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La vulnerabilidad de la estabilidad II

Salvador Kalifa

El miércoles 22 de febrero viajé a la Ciudad de México para una reunión de negocios. En tránsito del aeropuerto al lugar del evento circulé por el circuito interior hasta la zona de Polanco. En el trayecto observé que en cada paso peatonal había mantas con leyendas de oposición al desafuero del Jefe de Gobierno, Andrés López.

El que hubiera dichas mantas no me sorprendió, ya que el día anterior un radioescucha se quejó en el noticiero de Monitor de que las autoridades del Distrito Federal toleran algo que, por lo menos en el papel, está prohibido por la Ley. Lo que me llamó la atención fue lo bien orquestada de la campaña en defensa del “rayo de esperanza”, quién aprovecha toda oportunidad de estar en los reflectores, aún si ello significa pasar por encima de la Ley.

Este comentario viene a colación debido a lo que a mi parecer es una miopía recurrente de los inversionistas internacionales cuando evalúan a México. Los extranjeros no perciben, sino cuando ya es demasiado tarde, la relevancia de las variables políticas sobre los mercados financieros en nuestro país.

La experiencia nos dice que ésta no es la primera ocasión que los extranjeros y los mexicanos tenemos visiones diferentes sobre la realidad política de México. La ocasión previa fue en 1994, cuando los extranjeros continuaron adquiriendo instrumentos denominados en dólares (Tesobonos) mientras que los nacionales sacaban dinero del país. Cuando el desencanto hizo presa de mexicanos y extranjeros, la puerta de salida fue tan estrecha que detonó la severa crisis económica y financiera de 1995.

Es conveniente subrayar, antes de entrar en detalle, que las condiciones económicas y financieras actuales son distintas a las que imperaron en 1994, lo que definitivamente reduce la vulnerabilidad de nuestras variables financieras. Existen, por lo menos, dos indicadores que avalan esta observación. Primero, el déficit de cuenta corriente en 2004 fue menor al 2 por ciento del PIB, mientras que en 1994 alcanzó el 7.1 por ciento. La inversión extranjera directa, esto es, el capital de largo plazo que ingresa al país, cubría apenas el 37 por ciento del déficit de cuenta corriente en ese entonces, mientras que el año pasado representó más de una y media veces el monto de ese déficit.

En las cuentas externas quizá la única tendencia preocupante es la del déficit de la balanza comercial que excluye al petróleo. Ese déficit, que se había mantenido entre 22 y 24 mil millones de dólares desde el año 2000, rebasó los 31 mil millones en 2004, su nivel absoluto más alto en la historia de nuestro país. Esta tendencia parece que continuará este año, a decir de los datos preliminares para el mes de enero.

El otro indicador de vulnerabilidad para las variables financieras es el comportamiento de los depósitos de extranjeros en nuestro país. Hoy no existen instrumentos denominados en dólares, como los Tesobonos, lo que evita sobresaltos de la magnitud que vivimos en 1994-1995, pero ello no implica que seamos inmunes a una reacción negativa de los inversionistas extranjeros ante el ambiente político interno en vísperas de y durante la elección presidencial de 2006.

La tenencia de valores gubernamentales por extranjeros se mantuvo alrededor de los mil quinientos millones de dólares durante los primeros años de esta administración. La situación cambió el año pasado, cuando entraron al país poco más de cuatro mil millones de dólares, a los que debemos agregar casi 3,000 millones que han ingresado en lo que va de este año. Esto explica, en gran parte, la fortaleza del peso, que ayer por primera vez en mucho tiempo cotizó al dólar por debajo de los once pesos.

Las percepciones diferentes entre mexicanos y extranjeros también explican, desde mi punto de vista, que éstos adquieran los instrumentos de deuda de largo plazo del gobierno mexicano que venden las sociedades de inversión mexicanas. En la actualidad más del 60 por ciento del total de bonos a más de 9 años está en manos de extranjeros. Su participación en los bonos de 19 y 20 años llega al 80 por ciento, lo que muestra una percepción de riesgo muy diferente a la de los mexicanos, que nos concentramos en los plazos cortos.

Este entusiasmo financiero tiene su origen en las evaluaciones de las corredurías internacionales, que ven a México como una inversión atractiva por su solidez macroeconómica y recomiendan la adquisición de instrumentos de deuda de largo plazo.

Considero, sin embargo, que a pesar de esa solidez diversos factores se conjugarán en los meses siguientes para propiciar una mayor volatilidad de nuestras variables financieras. Por un lado, el alza de las tasas de interés en el exterior seguirá por lo que resta del año, lo que en cualquier momento puede motivar a los inversionistas internacionales a reducir sus posiciones en mercados emergentes como el nuestro.

Por otro lado, cuando suba de intensidad el ruido preelectoral y se calienten los ánimos en las campañas o antes, si se materializa el desafuero del jefe de gobierno del Distrito Federal y reaccionan violentamente sus seguidores, los inversionistas extranjeros y muchos nacionales decidirán liquidar sus posiciones en México y buscar, por lo menos temporalmente, lugares más tranquilos para sus inversiones.

Estos factores harán que en algún momento en la segunda mitad de este año, según se fortalezca políticamente Andrés López, el indestructible rayo de esperanza que desprecia la Ley, o cuando se aproxime el desenlace de la contienda electoral de 2006, presenciemos una caída en el precio de los bonos de largo plazo, un alza en las tasas de interés internas y una depreciación del peso. Es importante repetir que la volatilidad en esta ocasión será mucho menor que la de 1994, pero no por ello dejará de inquietar a los mercados financieros.

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