Muchos mexicanos, admiramos a nuestro Ejército, institución sólida, ordenada, disciplinada, silenciosa, pudorosa, atenta siempre de resguardar la seguridad y soberanía de nuestro país y con mucho la protección civil.
El pasado jueves, cruzó la frontera norte para internarse en Estados Unidos. Su misión insólita... ayudar al país más poderoso de la Tierra por los efectos del huracán Katrina.
Ello es paradójico, en todo sentido, tanto por la soberbia de sus actuales dirigentes republicanos, al igual que si hacemos un comparativo de los recursos tanto económicos como humanos del Ejército de Estados Unidos frente al nuestro.
Según datos de la CIA de este mismo año, en México, país en el cual el servicio militar es obligatorio a los 18 años, contamos con casi veinticinco millones de varones entre los 18 y 49 años de edad, que potencialmente pueden ser llamados por las fuerzas militares en caso de requerirse sus servicios. En Estados Unidos, en este mismo rubro, son sesenta y ocho millones de varones entre los 18 y 49 años. Cada año en México, aproximadamente un millón de varones cumple la edad militar, (18 años) y en Estados Unidos, dos millones. En México el presupuesto anual de nuestro Ejército es de sesenta mil millones de pesos, (seis billones de dólares) lo que representa el 0.9 por ciento del Producto Interno Bruto; y en Estados Unidos el Ejército, tiene un presupuesto anual de 370 billones de dólares, que representan un 3.3 de su Producto Interno Bruto.
Estas cifras comparativamente hablando, son brutales en su diferencia y por sí mismas explican que Estados Unidos en el desastre que está viviendo, en materia económica o de recursos humanos no necesita de nuestra ayuda, y sin embargo, la necesitó, necesitó la presencia de nuestro Ejército. ¿Por qué?
La respuesta es profunda y por lo mismo humana, y en esta materia puede haber muchas respuestas. Una de ellas, pudiera ser, que no obstante la riqueza de Estados Unidos, en todo sentido, no tiene recursos humanos especializados para trabajar en desastres en los cuales se mezcla la desgracia y la desesperanza. La solidaridad de nuestro pueblo en este sentido, reforzada por el Ejército, es indiscutible, todos hemos tenido experiencia de ello, tanto en lo personal como en lo social, el terremoto del 19 de septiembre del 85, aún nos lo recuerda.
Otra respuesta quizá será, que igual Estados Unidos se siente rebasado por el problema, ya sea porque tienen disperso a su Ejército por todo el mundo invadiendo y lastimando o porque su población civil no está acostumbrada a tener que intervenir para solucionar los problemas de los demás. Estados Unidos no sabe del cólera en su propio país, no sabe de cuerpos descompuestos tirados en las calles, no sabe de muchas cosas que tan sólo los países subdesarrollados sabemos.
Respuestas hay muchas, el caso es que allá estamos... el objetivo ayudarlos... y ciertamente lo haremos. El personal militar que se fue, señala el Comunicado de Prensa de nuestro Gobierno, es un equipo altamente especializado “compuesto por ingenieros, médicos, enfermeros, equipos de preparación y elaboración de alimentos y de comunicaciones militares...”.
Cuánta desgracia y dolor trajo Katrina, qué devastadora su fuerza, cuántas familias en duelo, qué pérdida tan brutal; qué ciudad tan bella, la cuna del jazz, quizá perdida para siempre.
La enseñanza de este acontecimiento tan doloroso es que todos los países, ricos y pobres nos necesitamos; quizá nuestra madre la Naturaleza nos esté dando una lección a todos, para que reflexionemos más en ello. A Estados Unidos en lo general y a Bush en lo particular que lo sufrieron en carne propia, les está advirtiendo que también ellos son vulnerables, enseñanza que necesitan, ya que hoy por hoy es el país más poderoso del mundo y todos estamos en sus manos.
La partida de nuestro Ejército a otro país, a ayudar en el dolor, también nos recuerda y nos enseña a los mexicanos el mucho respeto que debemos tenerle.
Otro mensaje, auque banal, también se los envía a los que les ponen los nombres a los huracanes; bien les vendría conocer la obra de Diego Rivera, “Un paseo dominical una tarde en la Alameda Central”, porque ponerle por nombre Katrina a un huracán, no es conveniente...