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Las laguneras opinan.../El temible retorno...

María Asunción del Río

En el pasado, los griegos establecieron la práctica del “ostracismo” como un modo de castigar al político que, abusando del poder o malempleando sus atribuciones, hacía daño al Estado o afectaba el bien de la comunidad. Una vez al año los atenienses tenían derecho a señalar a quien consideraban mal funcionario, expulsándolo de la ciudad y borrando su nombre de toda acción política.

Sobre una concha de ostra (o tal vez una tablilla de cerámica con esa forma) cada ciudadano identificaba a quien, a su juicio, era acreedor a tal castigo; las conchas se depositaban en urnas que posteriormente eran revisadas por selecta comisión, de manera que el nombre más veces repetido era publicado y el individuo expulsado con deshonra de la ciudad, que lo condenaba así a diez años de inacción y olvido. Si bien el exilio vergonzoso no suspendía los derechos civiles del condenado, la pena de haber sido señalado por la ciudadanía era suficiente para no aspirar nunca más a representarla.

Traigo a colación esta práctica política porque, entre los muchos eventos interesantes de los últimos días, no deja de llamarme la atención la reaparición pública de Carlos Salinas de Gortari, ex presidente de México que, no conforme con haberlo sido y con todas las ventajas que para él y su nefasta familia tuvo el máximo cargo ejercido entre 1988 y 1994, pasada su década de ostracismo, amenaza con volver.

Si las costumbres atenienses volvieran en este mismo momento, es muy probable que, Salinas de Gortari se llevaría la mayoría absoluta de ostras marcadas (suponiendo, claro, que no desapareciera las urnas o disolviera las conchas mediante las argucias de algún leal asistente, como confesó en lo que han calificado como ataque de chochez el también ex, Miguel de la Madrid). Desde mi punto de vista tenemos sobradas razones para repudiar a prácticamente todos los ex presidentes de los últimos 40 años.

Unos por ladrones, otros por mentirosos, por andar de candiles de la calle dejando la casa a oscuras; unos por cínicos, otros por tibios; por despilfarradores o por indecisos; por asesinos o por ineptos; por cargarnos con una deuda paralizante y cada vez más pesada, o por darnos cuentos chinos en vez de cuentas claras, que incluyan a los responsables de cada culpa y su sanción correspondiente.

Y aunque cada uno ha tenido su propio estilo y sus propias mañas, todos han cojeado de la misma pata cuando se trata de servir al país, de cuidar los intereses del México de carne, hueso, tierra, agua y demás fluidos vitales -no el de tinta y papel de los discursos-; cuando se trata de ayudar a crecer y proporcionarles trabajo, bienestar y dignidad a la mayoría de los mexicanos.

Demasiadas palabras y ausencia de obras trascendentes arrojan como saldo los últimos sexenios. Pero si uno ha tenido la capacidad de reunir todos los males en su sola persona, agregando al conjunto el cinismo, la megalomanía, la desfachatez, una inteligencia diabólica y el dogmatismo más antipático que pueda concebirse, ése es el que hoy nos amenaza con un retorno tan temible como el de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

No cabe duda de que Salinas de Gortari fue el más hábil de todos los presidentes de la época moderna, el más visionario y el más capaz en cuanto a tomar riesgos y situar a nuestro México en el camino de un crecimiento y desarrollo, gracias a los cuales estuvimos muy cerca de ingresar al primer mundo. Hizo crecer la economía, estabilizó nuestra moneda y nos puso en el mapa mundial más allá de lo folclórico. Pero los excesos acaban con todo, y en este caso el de su confianza personal, su codicia, su afán de poder, el menosprecio por cualquiera que no fuera de la familia y la desconfianza y recelo por quien pudiera hacerle sombra o desviar el camino trazado por él mismo, llevó a Carlos Salinas a cometer los trágicos errores con los que cerró su sexenio y que lo llevarían de la cara brillante de la moneda a la más oscura y sucia, por la que fue y sigue siendo repudiado por la mayoría del pueblo.

