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Limbo

Pablo Marentes

Durante los periodos preelectorales y a lo largo de las campañas hacia cada una de las diez elecciones federales que se efectuaron entre 1946 y 2000, quienes participaron en ellos y habían sido determinantes en la selección del candidato, sabían quién tomaba las decisiones. El centro de la organización electoral, de las negociaciones y del aparato del poder paralelo al del presidente saliente, fueron los candidatos: Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortínes, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Las luchas que libraban entre sí las facciones del partido hegemónico en la etapa de selección del candidato, servían para que el presidente afinara el dedo y no cometiera el error de señalar a un candidato impertinente.

A partir del destape, el candidato sentía crecer su capacidad de decisión, el Ejecutivo saliente aceptaba la mengua de la suya y a partir de la toma de posesión el poder presidencial se robustecía al abrevar en su instrumental mito. Individuos, grupos, votantes, cosas y causas, giraban en derredor del nuevo sol. Quienes se habían abstenido de acudir a las urnas como consecuencia del previsible resultado acataban el exeunt, y la puesta en escena continuaba sin incertidumbres. Nadie transponía los límites de su papel ni pretendía mayor peso escénico. La historia hace evidente que mantener o transmitir el poder nunca ha sido fácil, trátese de monarquías, dictaduras, epúblicas o sistemas parlamentarios. Poner en marcha el complejo aparato de relojería que al inicio de cada sexenio marcaba la hora mexicana, no era tarea sencilla.

A diez meses de la elección constitucional de 2006, los hombres y mujeres que constituyen el heterogéneo universo de votantes, perciben tres ominosos panoramas: la consolidación del poder conservador, entregado a los grupos de intermediarios comerciales y financieros nacionales e internacionales y a las jerarquías eclesiásticas fundamentalistas; la vuelta al pasado mediante la restauración y el advenimiento de un régimen calificado anticipadamente como populista, encabezado por un dirigente carismático. Al mismo tiempo, aquellos hombres y mujeres saben que es inaplazable resolver el conjunto de problemas que emergen de las relaciones con Estados Unidos y sus complicaciones con el narcotráfico, con los países maquiladores del litoral del Pacífico, las incidencias del contrabando Chino, la incesante y dolorosa migración que produce la carencia de producción en el campo y el desempleo industrial; y la inseguridad que brota de lo magros ingresos de los trabajadores y de su creciente incertidumbre al aproximarse a la tercera edad. La mexicana pronto será una población de viejos.

La pronunciada pendiente hacia abajo en que desembocarán los procesos de selección interna de los candidatos se anuncia amenazadora. Cualquiera de los contendientes puede precipitarse, resbalarse y provocar el descenso de los demás hacia el desastre. A pesar del conocimiento a que los votantes han llegado en torno a los problemas a resolver, ninguno de los partidos ha mostrado las soluciones.

Los partidos y algunas facciones vienen pagando millonadas a los cárteles de la televisión para que aparezca la cara de sus aspirantes: objetos, caras en sí mismas a las que los publicistas les han suprimido el alma y la han sustituido por un texto: caras sin rostro, según la contundente descripción de Jaime del Palacio en Seis mujeres, su más reciente colección de relatos. Fachadas planas, superficies, objetos laminares sin volumen.

La fauna de acompañamiento de los aspirantes está constituida por expertos en sondeos, estadísticas, estrategias mediáticas, simulaciones, grupos focales, análisis distritales. Ansían la victoria. Echan mano de inusitadas estrategias y fórmulas. A pesar de su versatilidad, no han podido llegar a los votantes indecisos que decidirá la elección. Los asesores mediáticos mantienen la cuarentona idea de que el aglomerado de quienes escuchan mensajes políticos es gigantesco y que todos los miembros de "la masa" son ignorantes. Cada uno espera que algún candidato pronuncie las acertadas seis palabras, ¡el portentoso sound byte!, para que los indecisos se precipiten a votar por él. Piensan que el pueblo llano no percibe las pugnas internas, sectarias, egoístas, avariciosas que libran dentro de los partidos las facciones interesadas en disfrutar los negocios que propicia el poder.

El resultado de las elecciones estadounidenses de 1960 no fue consecuencia de que Nixon apareciera sin rasurar en el primer debate. El triunfo de Kennedy no lo produjo la televisión sino la capacidad de su equipo para hacer entender a las organizaciones municipales, estatales y nacionales de su partido y a los votantes los propósitos de un programa Gobierno: alivio de los problemas internos producidos por factores internacionales; mantenimiento del empleo y el salario remunerador; solución de la crisis de la producción agropecuaria; austeridad en el presente para mejorar el futuro y capacidad de gobernar mediante una pertinente relación con el poder legislativo y el respeto al legislativo.

En vísperas de las verdaderas elecciones de la transición, las discrepancias se agudiza en los partidos, ninguno expone con claridad lo que pretende hacer y aumentan los dirigentes oficiosos y las descalificaciones. Lo grave es que los votantes lo saben. Y el dos de julio 2006 permanece en el limbo.

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