Vaya sacudida que se llevó el mundillo político con la versión propalada por los medios sobre lo que sería, de ser cierto, el manejo de cantidades millonarias por los hijos y compra de terrenos por la esposa, de uno de los tres aspirantes a la candidatura del PRI a la Presidencia de la República; lo que implicaría una posible defraudación fiscal y obtención de recursos de origen ilícito. La cantidad no parece la gran cosa, tomando en cuenta que los gobernadores en funciones, él lo fue hasta hace poco, manejan presupuestos exorbitantes de los que pueden disponer con absoluta libertad y sin control de ninguna especie. Lo habría si a los legisladores locales cumplieran con su cometido de vigilar la cuenta pública. El pecado de los hijos de Arturo Montiel sería, de tener algo de veracidad la información televisiva, el de no hacer lo adecuado para darle al dinero una vía con ciertos visos de legalidad, a lo que en la jerga del hampa, se llama lavado de dinero. Se trató de un caso en que se pecó de torpeza e ingenuidad.
Es pronto para pronosticar si las autoridades abrirán o no una averiguación o como es costumbre dejarán pasar el tiempo esperando que se asiente la polvareda, para después olvidarse del asunto. La realidad es que todo parece apuntar a que se trató de golpear las aspiraciones de Arturo, siendo ése el verdadero y único objetivo del que destapo la cloaca.
La cosa es que el daño que se hace a la vida institucional en este país es irreparable, aunque es lo que menos les importa. Si el disparo logró lesionar de muerte las aspiraciones del candidato del Tucom los que estaban en el ajo habrán logrado su cometido. El partido político no se verá afectado y en el caso de que lo sea, ¿qué le puede hacer una mancha más al tigre? Habrá quien lo atribuya a otro de los dos contendientes restantes, en la lucha interna que se escenifica en el PRI, a quien exoneraríamos, dado que no tiene necesidad de hacerlo ya que los golpes bajos que ha sufrido de parte de la lideresa magisterial Elba Esther Gordillo lo están fortaleciendo, a grado tal, que cada vez que es agredido en un acto de su campaña, sus bonos suben como la espuma, produciendo el efecto contrario al que buscan sus provocadores.
De lo que se ha visto en los últimos días es que Arturo Montiel no se da cuenta que debe aclarar la situación de sus retoños sin esperar a que las autoridades lo requieran pues está en juego su propia credibilidad frente a la opinión pública. Hacerse el remolón o el desentendido es una mala estrategia. No se trata de que rinda cuentas el vecino que va pasando por la banqueta de enfrente. Es ni más ni menos que alguien que puede figurar como Presidente de la República, en cuya persona estarán puestos los ojos de los electores en estos días en que se ventila un proceso dirigido a escoger a quien considere el mas idóneo, no sólo por su capacidad sino además por sus dotes morales. Es indudable que con darle vuelta a la hoja no se obtiene el resultado que pudiera esperar la ciudadanía.
Cuando algo sucede, produciendo la alarma pública, la pregunta obligada es ¿quién pudo haber iniciado el escándalo? Esto es, el hecho no se hubiera conocido si alguien no se ocupa de filtrar la documentación respectiva a un canal de televisión. Lo malo para el gobernador que acaba de terminar su mandato, es que deja muchos resentidos en el camino.
La lista de los preteridos por Arturo se reduce a unos cuantos, cuyo rencor se acrecentó al ser tomados en cuenta como posibles sólo para después jugar con ellos, dejándolos, como a las novias de rancho, vestidos y alborotados. El caso paradigmático es el del bueno de Isidro Pastor, dirigente priista estatal, quien se dio cuerda solo, creyendo que su amigo de la infancia le heredaría el cargo, estando enterado del los tejemanejes del gobernador y su familia. Pues bien, hemos de pensar que quien siembre vientos recoge tempestades.