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Las laguneras opinan... | ¿Torreón Vs. Saltillo?

Laura Orellana Trinidad

¿Torreón Vs. Saltillo?

El proceso para las próximas elecciones de nuestro estado se presenta particularmente interesante: la campaña difundida para que otorguemos nuestro voto a un lagunero para gobernador, revela de la manera más clara y transparente nuestra tensa relación -ya histórica-entre Saltillo, espacio emblemático del poder político y la Región Laguna de Coahuila, donde se produce gran parte de la riqueza económica del estado. Así, el panorama se configura para hacer un inmejorable análisis de coyuntura: las fuerzas que normalmente serían adversas y antagónicas en La Laguna, hoy se unen frente a un “enemigo” a vencer: la posición privilegiada que ha tenido la capital frente al resto de Coahuila. En pleno siglo XXI y a pesar de la modernización política, los regionalismos atávicos siguen apareciendo por estos lares.

Ciertamente, tenemos razones de fondo: la mayoría de los gobernadores oriundos de lugares ajenos a la Comarca Lagunera coahuilense, no han sido justos ni equitativos con el empeño que nuestros antecesores pusieron para sacar adelante a esta tierra: el famoso planeador urbano Luis Unikel, en El desarrollo urbano de México, dejó asentado que Torreón, ya en 1930, se ubicaba como la décima ciudad de importancia nacional, de acuerdo a diversos indicadores que utilizó. En la siguiente década, según sus estudios, dio un salto sorprendente hasta ubicarse en el sexto lugar, producto por supuesto del auge en la agricultura, la ganadería y la política agraria de apoyo a la pequeña propiedad, así como las fuertes inversiones en obras de riego. Ya en 1950, sólo nos precedían en importancia el área urbana de la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Puebla. ¡Quinto lugar en importancia nacional con apenas 43 años de existencia! Y de Saltillo, ni sus luces. Hacia 1960, Torreón era la única ciudad en Coahuila con más de cien mil habitantes. Saltillo, evidentemente le seguía en segundo lugar. Treinta y cinco años después, la capital no sólo alcanzó a la otrora cuna del oro blanco, que para entonces sumaba 450 mil almas, sino que pasó a ocupar el lugar con mayor número de coahuilenses.

Sin embargo, Torreón ha ocupado un lugar preponderante durante prácticamente toda su vida, desempeño que no ha tenido su debida y repito -justa- retribución. Finalmente, quizá no hemos terminado por sentirnos “coahuilenses”, por más que durante los últimos seis años escuchemos en todos los eventos políticos del gobernador Enrique Martínez, el famoso himno. El que empresarios y políticos se unan para pedir a un lagunero para gobernador, revela en el fondo un sentimiento de exclusión.

Pero siempre hay honrosas excepciones. Un gobernador de Coahuila, de origen saltillense, fue uno de los que más apoyaron a Torreón durante su gestión tanto como presidente municipal en dos periodos (1923-24 y 1927-28) y como gobernador (1929-1933). Se trata de Nazario Ortiz Garza, quien realizó múltiples obras de las que todavía hoy gozamos en nuestra ciudad: se ampliaron, en ese entonces, los servicios de agua hacia el oriente de la ciudad; se pavimentó más allá de la Alameda, dando lugar a un gran auge automovilístico; hermoseó la Alameda con la fuente monumental de “El Pensador” y construyendo el estanque que guarda las proporciones geográficas del territorio de Coahuila; se modernizó la Plaza de Armas, así como el entonces bulevar Morelos y la calzada Colón con camellones, estatuas y jarrones.

Contribuyó en gran medida, junto al Club del Automóvil a construir la magna obra del puente Nazas y favoreció la construcción del Estadio Revolución para las bodas de plata de Torreón, apoyando el gran interés que había por el deporte. Pero al parecer, nunca dejó de lado los intereses de los pobladores que habitaban el resto del estado: es conocido por su gran apoyo a la educación estatal (en Saltillo construyó el Ateneo Fuente y primarias como la Coahuila y Álvaro Obregón) y por fomentar la integración de las principales ciudades de Coahuila a partir de un apoyo en carreteras: impulsó la de Saltillo a Monterrey, a Torreón, Piedras Negras y Arteaga.

La integración de los coahuilenses, para alcanzar metas comunes, es un tema pendiente desde hace muchísimo tiempo. Ciertamente, las características geográficas han sido un elemento que dificulta la relación. En el cuarto número de Signos para la Memoria, se afirma con razón que en Coahuila “...las regiones guardaron cierta integración al interior de las mismas, con sus propios centros urbanos, comerciales y regiones agrícolas, mientras que sus habitantes elaboraron una fuerte identidad, derivada de su lejanía con respecto al resto del estado, de sus actividades económicas dominantes, de su propio enlace con el resto del país, e incluso, de sus propios equipos deportivos”.

Otro elemento contemporáneo que se agrega al anterior es el hecho de que desde hace varias décadas la mitad de los coahuilenses habitemos principalmente en dos ciudades: si sólo una es favorecida, la hendidura se acrecienta. Y basta un ejemplo para destacar esta evidencia: la autopista que va de Saltillo a Monterrey es libre, no es necesario pagar por transitar en ella; sin embargo, prácticamente la única de cuota en todo Coahuila es la de Saltillo-Torreón, que no tiene un punto de comparación con la de Torreón-Durango. Hasta el cansancio se ha pedido la mejoría, pero tan sólo se completó a cuatro carriles (tener una autopista 4-2-4 era un total absurdo). Si no hay carreteras que nos “unan”, ¿cómo les irá a nuestros coterráneos que viven en poblaciones pequeñas y alejadas de Saltillo y Torreón? ¿Qué significará para ellos ser coahuilenses?

Me uno a las voces que últimamente han destacado que el próximo gobernador de Coahuila deberá gobernar para todos, sin distinción de partidos, lugar de origen u otro tipo de afinidades. Sin embargo, mientras les “cae al veinte” a los políticos, me gustaría que quien ocupe el Palacio Rosa de Saltillo, sea de nuestra región.

lorellanatrinidad @yahoo.com.mx

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