Una fecha que desde hace algún tiempo ha llamado mi atención por la forma en que es celebrada en los Estados Unidos, es la del cinco de mayo, día en que se conmemora la famosa Batalla de Puebla; aquélla en que el Ejército Mexicano triunfó sobre las tropas francesas. Aquí en México, si bien el día es feriado para los niños en las escuelas primarias y secundarias, no se encuentra dentro del calendario de las fiestas cívicas en las que se obliga al descanso. Ni con mucho tiene la presencia de la conmemoración de la Independencia o de la Revolución Mexicana en nuestro país, en las cuales se generan verdaderas verbenas populares. ¿Por qué entonces los chicanos y los mexicanos que han migrado hacia el país vecino, festejan con grandes desfiles, mariachis, piñatas, concursos de comida típica y hasta con carreras de perros Chihuahua, una batalla que parecería totalmente ajena a ese contexto?
¿Cómo fue que un evento propio de la historia mexicana adquirió tal relevancia en ciudades como Los Ángeles, Houston, San Antonio, Chicago, Nueva York, Dallas y San Francisco, por mencionar sólo algunas?
Algunos de los estudiosos de las culturas híbridas remontan el origen de esta festividad a la década de los sesenta y setenta en que surgió el movimiento chicano; es decir, el renacimiento del orgullo, la confianza y la idea de que “una persona nunca está más cerca de su verdadero ser como cuando está cerca de su comunidad”. Esta corriente se opuso a la “asimilación” de la cultura mexicana a la norteamericana, como había sucedido con otros grupos de origen europeo y asiático. En ese entonces se proponía como algo deseable el llamado “melting pot”, es decir, la conocida metáfora de la amalgama de razas en la que cada una pierde sus particularidades para construir una distinta, aunque en este caso anglosajona.
Por el contrario, los chicanos junto a los “hippies”, las feministas y los negros, planteaban la búsqueda de la justicia social, la igualdad y la autodeterminación de las culturas. En su caso particular, también estaba presente la reafirmación del orgullo nacional (mexicano) y la identidad nacional. Así, una de las principales cuestiones que disputaron en ese momento fue el reconocimiento de sus tradiciones, entre ellas las fiestas cívicas. Se buscó su institucionalización mediante actividades en escuelas, museos, centros culturales y de negocios.
Aunque el cinco de mayo, al parecer, ya se celebraba desde principios del siglo XX en algunos lugares de los Estados Unidos, fue resignificado como el espíritu de libertad frente al colonialismo e imperialismo. En las universidades diversos oradores tomaban la palabra y denunciaban el racismo y las injusticias. La fiesta se convirtió en un espacio de preservación de la herencia cultural y fue promovida especialmente por el grupo MECHA (Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán). El cinco de mayo fue dejando en el olvido a Ignacio Zaragoza, la Batalla de Puebla y el lema “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”: se transformó en una verdadera lucha simbólica con tan altos vuelos, que aún hoy muchos piensan que en México celebramos la Independencia en esa fecha.
No obstante, su significado político comenzó a decaer en la medida en que el movimiento chicano también lo hizo. Lentamente, la celebración fue desplazándose y desligándose del público universitario y pasando a la comunidad en general con un sentido más orientado al folclor: mediante eventos vinculados a la patria de origen como la presentación de danzas folclóricas, mariachis, cantantes de música ranchera y de moda; sin faltar, por supuesto, los tacos, tamales, las cervezas y “margaritas”.
Así, el cinco de mayo se ha convertido, de unos años para acá, en una conmemoración de grandes proporciones y de la que todos sacan partido: los políticos, las grandes corporaciones de bebidas alcohólicas, cigarros y alimentos; las fundaciones que otorgan becas para los migrantes, etcétera.
Por ejemplo, el mismo presidente de los Estados Unidos lo celebra en la Casa Blanca, invitando a personalidades de origen hispano y cantantes como Pedro Fernández y Emilio Estefan. El año pasado, George W. Bush aprovechó la ocasión para rendir un homenaje a la comunidad latina, con claras intenciones electorales: “El cinco de mayo de 2004, más de 130 mil estadounidenses de origen hispano están sirviendo en las fuerzas armadas estadounidenses (...) Los hispanoestadounidenses han luchado con valor en nuestras guerras, incluida nuestra propia guerra de independencia”.
Por su parte, los empresarios de espectáculos han descubierto un filón en los hispanos. Las reuniones alcanzan en algunas ciudades a 30 mil almas y en otras, como Chicago, hasta 200 mil. Los negocios de comida mexicana hacen su negocio del año en esa fecha y cadenas como Taco Bell, promueven eventos como la carrera anual de perros Chihuahua. No obstante, son las corporaciones como Philip Morris, Coors y Anheuser Bush las que han desarrollado una sofisticada mercadotecnia hacia los latinos para ese día.
Se incrementan los anuncios en español en diversos medios de comunicación como la radio, revistas y periódicos locales. Incluso, la industria del alcohol ha comenzado a realizar contribuciones significativas a organizaciones latinas como la Fundación para la Defensa Legal y Educación de los mexiconorteamericanos y el Consejo Nacional de La Raza, entre otras. La publicidad ha sido arrolladora y tiende a trivializar la festividad con slogans como “Drinko for Cinco”.
La curiosa forma de celebrar tan patriótica fecha, ha generado proyectos tendientes a recobrar el significado inicial. La campaña ¡Cinco de Mayo con Orgullo! ¡Nuestra cultura no se vende! busca crear un ambiente alternativo en la que se pueda disfrutar de la fiesta en sobriedad. La campaña ha logrado generar críticas importantes, ya que muchos coinciden en que se explota más lo comercial que lo cívico. Al parecer, cada vez más grupos se suman a esta lucha.
Este festejo y los distintos significados que ha cobrado desde 1862, permite observar con claridad que la cultura es algo vivo, que no es estática ni permanece inmutable y que es polisémica. Permite decir también que los migrantes mexicanos, mientras pizcan el tomate, cortan el pasto de los jardines o asean las casas, han construido una cultura distinta, cuyas fiestas se revitalizan en función de las necesidades de la comunidad.
Por ello, resulta difícil ser “puristas” con la cultura: no hay una tradición que permanezca igual a través de los años, todas se modifican porque inevitablemente son tocadas históricamente por cada grupo particular. Esta visión de la cultura considera a los receptores seres activos, quienes pueden negar, negociar o aceptar elementos culturales provenientes de otros entornos.
Quizá la fiesta del cinco de mayo estaba destinada a ser un híbrido desde sus inicios, pues su héroe principal, Ignacio Zaragoza, nació en suelo mexicano, mismo que hoy es irremediablemente texano.
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