La palabra, el lenguaje, la escritura y la literatura como antídoto contra la intolerancia.
El lenguaje no es reductible a un instrumento, tiene que ver con la construcción de nosotros como sujetos parlantes (...) lo que determina la vida del ser humano es en gran medida el peso de las palabras, o el peso de su ausencia. Cuanto más capaz es uno de nombrar lo que vive, más apto será para vivirlo, y para transformarlo. Mientras que en el caso contrario, la dificultad de simbolizar puede ir acompañada de una agresividad incontrolable. Cuando uno carece de palabras para pensarse a sí mismo, para expresar su angustia, su coraje, sus esperanzas, no queda más que el cuerpo para hablar: ya sea el cuerpo que grita con todos sus síntomas, ya sea en el enfrentamiento violento de un cuerpo con otro, la traducción en actos violentos.
Michéle Petit
Mucho se ha escrito ya sobre lo acontecido en Francia: actos violentos que denuncian y delatan una inconformidad de los jóvenes, no solo emigrantes sino en general. Sin embargo, en este artículo propongo más que hablar de la intolerancia, hablar de un posible remedio: las palabras, el lenguaje, la escritura y la literatura como antídoto contra la intolerancia.
En el espacio donde se realizaba mi taller, colgando en una esquina, hay una lagartija que, vista con cuidado, descubre sus intenciones de entrar a la litografía que está por arriba de ella. En la litografía hay una niña sentada, levantándose la falda, delatando con su cuerpo, pues su edad no le dejaría verbalizarlos, los placeres que quiere gozar. Pero, ¿por qué calla si ve que una lagartija naranja y de rayas la puede acariciar? Calla porque carece de lenguaje, de palabra.
El lenguaje es creador de analogías, de fantasías. Todo lo que vivimos y lo que imaginamos está dicho en palabras, aún y cuando se conviertan en artificios, en un arte que desdobla la realidad. El lenguaje ayuda a crear fantasmas, a crear historias de niñas atrapadas en un cuadro; describe a lagartijas naranjas, a príncipes, brujas y paisajes insólitos. También el lenguaje, la palabra, ayuda a registrar lo que la realidad nos presenta. El lenguaje constituye al ser humano, le ayuda a ser y a estar, a conocer y reconocerse en su tiempo, en su espacio, y le permite alcanzar otros tiempos y espacios. El lenguaje crea conciencia de las cosas y las experiencias. El lenguaje libera y crea nuevas situaciones. El lenguaje está hecho de palabras, de “nombres”.
Pero, ¿qué cosa es esto que llamamos nombre? ¿por qué y de qué manera nombramos a las cosas? Tal vez, una de las más claras y bonitas definiciones es la que da Fray Luis de León, en De los nombres de Cristo el nombre es “... una palabra breve, que se sustituye por aquello de quien se dize, y se toma por ello mismo. O nombre es aquello mismo que se nombra, no en el ser real y verdadero que ello tiene, sino en el ser que le da nuestra boca y entendimiento”.
El nombre, en palabras de Fray Luis, “reduce a unidad la muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezclados, se mezclan y permaneciendo muchos no lo sean; y reina la unidad sobre todo”.
Porque es impensable un mundo sin palabras, un mundo de silencio. Aun y cuando no hablamos, dialogamos con nosotros, con otras personas o nos imaginamos una y otra situación constantemente. Incluso cuando dormimos, el lenguaje nos ayuda a comunicarnos con lo soñado.
Sólo cuando entendemos el “espíritu” de cada cosa es posible nombrarlas. Es cuando existen en la palabra. El nombre puede sustituir a la imagen; la disfraza, le pone marcos, la llena de artificios, la calla. Porque en nuestra mente podemos evocar situaciones inciertas, imaginar que la niña dibujada toma un periódico y ahuyenta a la lagartija. Quiero decir que el nombre, la palabra, anima lo existente, lo hace presente, lo modifica, lo acerca, lo aleja, lo significa, lo inventa.
Aprender palabras enriquece nuestra vidas pues, gracias a ellas y por medio de ellas, “las cosas cuyo son están en nosotros”, a decir de Fray Luis y, de no ser así, serán como la imagen de un caleidoscopio: nunca una palabra o un nombre será igual a otro, pues habrá tiempo, espacio y aprendizaje de por medio que las hagan diferentes.
Partimos de la idea de que el lenguaje es, ante todo, un sistema, y como tal pone en juego elementos ordenados de una manera específica que los dota de significado y de función. La lengua es el conjunto de sus usos específicos, sus dimensiones semántica y sintáctica en un grupo de hablantes.
La lengua es esencial en la construcción del “yo”. Simultáneamente, es también a través del lenguaje como el ser humano aprehende el mundo. El desempeño cognitivo y afectivo de cualquier persona, depende de su destreza lingüística, ya que para él sólo existirán las cosas y los sentimientos que pueda nombrar.
La lengua como experiencia está íntimamente relacionada con el nivel del conocimiento, pues comprende su uso en las relaciones sociales, que varía en cada circunstancia y momento.
Dependiendo del entorno geográfico, étnico, socio-económico, religioso, etcétera, se conformará un uso particular de la lengua que hará que el individuo sea reconocido como parte de un grupo diferenciado.
El lenguaje como expresión artística toma la forma de literatura; sin embargo, es común que estas dos áreas, el lenguaje y la literatura, se consideren entidades separadas. Esta postura tiene la gran desventaja de vaciar de significado social al fenómeno literario, al divorciarlo de su dimensión lingüística y darle importancia solamente a nivel estético. Sin embargo, si consideramos la trascendencia social de la literatura, podemos aprovecharla como un instrumento para fortalecer los otros usos del lenguaje. Por lo tanto, haciendo de la lectura una actividad dinámica y creativa, el individuo aprehenderá de una manera integral el lenguaje, como entidad completa y abarcadora.
Considero que el lenguaje es más que una herramienta. Es un espejo de nosotros como sujetos, pues el lenguaje nos construye. Hace tiempo vi en un estacionamiento a dos jóvenes en un coche que canturreaban la canción que estaban escuchando, en un tono estridente, muy violento. Al estar ensimismados en su ruido, no se percataron de que unas personas iban cruzando la calle. Frenaron bruscamente y la reacción del joven conductor fue absurda: no se disculpó, sino que agredió casi con el cuerpo a las personas que cruzaban. Pienso que si este joven hubiera podido nombrar con palabras lo vivido, habría actuado de otra manera. Tal vez su enojo habría sido moderado, o lo habría dejado pasar. Este hecho confirma las palabras de Petit; una persona sin palabras actúa en forma violenta. Sin el lenguaje, los pensamientos no podrían articularse para descifrar, crear y recrear la lógica del mundo en que vivimos.
El lenguaje motiva la imaginación y la creatividad, porque en él se encuentran sus respectivos puntos de partida: todos los medios de expresión, actividades artísticas, juegos, descubrimientos, se realizan y transmiten a través del lenguaje. “La palabra -plantea Petit- es algo tan importante; lo escrito es algo tan importante que cuando no lo tenemos, somos animales. Aquél que posee lo escrito es necesariamente alguien que registra su experiencia de vida y puede comunicarla.”…comunicando y dialogando se escucha y se evita la violencia.
Así mi reflexión sobre el tema: a partir del lenguaje tenemos un arma para erradicar la violencia. Escucharse y dialogar es tarea difícil, mas no imposible.