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La vida en un cofre

Gaby Vargas

El viajero llega a un pueblo y, al pasar por el cementerio, observa las fechas en las tumbas de los que allí yacen. Se asombra de lo corto de sus vidas, porque todos oscilan entre los 11, 15, 9, 12 años. Azorado, pregunta por qué todos han muerto tan jóvenes, y le responden que los que viven en ese pueblo sólo cuentan los momentos, los días de la vida en los que fueron realmente felices? lo demás, es paja.

Este cuento de Jorge Bucay me recuerda que la Navidad, bien vivida, es uno de esos momentos. Una fiesta de familia, un momento de reflexión sobre lo importante, lo fundamental y lo que permanece, para no perder la vida en lo accidental, en lo superfluo y en lo que no vale.

Es uno de esos momentos felices que se atesoran en un cofre donde también se guarda lo mejor de uno mismo. La Navidad no es momento para pedir, para decir ?dame, necesito, quisiera?: es época de dar, de darme; nos da la oportunidad de hacer un alto, bajarnos del tren ?ego? y preguntarnos: ¿qué necesita el otro de mí? Ahora es momento de abrir el cofre y ver qué le puedo regalar a mi matrimonio, a mi familia, a mis amigos, a mi trabajo, al que me atiende en la tienda o en el restaurante.

Podríamos pensar? ¿Qué es lo que piden de mí? Dice John Walsh, con razón, que por lo general nos piden lo más ordinario de la vida, un ¿cómo estás?, una sonrisa, una palabra, un telefonazo.

A lo mejor, mi pareja me pide que sea una persona más optimista, más cariñosa? un hijo, que sea más tolerante, más suave en mis juicios y en mis palabras? una amiga, que sea más sencilla, más ligera? un jefe o un maestro, que sea una persona más comprometida? mis papás me piden que aprecie más la vida y a las personas de la vida. A lo mejor, mis amigos me piden un poco más de consideración, y mis compañeros de trabajo, que sea más paciente y positiva. Al darme cuenta de esto y ponerlo en práctica, es cuando comienza el verdadero sentido de la Navidad. Y, ¿sabes? un solo regalo de estos puede cambiar el hoy y el mañana de nuestro entorno.

Sería bueno abrir nuestro cofre y entregarles a todos algunos de estos regalos ordinarios de la vida:

1.- Silencio exterior e interior. El exterior puede ser la muralla de contención para las dificultades. Tener el control de ti mismo, saber cuándo hablar y cuándo no hablar. Sería una pena estropear la Navidad y la relación por no haber dominado la lengua ante un amigo, un compañero o un familiar.

El silencio interior es no dejarnos llevar por las cavilaciones. No darle vuelta a las cosas, no hacer caso del porqué y el porqué no a mí, de no convertirnos en víctimas de algo que a lo mejor no tiene importancia, de una decepción, de un olvido, de una ingratitud, de por qué me dijeron, por qué no me regalaron, por qué el mío es más grande o más pequeño...

Es difícil tener paz en el espíritu cuando nos domina una cavilación.

2.- Aprecio. Mirar lo que tengo, y no lo que no tengo. Darle gracias a Dios, a la vida, a mis seres queridos por lo que tengo y soy.

3.- Una sonrisa. Esto es lo que alumbra una casa, una relación, la convivencia y la vida. La sonrisa en mi casa y fuera de la casa, aunque te duela el corazón porque las cosas no andan bien.

4.- Sencillez. En esto, los niños son nuestros grandes maestros, hay que observarlos, aprenderles e imitarlos. La sencillez es la reina de las cualidades y prueba inequívoca de inteligencia.

Dar y recibir estos regalos, es lo que le dan un sentido y llenan de amor el paso de nuestra vida. ¡Feliz Navidad!

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