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Las mascaradas

Gilberto Serna

A propósito de que el pasado domingo los guerrerenses, los bajacalifornianos y los quintanarroenses salieron a votar para elegir gobernador, seguirán los de Hidalgo, de Nayarit, de México y de Coahuila, sería interesante analizar que pasa al interior de los partidos políticos. Sin duda, antaño eran oficinas de colocaciones, cuando había un presidente de la República de extracción tricolor que ejercía el mando en el CEN del PRI, teniendo al frente a un preboste, en realidad su empleado, que dependía, tanto su permanencia en el cargo como su supervivencia económica, de la protección que le brindaba el Ejecutivo Federal. Las decisiones quedaban sujetas a los procedimientos que se seguían para colocar a los favoritos del régimen, que podían tener o no experiencia en asuntos de Gobierno. Estoy refiriéndome a lo que era el PRI cuando tenía a uno de los suyos en Los Pinos. Ese proceder se copió, calcó o clonó en los comités estatales donde los gobernadores manejaban a su antojo ese partido, en su versión local, como una condición sine qua non para que una maquinaria sincronizada le cumpliera al mandatario federal su deseo de que viniera a cada poder local una persona que respondiera a sus intereses afectivos o políticos o ambos. Los comicios eran una gran farsa para legalizar a los validos del régimen utilizándose toda suerte de artimañas.

En el transcurso del tiempo las cosas cambiaron pero no en el ámbito estatal donde los partidos priistas siguen siendo comandados a la antigüita, con una especie de gerente al frente obedeciendo al pie de la letra las instrucciones u órdenes de quien en realidad tiene el control –entiéndase de la nómina-. Los vicios del pasado subsisten. En años anteriores el entonces partido oficial sufrió, en algunas entidades, la intervención del centro pues aun persistía la influencia de un presidente priista y sus paniaguados, quienes alegremente participaban en la designación de candidatos a gobernador. Gracias a los buenos oficios de personas cercanas al mandatario federal se logró vencer la resistencia de gobernadores que tuvieron que cercenarse el dedo para permitir el arribo de personas que no le eran afines.

Después de lo ocurrido en la fase preliminar de apertura de registros en el Estado de México, donde los candidatos a gobernador se unificaron alrededor de uno de ellos, es evidente que lo mismo puede ocurrir en las entidades federativas en donde el PRI local aun no ha escogido a quienes serán sus abanderados, es decir, hasta ahora, no ha habido dedazo, barajándose nombres, que casi siempre, ¡oh! manes del destino, son personas que pertenecen al establo del gobernador saliente. Así ha estado documentado en varias latitudes. La decisión de abrir la selección para que el candidato sea escogido en un proceso abierto, con urnas, papeletas y toda la parafernalia electoral que todos conocemos, no borra la posibilidad de que los priistas reciban “línea” para que emitan su voto en tal o cual sentido, con lo que se vuelve nugatoria la democracia interna. Lo que está ausente es la decencia democrática a la que no acaban de acostumbrarse nuestros gobernantes. Una vez dentro de los comicios constitucionales hay otros institutos políticos de donde pueden surgir distintos candidatos y es la ciudadanía la que con cierta libertad elige, si no hacemos caso a la compra de credenciales, al acarreo corporativo, a la entrega de despensas, etcétera.

Es evidente que los gobernadores salientes no quieren correr el riesgo de jugar con personas que no sean de su equipo. Para eso se preparan concienzudamente no dejando que sea la casualidad la que decida el arribo de un forastero o de un subordinado. Tratan de evitar, a cualquier costo, que se cuele un extraño que no garantice su tranquilidad para cuando hayan abandonado el cargo. Por la fuerza de la costumbre los priistas suelen enterarse de cual será la forma, abierta o cerrada, en que se escogerá al sucesor por boca del gobernador aun en funciones. El presidente de los comités ejecutivos locales lo hace después, ratificando lo que su jefe ha establecido. Es una decisión que deja al descubierto, si había alguna duda, que se sigue manteniendo el status de un poder omnímodo. ¿Cómo avanzar hacia unos comicios que permitan a los ciudadanos elegir libremente a sus candidatos?, la contestación sería legitimándolos con una elección interna –no chapucera- para que compitan honestamente en las jornadas constitucionales. En fin, estamos en tiempos de carnestolendas -los tres días que preceden al miércoles de Ceniza- abominemos las mascaradas.

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