Esta semana, dos temas han establecido la agenda de la mayoría de los medios de comunicación del mundo occidental: la enfermedad que aqueja al Papa, cuya posible muerte se presiente lamentablemente pronta, y el fallecimiento previsto de Terri Schiavo. Dos eventos comunes que apuntan al mismo resultado –el fin de la existencia- pero cuyos elementos incidentes son radicalmente distintos: en el primero, la voluntad de Dios se haría presente; en el segundo, fue la conciencia humana quien decidió el último minuto de vida. Así, estas dos representaciones que se vinculan a través de lo mediático, nos indican las diferentes concepciones sobre la muerte que se debaten hoy en día.
Las discusiones apenas empiezan, porque de la muerte hablamos cada vez menos. Aunque apenas hace algunas décadas no había familia que no hubiera sufrido la pena de perder un niño o un joven por una gripa mal cuidada o alguna epidemia, ni qué decir de los mayores. Sin embargo, hoy en día los avances de la medicina han jugado un papel primordial en nuestra visión sobre las enfermedades, la vida y la muerte. Cada vez hay más esperanza en que aún los padecimientos más severos como el Sida o el cáncer, puedan atacarse debidamente y prolongar nuestra estancia en la tierra. Esta nueva mentalidad ha producido, según Geoffrey Gorer, un estudioso de los ritos mortuorios contemporáneos, que la muerte se convirtiera en un tabú durante la segunda mitad del siglo XX y haya reemplazado al sexo como espacio simbólico de censura. Por ello, quizá, nos cuesta mucho trabajo hablar sobre la muerte y más aún sobre temas espinosos como la eutanasia o el derecho a morir dignamente.
Sin embargo, hoy el caso Schiavo y las películas “Mar Adentro” y “Million Dollar Baby” han puesto el tema sobre la mesa. ¿Qué hace posible que la eutanasia sea un tema de agenda pública?
Vivimos en una sociedad moderna en el sentido sociológico del término; es decir, aquella cuya principal característica es la negación del universo sagrado y la sustitución del dogma religioso por la razón, aquella en donde la práctica y la experiencia sustituyeron a la esperanza y la fe. La modernidad se distingue por la importancia a la autonomía, la primacía de la secularización, el valor del cuerpo, entre otros elementos complejamente relacionados. La sociedad occidental contemporánea es la sociedad de los “derechos”, de la autonomía individual. Quizá por ello Ramón Sampedro, el tetrapléjico que retrató Alejandro Amenábar en “Mar Adentro” dice: “La vida es un derecho, no una obligación”.
Este es el principio del que parte, por ejemplo, la Federación Mundial de Asociaciones del Derecho a Morir, que agrupa a 23 países con esa misma preocupación y que apoyaron a Sampedro. Buscan difundir la idea y la conciencia del derecho que todo paciente tiene a participar en cada una de las decisiones que deban tomarse durante el tratamiento de una enfermedad terminal, con el objeto de evitar la prolongación inútil de la vida y el sufrimiento innecesario. En lugar de ocultarle la información al paciente, como todavía acontece por parte de familiares y/o médicos, éste debe conocer todo sobre su enfermedad y diagnóstico, así como las alternativas que haya de curación y sus implicaciones. Para los pacientes en estado terminal, como el caso de Terri Schiavo, que no pueden participar en las decisiones, la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente ha creado un documento llamado “Ésta es mi voluntad”, en donde la persona puede expresar su determinación, quitando así la responsabilidad que pueda dársele posteriormente tanto a los familiares como a los médicos.
En México, como sabemos, la eutanasia está prohibida. Es más, según el senador perredista y cardiólogo Elías Moreno, ninguna fracción parlamentaria se atrevería a plantearlo, pues cualquier partido político sufriría un alto costo si llevara la iniciativa al congreso. Sin embargo, en los Países Bajos, en Europa y en Oregon, en los Estados Unidos, los enfermos terminales tienen esta opción. En este último lugar, de 1997 a 2003 se habían presentado 171 suicidios asistidos.
El tema es difícil, ni duda cabe. Los testimonios en contra de la eutanasia y los argumentos religiosos deben analizarse. Sin embargo, lo que es un hecho, es que la mentalidad religiosa que sostenía la muerte y todo lo que ella implicaba, prácticamente ha desaparecido. Hace algunos siglos, la muerte era el acto más importante de la vida de cualquier ser humano, en el que existían ritos específicos para esperarla. En primer lugar, la muerte inminente era un signo de que había que olvidar al mundo y pensar en Dios. La presencia de un sacerdote y su absolución, eran de innegable necesidad. Muchas veces, la ceremonia era organizada por el propio moribundo, que identificaba el momento en que la muerte llegaría y la aceptaba plenamente como voluntad divina. El enfermo se despedía de sus familiares más cercanos, incluyendo a los niños, como quien iba a un viaje largamente esperado. No había mayores dramatismos. Las exequias se llevaban a cabo en el mismo hogar, del que se sacaban los muebles y se transformaba en espacio ceremonial. El testamento no era un documento donde se externaba la herencia económica que se dejaba a los hijos, sino el espacio en donde se expresaba la fe religiosa y las decisiones adoptadas para garantizar la salvación del alma y el descanso de su cuerpo. Desde hace algún tiempo sigo la evolución de las esquelas en la prensa y es notorio que ha desaparecido en ellas la fórmula “Y recibió los auxilios espirituales” o alguna alusión a la extremaunción (lo cual no quiere decir que se haya dejado de hacer, pero sí que ha dejado de ser importante para anunciarlo). Los novenarios se han restringido a los triduos o a la misa única. La sociedad moderna ha desterrado a la concepción religiosa, no como una práctica de fe (que sigue existiendo y existirá) sino como la única cosmovisión del mundo.
Es más, los rituales de la muerte a veces tienen una connotación muy poco religiosa y más de “sociales”: un acto de encuentro entre conocidos de la persona fallecida.
Es difícil tomar decisiones y legislar sin debate. Hace falta hablar de la muerte en nuestro país, de lo que nos significa actualmente, de los temores y miedos, así como la manera de resolverlos. Hace falta saber qué es calidad de vida para cada grupo social y la calidad de vida con respecto a la enfermedad y la muerte. Las consecuencias de algunos medicamentos en enfermedades terminales ha puesto a pensar a pacientes, médicos y familiares sobre su pertinencia. ¿Qué es lo mejor? El caso de Ramón Sampedro levantó una ola a favor de la eutanasia, pero incluso algunos tetrapléjicos han alzado la voz para externar una opinión totalmente distinta a la del gallego.
Dicen que en México nos burlamos de la muerte, pero quizá en el fondo es una angustia sobre el último día de nuestra vida.
Será, como dice José Alfredo Jiménez que ¿la vida no vale nada?
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