El éxito económico depende, en gran parte, de la cercanía de un país a los principios de la economía de mercado. Estados Unidos es la nación más cercana a ellos y, sin duda, la más rica y exitosa en el planeta.
En contraste, los países que depositaron su futuro en acciones colectivistas y la intervención gubernamental, como fue el caso de los integrantes de la ahora extinta Unión Soviética, se desplomaron no porque el Kremlin no pudo mantener constante el nivel de vida, sino porque se quedó estancado en 1917.
Sorprende, por tanto, que todavía haya en nuestro país quienes cuestionen la superioridad del mercado sobre los sistemas económicos alternativos, en particular aquellos donde el estado juega un papel preponderante en la actividad económica.
Muchos consideran que México, a pesar de la intromisión generalizada del gobierno, tiene una economía de mercado. Quizá por ello sus defensores se sorprenden del poco avance económico logrado a la fecha, mientras que sus detractores, los que representan a la izquierda política mexicana, la culpan de todos nuestros males económicos y sociales, señalando que aquí no funciona ese modelo.
No es, como dicen sus críticos, que el mercado aquí no funciona, sino que en la práctica no existen las condiciones que lo harían exitoso. México no cuenta con, por lo menos, tres de los atributos esenciales para el buen funcionamiento de una economía de mercado.
Primero, en una economía de mercado el sistema de precios asigna los recursos y facilita el intercambio voluntario de bienes, pero para ello es crucial una definición precisa y un respeto irrestricto de los derechos de propiedad. Quien se opone al mercado, se opone a los derechos de propiedad privada, porque uno no puede existir sin el otro.
Exsiten diversas instancias donde no están claramente definidos los derechos de propiedad en nuestro país. Un ejemplo reciente fue la crisis bancaria que trastocó el funcionamiento del sistema financiero. Otro ejemplo, más ancestral, es el ejido, donde simplemente no existen esos derechos.
Los legisladores no entienden este tema, como lo demuestra el senador Fauzi Hamdan quién impulsó una reforma a la Ley de Propiedad Industrial con el supuesto objetivo de defender a los franquiciatiarios, pero que atenta contra los más elementales derechos de propiedad. Cuando estos no están bien definidos se obstaculiza la operación del mercado y, en consecuencia, su contribución al bienestar económico de un pueblo.
Segundo, en una economía de mercado el interés que se salvaguarda no es el de un sector, empresa, industria o gremio específico. El objetivo último son los consumidores y por ello se estimula la competencia. Veamos el contraste, por ejemplo, entre Estados Unidos y México. Allá las acciones antimonopolio que en distintas épocas se han realizado en contra de líneas aéreas, empresas telefónicas o Microsoft, tienen como objetivo evitar que el comportamiento de esas compañías afecte el bienestar de los consumidores.
En México, en cambio, la preocupación por el consumidor es rara, salvo por las tímidas acciones de la Comisión Federal de Competencia. En la práctica, autoridades y legisladores defienden, toleran y protegen a empresas, sectores industriales o agrícolas, así como a gremios laborales, para que controlen el mercado interno sin importar que ello se traduzca en productividad baja, mayores precios y menor calidad de los productos y servicios que consumimos los mexicanos.
Un tercer atributo que determina la existencia de una economía de mercado es el trato que se da a las pérdidas. Leyó usted bien. El buen funcionamiento de una economía requiere de una asignación eficiente de sus recursos, y para eso se necesita que las pérdidas las absorban quienes incurren en ellas.
Cuando las autoridades tienden a colectivizar las pérdidas, entonces se promueve una práctica perversa, donde las personas y empresas no tienen interés en vigilar con cuidado la asignación de sus recursos y corren todo tipo de riesgos, ya que si la “aventura” sale bien, ellos cosechan los frutos, pero si sale mal, las pérdidas recaen sobre los contribuyentes.
Esta práctica es rara en Estados Unidos, pero es muy común en México. Forma parte de un culto a los perdedores muy enraizado en nuestro país. Ejemplos abundan en todas las esferas sociales y actividades productivas. El rescate de los deudores de la banca fue uno de ellos. Más reciente, la simpatía con la que muchos legisladores atendieron los reclamos de los depositantes en cajas de ahorro popular. Otros más son los “infortunios” recurrentes de muchos agricultores que son subsanados con el erario.
Podemos agregar las innumerables ocasiones donde con la bandera de “perdedores”, diversos grupos sociales se dedican a delinquir y violar la ley sin pagar las consecuencias por violentar el estado de derecho. En todos estos casos, los involucrados consiguen que las autoridades les restituyan sus pérdidas o les transfieran recursos que pertenecen al resto de la población.
Una economía no funciona bien ni puede ofrecer oportunidades reales de desarrollo para sus clases más necesitadas, si se le sigue viendo y continúa actuando como una gran institución de beneficencia, tratando de evitar que la gente sea responsable por sus acciones y pague el costo de las mismas.
El desarrollo económico alrededor del mundo ha sido muy desigual, pero también lo han sido los sistemas económicos relevantes. Los países que avanzan tienen mercados libres y competitivos, donde los incentivos de una economía de mercado fueron plasmados en sus legislaciones. Los que fracasan se la pasan experimentando con métodos novedosos y asistenciales. El discurso de Andrés López y su popularidad muestran que esta lección no la hemos aprendido los mexicanos.
Regreso a esta columna el miércoles de Pascua.