En alguna ocasión dediqué este espacio a comentar un libro que me pareció extraordinario: “Las Siete hijas de Eva”. Su autor, Bryan Sykes, profesor de genética en el Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Oxford, Inglaterra, es reconocido por la comunidad científica como una de las mayores autoridades en los estudios sobre el ADN.
El profesor Sykes se ha dado a la tarea de escribir para divulgar los recientes hallazgos en el área de genética, a raíz de sus propias investigaciones y de la conclusión del proyecto Genoma Humano. Recientemente se publicó en español su última obra, “La maldición de Adán” (Editorial Debate, Madrid, España), cuyo tema tiene que ver “con el mítico y esencial cromosoma Y”. Muy recomendable, lenguaje claro y ameno, pero el tema de hoy no es sobre genética.
Sin embargo de esta lectura, dos cosas en apariencia paradójicas llamaron mi atención: la primera es el extraordinario avance de la ciencia en los últimos diez años, gracias, principalmente, al desarrollo de la tecnología. Y la segunda, lo increíblemente lento que es el avance de la ciencia, a pesar de lo anterior. Cada paso está precedido por el trabajo de años, a veces de toda la vida, de algún científico que explora una cosa específica y que a su vez, abre el camino a otros.
¿No le ha pasado a Usted que a veces, lecturas con temas que parecen opuestos, convergen y se complementan? A mí me ocurre con frecuencia, aunque es una práctica de poca utilidad. Cuando mucho, me ayuda a entender un poco lo que ocurre.
Hace algunas semanas (tal vez Usted también lo vio en este diario), leí un artículo de Carlos Fuentes en el que se refería al reciente ataque terrorista en Londres. En él exponía varias consideraciones sobre el tema de cómo combatir al terrorismo. La tercera -para él la más importante y más difícil- “consiste en expulsar al terrorismo de sus nidos mediante el desarrollo. Donde hay mejores niveles de vida, educación y salud, donde los ciudadanos sienten que son accionistas del progreso y de la libertad, el terrorismo no encuentra terreno fértil”.
Entonces pensé que el terrorismo tiene muchas caras. Una de ellas, obviamente la más espectacular e impactante es como la que vimos en las Torres Gemelas de Nueva York; la de Atocha, en Madrid; la cotidiana en Israel y las últimas en Londres y Egipto.
Pero otra de sus caras, sordera, perseverante y como de “mosquita muerta”, es la de la política disfrazada de democracia. Bajo ese manto protector, los terroristas políticos utilizan el bombardeo publicitario y la manipulación, dilapidando sumas enormes que finalmente van a parar a los bolsillos personales de cuantos medios existen. Se justifican con la hipócrita premisa de que “la democracia resulta cara”. La poca ganancia, para nosotros, los ciudadanos simples es que, como los suicidas que se lanzan con las bombas, a veces alguno de estos terroristas políticos se autoinmola en el acto.
Concretando estas consideraciones al avance político en nuestro país y ubicándonos en el momento actual, resulta que la opinión de Carlos Fuentes es perfectamente aplicable. En México no hay mejores niveles de vida desde hace décadas; los mexicanos no nos sentimos accionistas del progreso y la libertad porque los terroristas políticos han secuestrado literalmente nuestras posibilidades. Y he aquí otra paradoja: lo han hecho con nuestro permiso. ¿Qué otra explicación hay para entender la apatía, el desinterés o el conformismo ante las poquísimas oportunidades que se nos presentan para que se dé un cambio verdadero?
¿Cómo entender de otra manera el que se haya desperdiciado la oportunidad de elegir a un candidato de trayectoria limpia, y con el abstencionismo se haya dejado la puerta abierta al terrorismo político y a la manipulación? Me refiero a las pasadas elecciones del PRI para elegir a su candidato a gobernador de nuestro estado, por ejemplo. El resultado de estas elecciones es muestra clara del terrorismo político; pero también de la falta de espíritu cívico y de visión, puesto que la oportunidad estuvo abierta a todos los coahuilenses, independientemente de su preferencia partidista. Por otro lado, el PAN se encierra y sólo sus partidarios pueden votar. El manto democrático que los justifica son los reglamentos internos de su partido. Siempre es más difícil ser víctimas del terrorismo político cuando se habla de unos pocos miles de electores, aunque no sea muy democrático.
Desgraciadamente lo que prevalece es la ignorancia y el interés partidista mal entendido, cuando lo principal debiera ser un interés común por el bienestar general: tener la opción de elegir, finalmente, entre dos o tres candidatos que representen a lo mejor de sus partidos.
El avance político, en nuestro estado, es todavía muy lento, aunque se apoye en la moderna tecnología de la mercadotecnia.
Y ni se diga a nivel nacional, la perspectiva es aterradora.
Admito que la alternancia de partidos en México era necesaria, indispensable. Sin embargo, la primera experiencia ha sido verdaderamente triste. También fuimos víctimas del terrorismo publicitario y de un secuestro: México fue secuestrado por la “pareja presidencial”. Un síntoma de lo cruel que puede ser una decisión basada en las promesas y la publicidad. Yo no voté por Vicente Fox y mucho menos por la señora Marta. Sin embargo, creí en un momento que las cosas serían diferentes. Hoy, cuando escucho a la señora de Fox repetir apasionadamente que es una persona de “convicciones profundas y de apego a la Ley”, mientras se defiende de lo que gastó en vestuario, desde el año 2000 hasta 2004, porque “la partida de gastos estaba aprobada por el Congreso”, no puedo evitar el cuestionarme si entonces esto no chocaba con sus convicciones profundas. Y en cuanto a su legítimo derecho a trabajar, que enarbola a viento y marea, nadie se lo está cuestionando: únicamente el valor de las prendas, a cuenta del erario público, que usa para ejercer su derecho.
Mientras tanto, que siga “trabajando, trabajando y trabajando con absoluta responsabilidad y absoluta transparencia” (sic). Pero que no diga que tiene convicciones profundas porque se predica con el ejemplo y aunque sea la primera dama y tenga que acompañar a su marido, lo puede hacer igual de elegante y distinguida siendo más modesta en el precio de su vestuario.
Esto en realidad no tiene mucha relevancia. Como dijo el vocero de la Presidencia, “es un asunto menor”. Pero lo que sí tiene importancia es que los últimos cinco años se le han ido al país en puros asuntos menores. Por eso, las dos lecturas tan opuestas que mencioné al principio me llevaron a concluir que la democracia (que en México nos resulta carísima) es como la ciencia; avanza siguiendo el mismo método: prueba y error. Con la gran diferencia de que en los laboratorios las víctimas del error suelen ser ratones. Pero la democracia es también una ciencia mucho más compleja y no se beneficia de la tecnología; en México a pesar de que avanza lentamente, tiene aún lastres terribles: uno de ellos es la política en manos del terrorismo y otro es el alto nivel de conformismo de la sociedad en general.
Mientras los mexicanos no nos sintamos, por derecho propio, verdaderos accionistas de la libertad y el progreso, seguiremos siendo terreno fértil para el terrorismo político.