“La salud no es simplemente la ausencia de enfermedad”.
Hannah Green
Hace unos cinco meses un amigo de un primo mío me contó el vía crucis que estaba viviendo. Aquejado de leucemia linfocítica crónica, este hombre necesita tratamientos constantes de un producto llamado Leukerán. El medicamento, sin embargo, empezó a escasear en nuestro país a principios de año y finalmente se agotó. Las búsquedas por el producto se hicieron frustrantes e infructuosas. La medicina, simplemente, ya no se estaba importando, pero nadie sabía por qué. El problema es que ningún otro medicamento, ninguna otra quimioterapia, proporciona el alivio necesario para esta enfermedad. Este paciente tenía la ventaja de tener parientes en Estados Unidos. Éstos empezaron a comprar el medicamento y hacérselo llegar. Él mismo viaja con frecuencia a la Unión Americana para abastecerse del producto. Esto le ha permitido resolver su problema personal, aunque de una manera compleja y costosa.
Intrigado por la súbita desaparición del medicamento del mercado mexicano, uno de los parientes de este hombre llamó directamente a las oficinas de la empresa fabricante, GlaxoSmithKline, en Estados Unidos. Le preguntó a un ejecutivo cuál era la razón de que el producto no estuviera ya disponible en México y éste respondió tajante: “pregúntele a su Gobierno.”
El amigo de mi primo, que con el tiempo se ha convertido en mi amigo, me contó la historia cuando lo conocí. Me dijo que, aunque él tuviera la posibilidad de adquirir el medicamento en Estados Unidos, se daba cuenta de que muchos otros mexicanos estaban sufriendo por la falta de él. Yo me comprometí, así, a averiguar qué estaba pasando. No se me ocurrió nada mejor que preguntarle al propio secretario de Salud, Julio Frenk, a quien admiro y respeto. Lo llamé varias veces sin éxito, pero finalmente tuve oportunidad de encontrarme con él. Le expliqué el caso de manera muy breve. Él me dijo que desconocía las razones de que ya no se importara el medicamento, pero me prometió averiguar.
Dos días después me llamó personalmente y me dijo que la empresa GlaxoSmithKline había suspendido temporalmente la importación del Leukerán debido a que había cambiado su formulación. Y a pesar de que había obtenido ya el permiso de las autoridades sanitarias estadounidenses para su distribución al norte de la frontera, había iniciado de manera tardía el proceso de autorización en México. “Pero dile a tu amigo que no se preocupe -me dijo el doctor Frenk-. La autorización ya está dada. Es cosa de unos días, unas semanas a lo mucho, para que el medicamento vuelva a estar disponible”.
Esto fue en agosto. Hoy estamos a fines de noviembre y el Leukerán sigue ausente de las farmacias mexicanas. Mi amigo enfermo me dice, por otra parte, que es muy poco probable que se haya cambiado la formulación. “El Leukerán es un solo compuesto, el clorambucil. No tiene nada que le puedas cambiar”.
Efectivamente, el clorambucil o clorambucilo es un derivado aromático de la mostaza nitrogenada. Su producción es relativamente sencilla. El medicamento que se vende en Estados Unidos, de hecho, no muestra ningún cambio en su formulación.
¿Alguien le informó mal al secretario? No lo sé. Lo que me queda claro es que una de las grandes ventajas de vivir en una economía abierta es la posibilidad de tener acceso a productos que no se fabrican en el país. Medicinas como el Leukerán representan una diferencia de vida o muerte para muchos mexicanos. El que súbitamente y sin explicación desaparezcan del mercado, ya sea temporal o definitivamente, nos debería preocupar a todos, porque todos nos enfermaremos tarde o temprano y podríamos necesitar alguna medicina que no se produce en nuestro país.
La historia de este amigo me hizo recordar los problemas que vivíamos en México a fines de la Presidencia de José López Portillo y principios de la de Miguel de la Madrid. En una economía cerrada, que se había quedado además sin divisas extranjeras, comenzaron a escasear primero los productos importados pero después también muchos que se producían en nuestro país. Había una gran escasez, por ejemplo, de pasta de dientes, no porque no pudiéramos fabricar el compuesto en México sino porque no teníamos los tubos flexibles para la pasta.
Yo no sé cuáles sean las razones reales de la ausencia de Leukerán en nuestro país. Pero si el laboratorio que fabrica la medicina culpa al Gobierno, y el máximo responsable de Salud en el país no sabe lo que está pasando, deberíamos preocuparnos.
Me queda claro que para los burócratas que estén deteniendo la importación de este producto el tema no tiene mucha importancia. ¿Cuánta gente, después de todo, ha oído hablar del Leukerán? Pero para quienes sufren de leucemia linfocítica crónica, de la enfermedad de Hodgkin o de otras formas de cáncer, la falta de este medicamento es una tragedia enorme e innecesaria.
RESERVAS
¿Tiene sentido tener acumulados 60 mil millones de dólares en reservas? Carlos Slim, el empresario más exitoso de nuestro país, piensa que no. Sería mejor usar ese dinero para retirar deuda pública o para invertir en infraestructura, dijo el viernes ante los industriales de la Concamin. Ciertamente, en un régimen de real libre flotación las reservas no se necesitan porque el tipo de cambio está sujeto a la ley de la oferta y la demanda. Entonces, ¿para qué acumularlas?
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