Después de observar las incuestionables muestras de fervor religioso en días pasados, como cada año ocurre alrededor del doce de diciembre, y al conocer las declaraciones del dirigente nacional del PAN, señor Manuel Espino Barrientos, sobre el tema de la libertad religiosa, bien vale la pena encaminar nuestra reflexión hacia ese terreno. Por principio, estoy convencido que un asunto extremadamente delicado es el que tiene que ver con el sentimiento religioso del pueblo de México, el cual debe ser tratado con gran responsabilidad, con mucho cuidado, por parte de quienes están en la función pública o representan importantes corrientes de opinión.
Me parece que no ha sido el caso del presidente del Partido Acción Nacional, quien vuelve a poner en el debate este asunto, al expresar que la libertad religiosa es una materia pendiente del Estado mexicano y que, de continuar su partido en el poder, habrá que ajustar la Ley el próximo sexenio. Al señor Espino le preocupa que no haya más expresiones religiosas públicas de un pueblo tan religioso como el mexicano y que los maestros de escuelas públicas no puedan orar en los patios de esas instituciones con sus alumnos. ¿Qué hay detrás de esos planteamientos? ¿Cuál es la intencionalidad de fondo? ¿Se pretende asumir como el vocero de la grey católica y buscar hacer del catolicismo una religión de Estado? Creo que debe haber más cuidado en esto, pues el señor Espino no desconoce que el país es plural en muchos sentidos, que no todos los mexicanos son católicos, que no todos los católicos son panistas, que existen practicantes de otras religiones y libres pensadores. Pero sobre todo debe saber que en la historia de México costó mucho llegar a la separación de las Iglesias y el Estado, situación que sigue consagrada en el Artículo 130 constitucional. Por ello no es saludable para la nación misma que el dirigente formal del partido en el poder esté planteando algo que a todas luces es un retroceso.
La religión es un asunto de creencias que es estrictamente personal, mismo que está amparado por nuestra Constitución Política, que en su Artículo 24 establece la libertad de creencias y de culto, dejando en claro también que los actos religiosos de culto público se realizarán ordinariamente en los templos y que, de no ser así, se sujetarán a la Ley reglamentaria. Lo que no se debe hacer es pretender manipular el sentimiento religioso, mayoritariamente católico, hacia una determinada filiación o agrupación política. Y mucho menos se debe buscar agradar o complacer, desde el Gobierno, a la jerarquía eclesiástica del catolicismo con fines electorales.
Por otra parte, el Estado mexicano es laico y, por lo tanto, la educación que imparta o promueva deberá ser laica, apegada al Artículo tercero que establece que el criterio orientador de esa educación será el progreso científico, para luchar contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. A los maestros esto nos queda claro, y lo que nos preocupa no es poder hacer oración en los patios o jardines de las escuelas públicas (para eso hay templos y tiene libertad para hacerlo quien así lo decida) sino la verdadera preocupación es que existan las mejores condiciones para la enseñanza de las ciencias, las artes y las humanidades a nuestros alumnos. Ojalá que el interés del dirigente panista fuera el influir en el Gobierno y el Congreso para que se otorgue más presupuesto a la educación, la ciencia y la tecnología.
Con todo lo señalado, pretendo que no quede duda de la importancia que tiene el respetar la libertad de cada individuo en cuanto a creencias y cultos. Pero también fijar mi posición de rechazo a que un político de ultraderecha, y de marcada raigambre católica como Manuel Espino, intente reabrir páginas de un capítulo de la Historia de México que se escribieron en la segunda mitad del siglo XIX y la primera parte del XX, las que resulta más conveniente que se mantengan cerradas. Llama la atención que quien quiere abrir ese expediente sea precisamente ese político, caracterizado por su agresividad y su intolerancia, que tiene como libros de cabecera los de autores cristeros recientemente beatificados (Tú serás Rey de Anacleto González Torres; Por Dios y la Patria del padre Heriberto Navarrete y De las patas de los caballos de Luis Rivero del Val). Con este intento del señor Espino cabe recordar a don Ignacio Ramírez “El Nigromante”, quien en el siglo diecinueve denunciaba que bajo la máscara de la religión se oculta el espíritu de dominio y formulaba la siguiente pregunta: “¿se trata de formar una sociedad enteramente jerárquica, donde todos obedezcan y muy pocos piensen, donde el arte sea rutina y donde la ciencia enmudezca cuando habla el dogma?”. No nos confundamos, la sabiduría del pueblo de México nos ha dado un Estado laico y la palabra laico como bien lo dijo don Justo Sierra “no puede envolver un ataque a la libertad”, sino que confirma un derecho y un deber superior específico del Gobierno.