Las ideas concebidas en una noche de insomnio, emanadas de la seudo-inspiración de un artista, le llevaron a ofender soezmente a la bandera, por lo que la Suprema Corte al negarle la protección de la Justicia de la Unión al autor de La patria entre -el título completo incluye un término escatológico, que omito por razones obvias, a lo que presuntuosamente llama poema-, no actuó intimidando, por cuanto a querer coartar la libertad de escribir, pues si bien la libre expresión de ideas está garantizada por nuestro máximo ordenamiento jurídico, eso no autoriza para que, utilizando un lenguaje grosero e impropio, se injurie a nuestro estandarte nacional. Su enunciación despectiva lo lleva a estimarla para usos semejantes a los de un rollo de papel sanitario. Podemos estar de acuerdo o no en que el sistema social, económico y político sea el adecuado para el desarrollo de este país, como parece ser el motivo que alienta la sucia catilinaria que el campechano le endilga a nuestra bandera, tratándola como si fuera un símbolo de unos cuantos y no, como lo es, un símbolo nacional.
No había escuchado una perorata tan poco edificante en contra de nuestro lábaro patrio desde que en la convención de Aguascalientes, 1914, reunidos los delegados revolucionarios, en un intento de encontrar una fórmula que les permitiera conciliar sus diferencias, el delegado del Ejército Libertador del Sur, el zapatista Antonio Díaz Soto y Gama subió al estrado y arremetió contra la bandera, en cuyo lienzo todos estamparían su rúbrica, como garantía de que acatarían los acuerdos de la convención, provocando con su alocución una barahúnda que por poco le cuesta la vida, mientras permanecía impertérrito, con los brazos cruzados, aparentemente sosegado, sin que su rostro mostrara el remolino de pasiones que se movían a su alrededor. El grupo de rebeldes con los ánimos exaltados, al ver que estrujaba la bandera, desenfundaron las pistolas entre gritos y sombrerazos, dispuestos a cobrarle caro al orador su osadía, quien logró imponerse a base de elocuentes razonamientos en que supo hacer una distinción entre la enseña patria de Iturbide y la que simbolizaba las aspiraciones del pueblo mexicano.
Volviendo a lo nuestro, asegura el autor de seis libros de poemas y catedrático de literatura contemporánea en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Campeche, Sergio Hernán Witz Rodríguez, que seguirá denunciando todo lo malo que existe en el país, postulando que el fallo de la Corte es un retroceso que desafortunadamente se da en momentos en que el país requiere de plenas libertades de expresión para enfrentar la grave situación política y social por la que atraviesa. Adelanta que ya está pensando en una segunda parte del texto censurado que podrá escribir desde una eventual reclusión en la cárcel. Es aberrante, expone, que alguien juzgue jurídicamente el texto de la obra, en una facultad que considera exclusiva de críticos literarios. Se dice perseguido jurídica y políticamente, por sólo pensar y escribir. Dice que el fallo que le negó el amparo de la justicia federal contra la decisión de ser procesado por un juez penal, es una censura al arte.
Bien, más que un poema, estimo, parece un desahogo visceral en el que el autor vacía su descontento contra el orden creado y la humanidad entera, valiéndose de las más crudas, insolentes y vulgares declaraciones verbales que se hayan oído desde que Antonio Plaza (1833-1882) escribió poesía en la que blasfema, de la que es un ejemplo la intitulada “A una ramera”, aunque cabría aclarar no hace uso de palabrotas como es el caso del que se dice poeta, oriundo de Campeche, que está siendo procesado por el delito de ultrajes a las insignias nacionales. Si atendemos a que la poesía es una manifestación de la belleza y del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa, no encontramos en la lectura de lo escrito por esta persona nada que tienda a lo sublime o a la majeza, es decir, el lenguaje que utiliza nada tiene de lindo, hermoso o bello. Quizá, queriendo hacerle un favor, podríamos calificarla de poesía de protesta, aunque la oda contenga términos que pondrían colorado a un humilde carretonero. Lo que sí es que esta torpe impertinencia contiene una sarta de sandeces, que el autor defiende señalando que el arte no tiene fronteras o limitaciones, considerando que lo resuelto por el más alto tribunal del país es un acto fascista, tachando a los ministros de incompetentes, asesinos de la libertad y del pensamiento. Termina por señalar que “en México es más fácil ser narco, gobernador corrupto, pedófilo declarado o las tres cosas y salir absuelto, que el ser escritor y expresarse libremente”.