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Las laguneras opinan.../No se vale... así yo no juego

Mussy Urow

¿Se acuerda haber pronunciado esta frase en su infancia? Yo sí. Muchísimas veces.

En Puerto Limón, Costa Rica, donde pasé mis tranquilos y hermosos primeros años, jugábamos a muchas cosas, como los niños de cualquier parte del mundo: “jackses” (matatena o “pin-jacks”) cromos, palillos chinos, monopoly. Siempre había alguien que movía un palillo, los “jackses” o levantaba mal un cromo. Éstos eran figuritas de papel (flores, bebés, princesas, corazones, todos muy cursis, la verdad.) Se compraban en las papelerías y se coleccionaban e intercambiaban: sentadas en el suelo, dos o más jugadoras, poníamos boca abajo las figuras que se intercambiaban (primero las repetidas, obvio y con el consentimiento de la contrincante). El método consistía en pegarle al cromo con la mano abierta y con el golpe, levantar y voltear el cromo. La que lo hacía bien, se quedaba con la figura. A veces dolía perder un cromo muy especial, pero no faltaba la que no lo volteaba totalmente o apretaba la mano para levantarlo. Inmediatamente surgía la protesta: “No se vale... así no juego.” Estábamos ensayando la vida: el juego se detenía y volvíamos a repetir las reglas; las que aceptaban, seguían jugando; las que no, recogían sus cromos y se retiraban. La consecuencia era que a esas ya no las volvíamos a invitar a jugar.

Era muy claro y sencillo. En ese ensayo de la vida, algunas aprendíamos que no siempre se gana, que para vivir en sociedad y formar parte de un grupo, existen reglas que se aceptan o no, que cualquier decisión trae aparejada una consecuencia y que no se vale decir “las reglas son buenas sólo cuando yo gano.” También se aprendía a perder.

En la vida adulta, sabemos que no siempre se puede seguir siendo fiel a esa tranquila y elemental forma de resolver conflictos, por muchísimas razones; la principal es tal vez porque la vida se hace más compleja, y porque surgen intereses que pesan más. Pero también porque hay decisiones que otros toman por nosotros y las consecuencias las padecemos involuntariamente; es cuando dan ganas de volver a decir “No se vale...yo así yo no juego”.

En este país hay muchísimas situaciones así. Por ejemplo, somos sujetos cautivos de los bancos, que nos ofrecen “servicios múltiples” que debemos pagar incuestionablemente, al precio que ellos dispongan, mientras que el Fobaproa, ese ente monstruoso que pesará aún sobre futuras generaciones de mexicanos, favoreció a tantos banqueros corruptos y voraces. Impuestos amañados, bajo la amenaza de “en caso de no presentarse al vencimiento de la carta invitación, será requerido por la autoridad fiscal estatal”. Prediales modificados; cuotas, multas y recargos en los pagos del IMSS para después salir con que “no tenemos la medicina”, “le faltó una firma”, “ya se acabaron los pases de hoy, vuelva mañana”. Y eso sin contar con la inminente huelga, anunciada para el 15 de este mes y cuyo fondo conocemos perfectamente. Saber que el Gobierno mexicano compra gasolina a Estados Unidos para revendérnosla después; hampones y delincuentes que desde la cárcel continúan organizando y dirigiendo sus operaciones criminales. La lista es larga y el espacio breve.

De lo más grave, las sumas exorbitantes que la Ley autoriza a los partidos políticos para las campañas electorales. Ya se ha dicho y escrito mucho sobre el tema, pero este es un ángulo diferente. Quienes apoyan y justifican estas prácticas, alegan que “la democracia tiene un costo”. De acuerdo. Pero aquí las reglas del juego no están claras porque el “costo de la democracia” va por cuenta de los contribuyentes y al final de la cadena, los recursos autorizados por la Ley, acaban en los bolsillos de los medios de comunicación -televisoras, periódicos, publicistas, radiodifusoras, creadores de imagen- donde se contabilizan como utilidades. ¿Verdad que no se vale?

Me pregunto también qué objeto tienen los spots de radio y televisión del presidente Fox. ¿De qué nos quiere convencer a estas alturas? Y el costo de estos spots, ¿es tiempo que los medios dan al Gobierno o también se les paga a los dueños, en cuyo caso, vuelven a ser utilidades para sus empresas?

Además de perder en el camino hacia la vida adulta las claras reglas del juego infantil, la incongruencia va convirtiéndose en el modus vivendi de buena parte de la sociedad, llámense políticos, funcionarios, autoridades y empresarios. Ahora las reglas del juego las pone cada quien a su conveniencia: el objetivo principal es “lo que más me convenga”. El mantener un bajo perfil se ha convertido en arte: no hacerse hacia ningún lado, mantener la neutralidad tanto como sea posible y después, salga quien salga, salir a flote en el momento preciso y ofrecer inmediatamente el apoyo y las felicitaciones.

Cada día es más evidente que nuestro país va para abajo en caída libre. Su posición en niveles de productividad a escala internacional, está cada vez más cerca del final de la lista. Según la Ley de gravedad, lo que cae estuvo antes arriba; entonces no se puede afirmar que antes todo estaba mal. Ni tampoco estamos mal los millones de hombres y mujeres de este país que seguimos trabajando y pagando nuestros impuestos. Hay algo que no concuerda.

La costosísima campaña promovida por Televisa, “Celebremos México”, que más bien parece una justificación de sus inmensas utilidades, se nos presenta como una iniciativa para elevar la autoestima (¿o un nacionalismo folclórico?) de los mexicanos; sin embargo, la programación de esta empresa es cada vez más insultante para el público cautivo; la calidad de los programas es ínfima y no hace absolutamente nada por elevar el nivel cultural de los televidentes: absurdas, irreales y denigrantes telenovelas; programas seudocómicos más aptos para una carpa y concursos de baile y academias que se alternan por temporadas con “reality shows” de diversas características, todos iguales en su contenido: la promoción irresponsable de antivalores y la idea de que todo es fácil y divertido. ¡Ah! pero a partir de 2006, Televisa va a hacer públicas las facturas de lo que gasten los candidatos en promocionarse a través de la televisión: vamos a conocer una parte del “costo de la democracia”.

Y para colmo, ante la descarada huida en pos de nuevos puestos, se desintegra el “gabinetazo” y el único elemento con la integridad para enfrentar con firmeza y congruencia al temible sindicato del IMSS, Santiago Levy, se ve obligado a presentar su renuncia porque el Gobierno no tiene la fortaleza ni la voluntad (léase Atenco, Reforma Fiscal, los autos chocolates, el desafuero de Andrés Manuel...) para apoyarlo y hasta ahora parece que va a preferir dar marcha atrás (el Gobierno del Cambio) a las reformas ya aprobadas que se hicieron a la Ley del Seguro Social.

Lo triste de nuestra situación es que las grandes decisiones del país no dependen de nosotros; lo que nos toca es padecer las consecuencias, y francamente, ya no se vale... así yo no juego.

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