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Las mañaneras de Aguilar

Jorge Zepeda Patterson

ENTRESACADO

La Presidencia juzgó, con razón, que necesitaba un mecanismo para contrapuntear las declaraciones de su rival. Las conferencias de prensa de Rubén Aguilar dos horas después de las de El Peje, fueron la respuesta. A partir de ese momento, las noticias de la mañana comenzaron a vertebrarse a partir de la miel y la hiel procedentes de estos dos expositores.

La renuncia de Patricia Olamendi a la Secretaría de Relaciones Exteriores, luego de sus diferencias con Rubén Aguilar, deja una serie de reflexiones sobre el predominio y protagonismo de quien comenzó como un vocero presidencial y se ha convertido en uno de los funcionarios más importantes del régimen.

En gran medida este protagonismo deriva de su tarea como conductor de las conferencias mañaneras desde Los Pinos. Como se sabe, esta costumbre nació hace unos meses, justo en medio de la ?guerra de declaraciones?, entre Fox y López Obrador, cuando los asesores del presidente juzgaron que El Peje tenía ventaja porque gozaba de la enorme exposición que le proporcionaban sus conferencias de prensa de las seis de la mañana. El tabasqueño había creado un poderoso instrumento para dominar la agenda informativa de los noticieros matutinos. Los periodistas encontraban que prácticamente la única información nueva con respecto a los noticieros de la noche anterior, era las declaraciones de López Obrador, por lo cual le daban un despliegue importante. De esa forma, con mucha frecuencia el jefe de Gobierno era quien establecía los temas y el tono de los asuntos que habrían de discutirse el resto del día. Para cuando los rivales de El Peje respondían, la mayoría de los mexicanos ya no estaba escuchando noticieros.

La Presidencia juzgó, con razón, que necesitaba un mecanismo para contrapuntear las declaraciones de su rival. Las conferencias de prensa de Rubén Aguilar dos horas después de las de El Peje, fueron la respuesta. A partir de ese momento, las noticias de la mañana comenzaron a vertebrarse a partir de la miel y la hiel procedentes de estos dos expositores.

El mecanismo tenía un beneficio adicional. Tras dos años de dimes y diretes entre Fox y López Obrador, los asesores pudieron finalmente convencer al presidente que era contraproducente que él se subiera al ring con el tabasqueño. La posibilidad de que fuera Rubén Aguilar y no el mandatario quien condujera la confrontación con El Peje, rescataba a la figura presidencial del desgaste en que la había metido la rijosidad de Fox. Por otro lado, la conferencia matutina por parte del vocero permitió explicar los motivos y razones de los quehaceres del presidente, algunos de las cuales hasta entonces sólo Marta Sahagún parecía entender.

Repentinamente, los mexicanos pudimos tener acceso al manual de interpretación del comportamiento de Fox. Cada mañana Rubén Aguilar podía traducir al buen español las declaraciones y acciones presidenciales del día anterior. La opinión pública pudo por fin hacerse una idea del núcleo de ideas y visiones que se encuentra detrás de los dislates y el histrionismo carismático de nuestro mandatario. Y lo que descubrimos es que en realidad la mente de Fox desde hace tiempo vive en su rancho y sus discursos simplemente están blindados con una serie de cifras económicas y de empleo a las que se aferra como bálsamo hipnótico.

El trabajo de Rubén Aguilar ha sido extraordinario. Convertirse en el cerebro de Fox para comunicarse con la nación, supone una enorme iniciativa. Se requiere llenar algunos huecos, digamos. ?Explicar? lo que piensa el presidente no es sólo un trabajo de traducción o de exégesis, en este caso obliga también a un acto de creación. Justamente ese es el problema de Aguilar.

Este intelectual respetado, ex jesuita, un hombre cultivado con experiencia de activista social, se las ha visto negras para minimizar los exabruptos de Fox, como las declaraciones presidenciales discriminatorias hacia las personas de color, por ejemplo. Pero estos malabarismos verbales son usuales entre los voceros, que tarde o temprano tienen que matizar los gazapos de sus jefes. En ese sentido, los apuros de Aguilar son similares a los de sus colegas de otros países, aunque quizá más frecuentes.

Pero lo que otros voceros no hacen, es establecer criterios por la falta de directrices de parte del presidente o del gabinete. Varios secretarios se han quejado que en las conferencias matutinas Aguilar contradice o cuestiona ante la prensa posiciones de algún ministerio, sin que el responsable hubiese tenido algún señalamiento presidencial previo. El caso de la subsecretaria Olamendi es el más destacado. Ella había señalado la conveniencia de que México participara en operaciones de paz de la ONU con personal militar médico y de ingeniería (aunque no con soldados) y sus declaraciones habían sido apoyadas por el secretario responsable, Ernesto Derbez. El tema se encontraba en las cámaras para su aprobación, pero Aguilar salió al paso para descartar cualquier cambio en la posición del Gobierno mexicano.

La renuncia de Patricia Olamendi y su enojo personal para con Aguilar, no dejan dudas de la intervención del vocero en este asunto. Si bien es cierto que Fox había expresado hace tiempo su deseo de mantener la política de no-intervención, también es cierto que en los últimos días el presidente había dejado correr el trámite que Relaciones Exteriores estaba haciendo en las cámaras para modificar esta política. La categórica intervención de Aguilar parece poner punto final a la discusión.

El circo diario que ofrece Rubén Aguilar me produce sensaciones encontradas. Por un lado, me inspira vergüenza ajena los malabarismos verbales que debe hacer para matizar los dislates de su presidente. No es una tarea digna para un intelectual de la estatura moral de este personaje. Pero, por otro lado, es reconfortante que, aunque de manera indirecta e inapropiada, alguien está llenando los vacíos de coordinación y de directriz que existen en el gabinete de Fox.

No es fácil convertirse en el alter ego del Gobierno de alternancia. Es imposible hacer las veces del cerebro de Fox sin tomar la iniciativa una y otra vez. Ardua tarea la de Aguilar. (jzepeda52@aol.com)

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