Además de las muertes de Colosio y Ruiz Massieu y el surgimiento del movimiento zapatista que rubricaron su sexenio, la peor crisis económica de nuestra historia -herencia inmediata para su sucesor-, el enriquecimiento de la familia Salinas al amparo del poder, la corrupción generalizada y el establecimiento de los vínculos entre Gobierno y narcotráfico que hoy nos tiene atenazados, permeando para mal todos los rincones de nuestra existencia regional y nacional, dieron al traste con los efectos positivos de cualesquiera de las reformas impulsadas por Carlos Salinas.

Sus logros económicos, su tratado de libre comercio y sus aspiraciones a ocupar un sitio prominente en el comercio internacional, se hicieron polvo a los pocos días de dejar la banda presidencial, descubriendo todo un mundo de corrupción creado bajo su mandato y con su complacencia. No le quedó más que hacer mutis -por un tiempo- a quien hablando solía mostrar su dominio de la situación y con el tono melifluo de su voz, disimulado por la seguridad de sus palabras, acostumbraba culpar de cualquier desajuste en su programa a la ineptitud ajena. Pareciera que, después de fracasar en su intento de conmovernos con aquella legendaria huelga de hambre que se dispuso a cumplir acompañado con sus botellas de Aviant y que no duró más de medio día (comparable solamente a la de Jesús Ortega en los tiempos del desafuero), él mismo, haciendo eco de la ciudadanía que descubrió su lado oscuro y lo repudió de inmediato, comprendió la necesidad de desaparecer de la escena política, en una suerte de ostracismo autoasumido y aceptado por justo y necesario.

Pero el tiempo de exilio concluyó. Acompañado de catástrofes naturales, cataclismos sin precedentes, alteración del orden natural de las cosas y lucha encarnizada de caínes alimentados por la misma ubre, como trompetas anunciando el juicio final. Madracistas, gordillistas, montielistas y demás hierbas olorosas, se congregan hoy a la voz de este hijo pródigo que oficializa su temible retorno, aprovechando la revoltura de un río agitado por su propia mano, como auguraban las amenazas reiteradas de AMLO, que nos negábamos a aceptar.

Resulta, pues, que sí había “compló” y que los tentáculos salinistas sobre la mesa de juego eran una realidad. No, el “Peje” no es adivino; simplemente “pa’” los toros del Jaral, los caballos de allá mesmo”; o sea que no hay que dudar de telas cortadas con la misma tijera.

El caso es que Denise Maerker, analista seria y brillante, tuvo la ocurrencia de entrevistar al otrora innombrable. Como es sabido, la notoriedad es el alimento predilecto de gente como Salinas, así que la entrevista se transmitió por televisión y con toda la parafernalia del caso. Denise lo hizo bien, como sabe y es capaz, azuzando a un Salinas estudiado y dogmático que se presentaba como único posible redentor de la política nacional; lo cercó con preguntas comprometedoras acerca de su actuación durante y después del salinato; se atrevió a relacionarlo con la sarta de pillerías que han minado la salud de nuestro país y sus instituciones; lo involucró con los famosos homicidios no resueltos, con el narcotráfico y con delincuentes de amplio espectro, como Carlos Ahumada.

Desafortunadamente, en su afán de obligarlo a responder, la periodista aceptó que estaba manejando información correspondiente a un proceso en trámite y por tanto de acceso ilegal, abriendo así la grieta por la que, como sabandija, el político pudo colarse para ya no salir, aferrándose a la “política-ficción”, frase de la que se colgó como náufrago a una rama para sacarle la vuelta a toda pregunta incómoda.

No sé qué tan serias sean las aspiraciones de Salinas para incorporarse de nuevo a la política mexicana, pero me asusta pensar que sean reales; ojalá y los pesimistas nos equivoquemos, pues su inteligencia y sagacidad para lograr lo que quiere, la falta de liderazgo en un partido atacado por el canibalismo y la influencia de este hombre sobre sus miembros, podrían pesar más que la herencia de corrupción que, en conjunto con sus predecesores, nos ha legado, y eso sería el colmo de nuestros males.

Y ojalá que nuestro Gobierno actual, con sus tumbos y retumbos diarios, deje de hacer tonterías que sólo dan razones a los más débiles para que quieran volver al pasado y que nunca, por ningún motivo, tengamos que vivir de nuevo la presencia de un Salinas de Gortari conduciendo las riendas del país.

ario@itesm.mx

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