se te quitó lo preguntón?”. Aquella tarde la joven señora Marga López insistió en que nos quedáramos a merendar con ella y su familia y nos dejó al cuidado de sus hijos para ir a la panadería a traer una variedad exquisita de pan dulce que acompañamos con un sabroso chocolate de tres hervores. “Así lo hacía mi abuela”, comenté en calidad de elogio y ella respondió: “de la mía lo aprendí”, con lo que comprobé la falta de originalidad de la mamá de mi papá.

Aquella muchacha llamada Marga López era una mujer sumamente agradable. No me refiero solamente al físico, pues eso todos lo supimos por las películas, sino en su finísimo trato personal. Modulaba la voz para subrayar lo que expresaba en un perfecto castellano, que harta envidia hubiera dado a don Miguel de Cervantes de haberla escuchado; pero no había impostura alguna en su expresión, que por el contrario, era de una gran naturalidad. Ponía dulzura al decir las cosas, por demás agradables y positivas. No escuchamos alguna frase dura contra alguien, todo le parecía maravilloso, bondadoso, cordial y todo sonaba sincero, sin alambicamientos.

Hablamos, por ejemplo, de Roberto Gavaldón y de él dijo que era un caballero; luego de Roberto Cañedo y lo adjetivó de excelente actor y compañero; salió en la plática el nombre de Roberto Rodríguez, director y productor de cine, hermano de don Ismael y afirmó que los dos Rodríguez eran hombres geniales. Entonces, al percibir a tantos Robertos en la charla, José Natividad Rosales le preguntó bromeando, al tiempo que me señalaba: “y de este Roberto Orozco, ¿qué opina, señora?”. Doña Marga me vio a los ojos, sonrió y dijo: “que me parece un buen muchacho”. Sería que, seducido por la actriz, yo trataba al menos de parecer muy correcto, aunque no lo puedan creer mis lectores.

Aquella conversación se alargó hasta las altas horas de la noche, pues más tarde llegó Carlos Amador, su esposo, quien se alarmó de que hubiéramos sido agasajados con chocolate espeso y nos sirvió un riquísimo vino tinto chileno con algunos entremeses improvisados por él. Eran las 12 de la noche cuando, medio mareados, subimos a un taxi para irnos a nuestras respectivos domicilios.

Ya en la madrugada, tardé en conciliar el sueño. Los reporteros sabrán que cuando uno entrevista a una persona interesante, de buen saber y de mejor hablar, algo de su estilo y cualidades se queda con nosotros. De la señora López, a quien por cierto volví a ver solamente en dos ocasiones, rescato ahora su belleza y personalidad, su cortesía y su delicadeza y porque es hoy, más que nunca, un hermoso recuerdo, ruego a Dios que la invite a vivir para siempre en el cielo y a su lado. Le garantizo que tendrá una huésped de lujo.

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