Si el Niño Dios nos escrituró un establo (para que tuviéramos de qué comer y vivir) y los veneros de petróleo el diablo (para que tuviéramos por qué ser envidiados y por qué pelear), ¿quién o qué nos habrá escriturado a los políticos, para destrozar a nuestro país y para acabar con ambos, establos y petróleo y de pasada con las ilusiones, las esperanzas, los sueños democráticos, la confianza en las autoridades, el anhelo de una vida pública respetable…? ¡Hombre!, ya no sabe uno para dónde voltear en este México tan querido, frustrado, desprestigiado, entre los dimes y diretes de sus representantes, las declaraciones de risa y las acciones de llanto, los procesos viciados y los criminales saliendo de las cárceles, de incógnito o por la puerta grande ¡a conquistar el mundo!, ante la complacencia de quienes están obligados a conducir y vigilar el rumbo de la nación. Me gustaría hablar de cine, de literatura, de música, pero…
Los últimos meses los mexicanos todos –y los coahuilenses, por desgracia, no somos de ninguna manera excepción–, hemos podido comprobar que la patria y la gente, el presente y futuro de nuestra nación, los derechos y la Ley, la impartición de justicia y el bien común de y para los mexicanos, todo lo que compone el entramado de la existencia nacional, valemos un pito para quienes nos gobiernan y quieren seguir haciéndolo. La competencia desenfrenada por el poder lleva a los aspirantes (cualquiera que sea el tamaño de su aspiración) a contradecir con los hechos lo que expresan en palabras, cada vez más desgastadas.
No tiene uno que ser especialista en nada para entender que México es hoy un campo minado, donde bombas y bombazos están a punto de explotar –algunas ya lo hacen–, ante la irresponsabilidad y la indiferencia reales –pues las palabras que saturan sus discursos no sirven de nada– de los que están y los que se matan por llegar: violencia extrema, poder creciente y ubicuo del narco, desempleo, falta de garantías, mala convivencia vecinal, riesgo de desabasto energético, inseguridad galopante, crisis de todas las instituciones de servicio y asistencia social, niveles decrecientes de educación y bienestar en las mayorías, contra un brutal desajuste en la repartición de la riqueza; falta de valores que se extiende a todos los ámbitos, sin excepción, de la vida pública y en suma, ineptitud ejecutiva, legislativa y judicial. Este es el panorama de nuestro México actual, arrastrado por la fuerza oscura de la ambición, el egoísmo, la insaciable sed de poder y tener que guía los pasos y los actos de quienes nos gobiernan y desean seguir haciéndolo.
Sale uno a la calle y no tiene que recorrer más de una cuadra para enfrentarse con las efigies medianas, grandes y espectaculares de los postulantes que, con sonrisas encantadoras o francamente estúpidas, asaltan al transeúnte con un mismo mensaje suplicante: “¡yo quiero!”, “¡yo quiero!”, “ ¡yo quiero!” De la radio y televisión, ni qué decir. Es tal la rebatinga que se traen con sus ofertas, que ya desplazaron los escotes y los gritos de las conductoras y hasta los placeres prometidos por viagra y sucedáneos. Enseñoreados de los medios, día y noche, por cualquier estación o canal, aspirantes nacionales, estatales o regionales hacen sus ofertas con la misma actitud de chamacos que encabezan una planilla de la secundaria, cuya última ambición es lograr el baile de fin de cursos. La diferencia es que, aunque actúen como tales, no se trata de adolescentes imberbes que regalan plumas y refrescos (aprendiendo desde entonces el valor de la coacción y el regalo como estrategia política), sino de adultos que pretenden encabezar los poderes de la nación, con todo lo que ello implica. Y lo que es peor, en la mayoría de los casos, se trata de políticos que fueron electos para desempeñar un cargo o asumieron determinado puesto, con el compromiso de llevarlo a término y que ahora, crecida su ambición y engolosinados por las dulzuras que la cosa pública les da, dejan la chamba para enrolarse en otra, como si aquello para la que fueron contratados o votados no les mereciera el menor respeto.
Yo me pregunto: ¿qué confianza merecen quienes dejan su tarea a medias, sin cuidarse de que ésta llegue a buen fin y sin esperar su calificación? ¿O qué clase de administradores del dinero público podrán ser quienes dispendian de manera tan irracional y absurda (criminal, si se piensa en la necesidad de tantos) lo que ahora gastan en una campaña igual de inútil? ¿Qué sensibilidad pueden tener ante los males que aquejan a este país que pretenden gobernar, si con la mano en la cintura echan por la borda del desperdicio los millones y millones de pesos, que bien pudieran canalizar hacia la gente que no tiene trabajo y no puede alimentar a su familia, o hacia quien no tiene posibilidades de recibir atención médica porque no hay con qué pagarla; a las comunidades que viven sin agua ni luz, o a las víctimas de la prostitución, el hambre, la ignorancia, a quienes es imposible mantener un hogar o vivir con un mínimo de dignidad? ¿Cómo pueden ostentarse capaces y útiles quienes participan del mayor despilfarro de nuestra historia electoral, avalados por el también discutible IFE, que en una lógica para mí incomprensible, admite y acepta la situación como un legítimo y conveniente ejercicio democrático, autorizando los cientos de millones que tiene derecho a gastar cada partido, como si fueran semillas de ajonjolí?
A mí, de plano, lo único que me queda de toda esta exhibición de insensibilidad y egolatría y segura codicia es la idea, cada vez más clara, de que ninguno de los que andan en la contienda, como ungidos, partícipes y comparsa, ninguno, digo, vale la pena. Es una lástima. Yo conocí a algunos de los aspirantes de hoy y tenía una impresión diferente de sus personas y de sus ideas. Me pasó lo que al “jicote aguamielero” de Cri-Cri, que andaba creyendo en cosas como el derecho, o, más moderna, lo que a los fans de Anakin Skywalker, antes de que el miedo lo apartara del bien. Al igual que Darth Vader –aunque cabría más justificación en el miedo por amor, que en el miedo a perder el tesoro–, no cabe duda que nuestros políticos, ‘premio mayor de la lotería’, según se presentan en sus frases de campaña, han sido seducidos por el “lado oscuro de la fuerza”. Sin embargo, no creo que goce ninguno de ellos del poderío, el vigor y la capacidad personal del ex maestro Jedi, como para suponer que, ya instalados en la silla con la que ahora sueñan, puedan hacer algo bueno.
La ambición personal que prostituye toda buena intención y tolera abusos, dispendios y traiciones a la propia ideología, no permitirá que quienes hoy se sienten capaces, aspiran y quieren desesperadamente lo que quieren, mañana vayan a hacer algo en beneficio de un pueblo al que cada día burlan y despojan de sus esperanzas. A las mantas kilométricas, los espectaculares, los cambios de partido, la correspondencia no solicitada, los tiempos de radio y televisión (todo en cadena nacional, para mayor vergüenza) me remito.
ario@itesm.mx