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Las laguneras opinan.../Hacer con lo que tenemos

Mussy Urow

Qué difícil conservar la esperanza cuando nos la secuestran y la realidad se impone; esa realidad que después del enjuague de democracia que protagonizaron los pre-candidatos de diferentes partidos en nuestro estado y ciudad, se nos presenta ahora tan triste y pobre de alternativas. ¿Qué respuesta cabe esperar de los ciudadanos de Coahuila y del resto de la República para 2006?

México es un país dividido entre optimistas empedernidos, desilusionados resignados e indecisos flotantes. Los primeros no se apachurran con nada; son los idealistas que siempre están listos con la justificación pronta para disculpar errores. Ellos son los que cada lunes se arremangan los ideales y agarran la escoba; pragmáticos, la vida sigue, tal vez la próxima vez. Pero se aferran heroicamente a su frágil hilito de esperanza y no la sueltan aunque la realidad se imponga continuamente.

Los segundos se quejan, se quejan y se quejan pero nunca hacen nada; ellos piensan que México no tiene remedio, se encierran y con gran dignidad deciden quedarse a ver el futbol en vez de salir a votar porque a fin de cuentas todo va a seguir igual. Ceden sus derechos para que unos pocos decidan por todos y así poder seguirse quejando. Los terceros cambian constantemente pero no acaban de decidirse y por lo general se oponen a todo.

En esta época de encuestas ¿dónde se ubica Usted? ¿Cuál es su perfil? ¿Cómo mediría su nivel de esperanza? ¿Es de los que compran “Melate” y le entra al sorteo de la casa de Cáritas? ¿Paga puntualmente sus impuestos y confía su alegría semanal al triunfo del Santos? ¿Utiliza su credencial de elector únicamente como documento de identificación? ¿Piensa que todos los políticos en México son corruptos y están cortados con el mismo molde aunque la tela sea de diferente color? ¿Le parece importante salir a votar a pesar de todo?

La verdad es que resulta difícil ubicarse y decidirse. Yo contestaría a algunas de mis preguntas con un sí y a otras con un no. Conservar la esperanza de un cambio real en nuestro país es una empresa enorme, sobre todo cuando constantemente nos la presentan disfrazada de democracia para secuestrarla e imponernos opciones... limitadas. Parece que “alguien” nos ofrece una paleta y cuando ya la vamos a agarrar, nos la cambia por un puño de alfileres.

Las opciones que tenemos para elegir autoridades municipales, estatales y hasta federales, no son las óptimas, por usar un término neutral. Es un panorama que va desgastando el nivel de esperanza. Nuestro lentísimo camino hacia la democracia todavía está lleno de trampas: reales y en sentido figurado. Pero esto es lo que tenemos.

Los optimistas empedernidos piensan que hay que seguir adelante y no perder la fe: ¡hasta Dios, con su poder infinito se tardó seis días en crear el universo!

Los desilusionados son un lastre. Optan por la salida más cómoda: no hacer nada. Y los indecisos flotantes, afortunadamente los menos (en las encuestas contestan siempre “No sé”) no son significativos pero no dejan de ser un obstáculo.

Entonces uno se pregunta: ¿Qué hago? ¿Por quién voto si ninguno me convence?

Al optimismo desmedido equilibrarlo con una dosis de razonamiento y objetividad: reconocer que estamos en un proceso, en un camino, aunque estas frases ya suenen a lugar común. No caer en la derrota de la resignación. Definitivamente no pasarnos al bando de los flotantes. Hacer con lo que tenemos...

Hace algunos años leí una anécdota sobre el violinista israelí Itzhak Perlman. Él sufrió de polio cuando era niño, de modo que usa aparatos ortopédicos en las piernas y unas muletas para caminar. Eso no le impidió convertirse en uno de los más aclamados violinistas a nivel mundial. Resulta que en 1995, durante un concierto en la ciudad de Nueva York, Perlman entró al escenario y lentamente se dirigió a la silla dispuesta para él. Dejó las muletas en el suelo, se desabrochó las abrazaderas de los aparatos; recogió un pie, extendió el otro. Se agachó y recogió su violín del suelo, lo colocó bajo su barbilla e hizo seña al director de que estaba listo para comenzar. Cuando terminaba de tocar los primeros acordes, una cuerda del violín se rompió. El público permaneció en absoluto silencio y no pocos pensaron: “va a tener que volver a colocarse los aparatos, tomar las muletas, ponerse de pie y trabajosamente salir del escenario a cambiar la cuerda o el violín”.

Pero no fue así. Itzhak Perlman permaneció en su lugar, esperó un momento, cerró los ojos y después hizo seña al director para que empezara a tocar. La orquesta comenzó y él tocó donde se había detenido. Tocó con tanta pasión, con tanta fuerza y claridad como nadie antes lo había escuchado. Cualquiera sabe que es imposible tocar una pieza sinfónica con sólo tres cuerdas. Dicen que esa noche Perlman se rehusó a saberlo.

El público de esa noche lo vio modular, cambiar y recomponer la pieza en su cabeza. Cuando terminó, el auditorio había enmudecido. Entonces la gente se levantó y lo aclamó en una explosión de aplausos desde cada rincón de la sala de conciertos. Todo el público estaba de pie gritando y aclamando para demostrarle cuánto apreciaban lo que había hecho. Él sonrió, se secó el sudor de la frente, levantó su arco para pedir que lo dejaran hablar y en un tono tranquilo, pensativo y humilde, sin presunción dijo: “ustedes saben, algunas veces la tarea del artista es la de averiguar cuánta música podemos producir con lo que nos queda”.

Esta historia me hace reflexionar. Lo ocurrido a Perlman, un artista que se preparó durante toda su vida para producir música con un violín de cuatro cuerdas, se encontró un día en un concierto con sólo tres cuerdas y produjo música con tres cuerdas.

Nosotros, personas comunes y corrientes, seguramente hemos enfrentado, en lo personal, situaciones en las que las circunstancias no eran lo que hubiéramos preferido y sin embargo, también seguimos adelante, tratando de hacer lo mejor con lo que teníamos. Pero cuando el asunto es de política, nos hacemos a un lado.

No hay que envolverse en una nube de ingenuo optimismo; tampoco hay que resignarse y mucho menos ceder pasivamente nuestros derechos. “Apartarse con una mueca desdeñosa de la política, favorece únicamente a los corruptos de la política, a los que se aprovechan de ese apartamiento de los ciudadanos para controlarla a su antojo”. (Fernando Savater, Ética, Política, Ciudadanía, Editorial Grijalbo.)

¿Qué nos queda? ¿Cómo alimentar esa pequeña esperanza que todo ser humano lleva dentro siempre? Tal vez empezar por cumplir responsablemente con nuestras obligaciones: como personas, como padres de familia y como ciudadanos para conservar y ejercer nuestro pleno derecho a exigir gobernantes y autoridades que nos respeten y nos tomen en cuenta: “en las democracias, los políticos están donde están porque de alguna forma los han enviado allí los ciudadanos”. (También Savater.)

De modo que no perdamos la esperanza ni rindamos tan fácilmente nuestros derechos. Si las opciones que se nos presentan para las próximas y futuras elecciones son limitadas, revisemos qué parte de responsabilidad nos corresponde para que el resultado de éstas haya sido así. El que los políticos que no nos gustan estén donde están, es porque no ha habido nadie que se los impida. Y al menos tenemos opciones, así que sigamos adelante con lo que tenemos.

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