Uno de los grandes logros de la administración de Enrique Martínez fue el de haber impulsado una nueva Ley Electoral. Aunque nació con serias deficiencias, sobre todo en lo referente a los candados impuestos a los medios de comunicación, significa un avance en materia democrática.
Con dicha Ley aprobada por la pasada Legislatura del Congreso del estado, se concibió un nuevo esquema de hacer proselitismo que tiene sus ventajas.
Las campañas electorales de tiempos pasados se caracterizaban por tres cosas. En primer lugar, por la bola de mentiras que tenían que pronunciar los candidatos de los distintos partidos políticos con tal de seducir a los votantes. En segundo lugar, por las maniobras y triquiñuelas implementadas por los gobernantes para comprar conciencias a favor de su partido. Y en tercer lugar, por el insultante despilfarro de recursos para promover la imagen de los candidatos.
En las próximas elecciones estatales seguirán abundando las promesas huecas y la demagogia. Estarán presentes también los actos corruptos destinados a asegurar el voto a favor de algunos candidatos. Cual si fuera Nostradamus, puedo asegurar también que miles y miles de pesos serán extraídos del erario público para depositarlos en manos de lideresas priistas quienes, a su vez, repartirán parte de dicho dinero a gente que no le importa vender su derecho de elegir a los gobernantes. Pero aunque dejen de lado todas estas obscuras prácticas, los candidatos del PRI tienen el triunfo asegurado ante la ineptitud mostrada por los partidos opositores.
Aunque no ha habido cambios respecto a las mentiras que nos dicen los candidatos, ni mucho menos en los actos corruptos en que las autoridades incurren, gracias a la Ley Electoral la manera de hacer proselitismo ha cambiado radicalmente en cuanto a los gastos destinados a la campaña.
Antes daba rabia ver cómo eran gastados millones y millones de pesos en anuncios publicitarios, en actos masivos y en regalos destinados a comprar conciencias. ¿Y qué pasaba después de esas larguísimas campañas? Las ciudades quedaban repletas de basura y los ciudadanos quedábamos asqueados de ver por todos lados el rostro de los candidatos.
Ahora los procesos electorales son más cortos y fue establecido también un tope de gastos de campaña con el que se evita el derroche de recursos. Sin embargo, todo lo bueno tiene su lado contrario, pues las campañas cortas levantan poco entusiasmo y, por consiguiente, un gran abstencionismo, sombra fatal de la democracia.
Si en las próximas elecciones estatales se presenta un gran abstencionismo, la Ley Electoral no será la única responsable, pues lo serán también los partidos políticos. El PRI, por un lado, será culpable por haber presentado un contendiente tan fuerte, de tal manera que todo mundo lo crea seguro vencedor. El PAN, por otro lado, será también culpable por haber ofrecido a la ciudadanía un candidato tan débil. Aunque desconozco todavía quién será dicho personaje, poco tendrá qué hacer al lado de su rival priista. ¿Para qué votar en una elección cuyo ganador ya se sabe de antemano?
Sin duda, el gran acierto de la nueva Ley Electoral es haber evitado el derroche de recursos en tiempos de campaña. El tener un periodo menor para hacer campaña, así como un tope de gastos para hacer proselitismo, puede traer consigo una menor participación ciudadana. Sin embargo, es mejor ahorrarnos procesos inútiles y costosos. El PRI seguirá reinando en Coahuila y la culpa de ello la tienen sus oponentes al resultar tan poco atractivos para el electorado.
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