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La tierra sin dueño

Fidencio Treviño Maldonado

Hay en las divisiones políticas de los países líneas imaginarias, sin embargo entre México y los países centroamericanos la barrera es tangible, es el borde del infierno y la gloria, pero paradójicamente sin paraíso. Barreras que los intrépidos emigrantes tienen que sortear y que van más allá de los ríos Usumacinta y el Shuchiate por citar dos. Frontera del sur donde la vida de los atrevidos y miserables no vale nada, donde las barreras son sus propios hermanos y más que gambetear una culebra de agua o una agobiante caminata por la jungla, es sortear al peor enemigo que es el mismo hombre, en la llamada tierra de nadie. Los mexicanos nos quejamos del maltrato que se les da a nuestros connacionales en la frontera norte y en las riberas del río Grande por parte de los residentes de Arizona y Texas y otras asociaciones xenofóbicas, y si nos asombramos de cómo algunos rancheros y agricultores estadounidenses tratan a nuestros “mojados” en su tierra, esto no es nada comparado con lo que pasa en la tierra de los miserables como es la región cafetalera de Chiapas y Campeche donde aún la esclavitud no es abolida y miles de guatemaltecos y salvadoreños, incluyendo ancianos y niños son esclavizados para la recolección del café, piña y otros trabajos. Aunque declara un trabajador de esas fincas que eso es mejor que estar en manos de nuestros celosos guardianes de migración o simples policías pertenecientes a alguna corporación y que hacen ver su suerte a los centroamericanos y asiáticos que tienen la desgracia en caer en sus redes –esa declaran los migrantes-es tener mala suerte.

La tierra de nadie es una franja de aproximadamente tres kilómetros de ancho en las dos orillas (México-Guatemala) de los ríos Usumacinta y el Shuchiate sobre todo en Guatemala-Campeche (Usumacinta) dominado por mafias guatemaltecas (Los Chapines), la salvadoreña “Los Maras” y en menos escala la hondureña “La Corta” y La Beliceña (Sombras), cuyo lema y dogma es la violencia en estos grupos, sin embargo al cruzar el Usumacinta a los indocumentados les espera un vía crucis peor con las mafias mexicanas y aquí el problema es que éstos sí traen nombramiento y permiso para robar, golpear, violar y desde luego para proteger si hay lana de promedio, inclusive reciben salario del Gobierno para desatar todo el coraje con quien tenga la desgracia de caer en sus manos. Aquí en esta franja no cuentan los derechos humanos locales o universales o las garantías individuales, no se valen nacionalidades, sexos o edades, las mafias actúan por igual y descargan su violencia y agresiones, lo que sólo puede amortiguar y ser protegido un poco, es el dinero que en un momento dado sirve para “comprar” protección tanto de las mafias fuera de la Ley como de los cuerpos de seguridad que para el caso son los mismos en las dos naciones (Guatemala y México). Continuará mañana...

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