Empiezo este texto recordando el estribillo de una canción del blusero mexicano Guillermo Briseño titulada "No vale tocar" y dice así: "A los genitales les gusta el amor, por eso les digo que por favor, los chicos y grandes vayan entendiendo no vale tocar sin su consentimiento".
Después les pediría a los (as) lectores (as) que imaginaran una escena en donde un pequeño niño frente a sus padres empieza a mostrar todo lo que sabe de las partes de su cuerpo.
Cuando le dicen nariz, y el niño la toca, todos aplauden; y lo mismo sucede cuando le dicen boca, orejas, barriga.
El entusiasmo de los padres es evidente al ver que su hijo conoce muchas partes de su cuerpo y las llama por su nombre, pero de repente los nombres del cuerpo se omiten y del ombligo pasamos rápidamente a las rodillas y a los pies.
Una zona queda sin identificarse en el cuerpo del niño o de la niña, según el caso, precisamente el lugar que corresponde a los genitales.
Casi nadie le enseña al menor el nombre de pene y testículos, o de vulva y clítoris a una niña.
Mitos desde los primeros años
Desde muy temprana edad aprendemos que el área genital es territorio prohibido: para nombrarse, para verse y por supuesto, para tocarse. Tienen que pasar varios años antes que podamos identificar con sus nombres originales a nuestros genitales, por miedo a mencionarlos, los adultos nos enseñan sobrenombres: "pipí, palomita, tilín, cosita" y también pasarán muchos años antes de que logremos verbalizarlos y decir su nombre en voz alta.
Poco después nos llegan otros mensajes, como aquellos que nos dicen que los genitales son sucios, que huelen mal y saben peor, que hace daño tocarlos, que habla mal de nosotros si nos atrevemos a bromear sobre ellos, en fin, tenemos que aceptar que los genitales son algo así como una zona de desperdicios.
Conforme avanza nuestra edad nos llegan alertas más específicas como aquella que nos informa que los genitales son peligrosos.
¡Cuidado! pueden producir embarazos, y a través de ellos es que puede entrarnos en el cuerpo una extraña sensación que se conoce como placer. El mensaje nos dice: sentir placer es malo.
Así que durante muchísimo tiempo vivimos avergonzados de algo que no deberíamos, ya que nuestros genitales son tan importantes como cualquier parte de nuestro cuerpo y no son un bote de basura como a muchos han hecho creer. Los genitales femeninos y masculinos aseados con agua y jabón, tienen un olor particular, huelen a genitales, así como la cara huele a cara y las axilas a sudor de axilas.
Alrededor de nuestros genitales se han creado una serie de ideas erróneas que se traducen en limitaciones cuando ejercemos nuestra vida sexual.
Resulta paradójico, pero mientras los hombres en términos generales "genitalizan" más sus relaciones sexuales, las mujeres por el contrario pierden ese foco y se ocupan de otras áreas de su cuerpo. Con esto quiero decir que los varones tienden a centrar su atención en sus genitales, el pene principalmente, y es ahí a donde enfocan sus estímulos.
La mujer, por su parte, no está tan entrenada para focalizar en esa zona sus sensaciones placenteras y por ello se vuelve más receptiva en otras partes del cuerpo. El trabajo terapéutico en muchas ocasiones tiene que ayudar a los varones a recuperar la sensibilidad en su cuerpo completo, y a las mujeres a dejar de lado el temor de centrar su atención placentera en sus genitales.
Insisto, este aprendizaje social y cultural puede ser una fuerte limitación para el ejercicio adulto y placentero de nuestra sexualidad.
Somos un cuerpo completo
Los genitales son parte de nuestro aparato reproductivo y parte del equipo que la naturaleza nos dio para dar y recibir placer, pero en ellos no podemos depositar todas nuestras sensaciones. Hay personas que cuando tienen relaciones sexuales piensan nada más en estimular los genitales, sin saber que todo nuestro cuerpo es una zona erógena, es decir una zona completa que puede producir y experimentar placer.
No hay que limitarnos a lo que hombres y mujeres tenemos entre las piernas, sino extendernos en todo el territorio corporal con sus varios metros de piel y miles de terminaciones nerviosas. Hay que darnos la oportunidad de estimular cada uno de nuestros sentidos, poner un alto al caótico ritmo que nos marca la vida diaria y regalarnos unos minutos de placer. Se me ocurren algunas ideas. El baño por las mañanas puede ser un buen momento para recuperar los olores y las sensaciones.
¿Cuánto hace que no disfruta del olor del jabón, de su champu favorito o del efecto del agua al caer sobre su cuerpo? Las prisas de todos los días las llevamos hasta la mesa y comemos a toda velocidad sin darnos tiempo de disfrutar del sabor de los alimentos, los partimos, medio los masticamos y ya.
Haga la prueba, deténgase a saborear su sopa favorita, la ensalada, identifique cada uno de los sabores, dése tiempo para disfrutar, regálese unos minutos de bienestar, se los merece. En cuanto al oído, programe sesiones breves de buena música, recupere el placer de escuchar.
El ruido diario nada más nos confunde, la música nos puede acompañar si queremos en una velada amorosa. ¿Cuándo fue la última vez que puso música especial para su encuentro sexual? La vista es otro de los sentidos que puede brindarnos gran relajación si sabemos dirigir nuestra mirada a espacios reconfortantes.
A veces con cerrar los ojos podemos encontrar lugares insospechados.
No lleve las prisas a la cama, a su dormitorio, ni mucho menos a sus encuentros amorosos, la velocidad es una de las grandes enemigas de las relaciones sexuales.
Tome todo con calma, prepare una atmósfera agradable, sea generoso (a) con usted mismo (a) y su pareja. Un día dedíquelo a estimular el oído, otro el gusto, otro la piel y así hasta inventar un repertorio que no se repita; haga de cada encuentro sexual una experiencia diferente para no aburrirse ni ser víctima de la monotonía.
No se necesita de ideas espectaculares ni grandiosas, basta un sencillo cambio para transformarnos. ¿Se anima a hacer la prueba?