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Los buenos vecinos/Diálogo

Yamil Darwich

Al momento en que George W. Bush ganó las elecciones para la segunda gestión a cargo del Gobierno más poderoso del mundo, México y EUA buscan retomar el diálogo sobre el tema de los emigrantes, que como usted sabe reciben grandes dosis de xenofobia y racismo de los grupos radicales de ese país, curiosamente algunos de ellos integrados por personas que se han beneficiado con el buen trato que recibieron como emigrados pobres, como el caso del fortachón y poco humanista gobernador de California, Arnold Schwarzenegger.

El tema da para mucho, generando declaraciones de todos los bandos, incluidas las sensacionalistas de políticos mexicanos que ya no saben cómo “ponerse en el aparador”, caso del secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, que amenaza y exige como si de verdad pudiera hacerlo o de periódicos mal intencionados de California, que se refieren a la inmigración de mexicanos con términos despectivos y pletóricos de ignorancia, acusándolos entre otras cosas de no pagar impuestos, olvidando los que por ese concepto hacen en cada compra, afirmando que son altos los costos por su servicio médico, desconociendo que son los propios norteamericanos que contratan ilegales quienes favorecen la injusticia social y evaden responsabilidades fiscales, afirmando que ellos deben pagar su educación y la de sus hijos y otras visiones parciales, todas desmedidas e impregnadas de “ceguera por fanatismo”.

De entre esas declaraciones aparecen algunas que pudiéramos definir como exquisitamente bestiales, entre ellas: “Estoy indignado por el ‘manual para invadir’ que está entregando a su gente el Gobierno de México. Esta actividad es una afrenta para los ciudadanos de Estados Unidos y una amenaza para la seguridad nacional”. ¿No le recuerda al tristemente famoso Ku Klux Klan?

Otra más: “Es tiempo que Estados Unidos reconozca la infiltración de millones de mexicanos a través de la frontera por lo que es: una invasión. La Operación ‘reconquista’ está ganando terreno cada año mientras que el Gobierno de EUA ha ignorado dócilmente esta amenaza”. Es indudable que de fondo existe la manipulación de la opinión pública de aquel país, altamente sensibilizada a las palabras “invasión” y “amenaza”, como resultado de la inestabilidad ocasionada por el temor a los atentados.

Una más: “Los migrantes fronterizos deben ser llamados por lo que son: invasores, no inmigrantes...” ¿Qué le parece?, ¿ingenuidad, mala intención o ignorancia? Yo pienso que tal vez sea una mezcla de las dos últimas.

Permítame recordar con usted dos hechos históricos de nuestra relación con EUA:

La situación económica de México, posterior a la Independencia, era caótica. De 1821 a 1850, hubo 50 distintos gobiernos y luchas de liberales contra conservadores, todos buscando posicionarse para dirigir los destinos de la nación conforme a sus muy particulares intereses. El embajador Poinsset recibía órdenes de su Gobierno para que buscara la manera de poder anexarse parte del territorio mexicano, que representaba cosa de cinco millones de kilómetros cuadrados. El incremento de la inseguridad con robos y saqueos frenaban la inversión y la expulsión de algunos extranjeros favoreció que salieran capitales importantes. Ese fue el marco para que apareciera Antonio López de Santa Anna, que entre entradas y salidas de la Presidencia Nacional debió enfrentar la desunión de los mexicanos y los propósitos de anexión territorial de los gobernantes de EUA, quienes ya con anterioridad, conforme a maquiavélico plan, habían promovido la colonización de las tierras del norte de nuestro país; luego, con la excusa de nuestro centralismo, los incitaron a sublevarse. No se menciona que esos colonos norteamericanos eran iguales o más ilegales que los nuestros actuales.

Tras la derrota de San Jacinto, Santa Anna, prisionero y vejado, es obligado a firmar el reconocimiento de la Independencia de Texas, que es aceptada por el Congreso de EUA en 1845. En 1846, declaran la guerra a México, quitándonos California, invadiéndonos por tierra y por mar hasta llevarnos, por medio de la fuerza bruta, a aceptar el tratado de 1848, llamado “Paz, Amistad y Convivencia”, que por razones que usted comprenderá insistieron que se conociera como “Plan de Guadalupe Hidalgo”.

El otro hecho histórico es el que culminó con el Tratado de Bucareli:

Las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos fueron suspendidas desde la muerte de Venustiano Carranza, asesinado en Tlaxcalantongo el 21 de mayo de 1920. La historia sugiere que el autor intelectual fue Obregón, que intentaba ejercer, en firme, el poder presidencial. Estados Unidos condicionaba el reinicio de las mismas a la firma de un tratado que asegurara los intereses de sus ciudadanos en México, especialmente en los campos de petróleo y en la agricultura, por ser los poseedores de enormes extensiones de tierra que de una u otra forma habían pasado a sus manos, dejando al campesino mexicano sin áreas de cultivo, al menos sin las más fértiles y útiles.

En 1921, Obregón recibió una propuesta del Departamento de Estado de EUA, que desvergonzadamente titularon “De Amistad y Comercio”; en él se pronunciaban contra la nacionalización de los bienes mexicanos y del decreto de 1915, instrumentado por Carranza, en el que se reconocían los derechos comunales de los campesinos e indígenas y particularmente, en oposición a la Constitución Mexicana de 1917. Tal era, ¿o aún es?, la visión de libertad, democracia y respeto de nuestros vecinos del norte.

Álvaro Obregón necesitaba la aprobación de su Gobierno por las naciones del mundo y era importante evitar la oposición de EUA; así que insistió en buscar un acuerdo que permitiera el inicio de la industrialización de México. El presidente de Estados Unidos no accedió, hasta que sus asesores le hicieron ver que, a pesar de todo, el líder mexicano estaba cada vez más sólido en el puesto y que además, en el concierto internacional, perdían imagen por la posición de abuso hacia nosotros.

El tratado de Bucareli se firmó en la Ciudad de México el 13 de agosto de 1923, luego de pláticas que se extendieron durante tres meses, en el edificio federal ubicado en el número 85 de la calle que dio su nombre al documento.

Vale la pena que tomemos en consideración la historia y la mantengamos en mente, porque el tema empezará a ser retomado, discutido y hasta manipulado en otro capítulo de la dolorosa vecindad que hemos y habremos de seguir viviendo. Estas tres historias tienen un marco común: el abuso del poder del más fuerte, contra el más débil. ydarwich@ual.mx

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