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Las fábricas de deseos/Diálogo

Yamil Darwich

Hay un texto denominado: “La Bioética en las Sociedades del Conocimiento”, de Gilberto Cely Galindo, maestro universitario sudamericano, que hace un llamado de atención sobre la responsabilidad que tenemos los seres humanos que vivimos la “era del poscapitalismo”; también habla sobre la necesidad del estudio y la seria reflexión de las preguntas: ¿Quiénes somos?, ¿Adónde queremos ir? y ¿Cuál es nuestro compromiso para preservar a la especie humana?

El avance del conocimiento en las ciencias y las técnicas es tan rápido, que no deja mucha oportunidad para la reflexión filosófica de lo que es bueno para la humanidad o lo que no lo es, dejándonos solamente con lo deseable, lo sensual.

Déjeme repasar con usted algunos conceptos, definiciones y reflexiones científico-filosóficas que serán repetidamente escuchadas a partir de ahora, las que debemos tener presentes por su peso específico para definir el futuro de nuestra especie.

El conocimiento, entendido en forma sana, debe ser avocado a mejorar la calidad de vida de la humanidad y con ello asegurar la convivencia en armonía; hasta ahora sólo ha podido generar hondas diferencias entre los que lo poseen y los que no, creando grupos sociales de pobres en extremo y ricos que todo lo dominan y administran.

Dice el pensador Jeremy Bentham, en relación al reto del mundo, que debemos “hacer una bioética despreocupada de los límites territoriales de las diversas escuelas éticas y de intentar traer el diálogo interdisciplinario, lo mejor y más pertinente de sus postulados... porque a los problemas reales y complejos se les debe dar soluciones reales y complejas”.

En parte tiene razón, sin embargo, el reto es unir a las ciencias con el humanismo, ya que el conocimiento se ha posicionado como el principal constructor y sostén de la Sociedad del Tercer Milenio.

El conocimiento debe tener una fuerte concordancia con la moral; nacer de la experiencia que genera por sí mismo, que a su vez alimenta a la conciencia del individuo y la sociedad para construir su ética y consecuentemente la bioética. Las ciencias y las técnicas sin el colador de los valores trascendentes y humanos pueden sernos negativas y atentar contra nosotros. Tampoco es aceptable rebasar la dignidad, especialmente la espiritual, porque iría más en la línea del ser irracional.

Van Rensselaer Potter, médico radicado en los Estados Unidos de Norteamérica, que es el pionero del estudio de la ética aplicada al nuevo conocimiento, creó la palabra “bioética”, tratando de unir en un solo concepto a la ciencia y a la técnica, que se resumió en un neologismo denominado “tecnociencia”, buscando darles un sentido utilitario con bases humanistas; es decir, orientado a buscar el bien real, lo que es bueno y deseable para el ser humano, sobreponiéndolo al simple beneficio material que únicamente se refiere al “campo de la gana” y la satisfacción del deseo.

El conocimiento debe ser manejado como fuente de la riqueza; el saber hacer con sentido de conciencia bioética, incluido el compartir todos los beneficios generados.

Hoy en día hablamos de sociedades del poscapitalismo, en las que existen dos grandes grupos de humanos: los “trabajadores del conocimiento”, que poseen habilidades intelectuales superiores, que crean y administran ideas y palabras, unidos a los gerentes que administran, encargados de hacer trabajar (producir) a la gente. Por otra parte, los “trabajadores prestadores de servicios”, que son quienes producirán para los propietarios del saber. Muy atrás ha quedado el simple capitalismo que dividía a los seres humanos en capitalistas y proletarios, patrones y empleados.

Un ejemplo de lo anterior es la industria farmacéutica, donde los “dueños” del conocimiento lo aplican a la elaboración de medicamentos maravillosos, que son producidos por los “trabajadores” que realizan un proceso específico, algunas veces deshumanizante y repetitivo, quienes en muchos casos no podrán tener acceso a ellos por sus altos costos. ¿No le parece injusto?

La humanidad poscapitalista hace a las sociedades más irracionales e insensibles, con un nuevo tipo de esclavitud impuesta por los propietarios del conocimiento que se adueñaron de él y se niegan a compartir sus beneficios.

Hoy día vivimos una ética basada en el hedonismo y egoísmo; la especie humana, gracias a ese conocimiento ha construido ciudades que son verdaderas “fábricas de deseos”, que estimulan a quienes las habitamos a usar la biotecnología para atender nuestros apetitos sensuales (el ejemplo claro es el uso irracional e irresponsable de los anticonceptivos en la mujer o medicamentos para provocar la erección en el hombre); nos fascinan con destellos luminosos para que consumamos, nos ofrecen tecnología computarizada para el hogar, los autos, nuestras oficinas y para eficientar los servicios, realidades que en sí no son malas, pero que se transforman en negativas al tratar de evitarnos pensar, orientándonos únicamente a sentir (que tiene una vía más rápida en nuestro sistema nervioso central), facilitando los procesos de la sensación y hasta tratando de bloquear los de la reflexión inteligente.

Ha concentrado los distintos servicios de tecnología de punta en las grandes ciudades, ofreciendo hospitales con grandes avances de la ciencia para quienes puedan pagarlos, universidades con altos costos en sus servicios y que muchas veces no justifican, espectáculos artísticos y culturales maravillosos que despliegan tecnología computarizada hasta en la iluminación de escenarios, todo con un alto precio y como medio de segregación e injusticia, no racial sino económica.

En el fondo queda la pérdida de la libertad: de los que pueden comprar la tecnología, que desperdician y desgastan sus potencialidades espirituales y materiales buscando tener más para gastar más y los que no tienen los medios para alcanzar los beneficios de la sociedad poscapitalista, sumiéndose en las frustraciones de los placeres no experimentados, muchas veces incumpliendo el llenado de las necesidades básicas, hundiéndonos en estados neuróticos, con alta ansiedad y hasta depresión. ¿Ha sabido del incremento del índice de suicidios en La Laguna?

Ha nacido un híbrido: la tecnociencia, en la que el insumo más importante a utilizar ya no es la energía, sino el conocimiento. Hacer uso de ella para bien o para mal es reto de la humanidad del Tercer Milenio.

Vivimos una “ética de situación” que nació del conocimiento científico técnico, que de manera pragmática resuelve los problemas dando preferencia a lo que más conviene (materialmente) por sobre lo necesario, que incluyen en la ponderación de la escala valoral conceptos que se oponen a la tradicional filosofía del hombre.

Bienvenidos los avances de las ciencias y las técnicas, pero tengamos cuidado de exigir que se apliquen con sentido humanista, que el bienestar sea la razón de ser y hacer. Lo invito a que busquemos mayor información sobre el tema y dialoguemos; ¿acepta?

ydarwich@ual.mx

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